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Volviendo a Gerberto, le tengo simpatía desde que leí El Año Mil, de Henri Focillon. Una edición del libro de bolsillo de Alianza, allá por 1978, en un autobús, yendo a Sevilla, un lunes de Febrero o Marzo. Me lo bebí de un tirón, entre una paisana gorda que llevaba una maceta de espárragos y el cristal de la ventanilla del autobús de la Bética. Cuando llegamos a la cochera de Plaza de Armas, Focillón y su Europa del Año Mil estaban ya en el selecto catálogo de mis favoritos in saecula.
Es facil encariñarse y dejarse encantar por el brujo Aurillac, porque algo de mago tuvo; es verdad. Por lo menos así lo vieron los romanos de su tiempo, y también los germanos. Los hispanos no, porque aquí fue donde le enseñamos, sin complejos, en la joven España reconquistadora que desde Liébana comentaba el Apocalipsis e iluminaba Beatos, que empezaba en la Marca Hispánica y terminaba en el Finisterre Compostelano. Porque Gerberto fue de los peregrinos pioneros, uno que se "inició" en el camino antes de que Gelmírez institucionalizara (y rentabilizara) el peregrinaje.
Ya traía su pequeño currículum de aprendiz de brujo, desde su Auvernia natal. Francia - guste o no - es le Moyen Age. Más "adelantada" que los romanos de Roma y que los germanos del imperio, podía permitirse el lujo de un Gerberto del que presumir ante el mundo que emergía rutilante con el nuevo milenio, el primero después de Cristo. La tesis del libro de Focillón, en contra de los que describen con tintes sombrios el año Mil, es que con el milenio se disipan terrores supersticiosos y amanece un siglo optimista, creativo, rico en inteligencia y arte, desde el Románico a la Escolástica y la sociedad feudal. Las Cruzadas están a la vuelta de la esquina (Gerberto siendo ya Silvestre II las barruntó) y el Medievo más poderoso se despliega como un tapiz de imaginería románica tejido en Gerona o bordado en Bayeux. Y Gerberto de Aurillac sería el Papa Silvestre II que cerraría el siglo X y abriría el Milenio, en Roma. Soy de la generación que veía todos los años Agustina de Aragón en la tele, cada 12 de Octubre. No puedo precisar hasta cuándo duró esa familar escena de sobremesa en blanco negro, pero Aurora Bautista con el cañón y Juan Espantaleón con el cachirulo son entrañables estampas que marcaron mi impresionable vis patriótica, indeleblemente y para los restos. Uds. se harán cargo.
Y heme aquí, cuarentón abocado al medio siglo que echa de menos aquellas estampas de mi tierna y sana infancia, moralmente irreprochable. Cosa que no es de extrañar, que ya se sabe cuánta verdad encierra eso de los pretéritos paraísos perdidos. Y era un paraíso ver la Agustina de Aragón de Juan de Orduña, y una remembranza paradisíaca recordarlo. Oh!
Desgraciadamente los pobrecitos niños de ahora no crecerán con esas formativas imágenes, que ponían en película los dibujitos de la Enciclopedia Álvarez, otro tesoro que alcancé a conocer porque algunos de mis primeros señores maestros seguían aferrados a su sólida pedagogía y, aunque nos hacían comprar los libros modernos para guardar las formas, seguían enseñándonos con la Álvarez como libro patrón insustituíble (sabia y magistral opción que agradezco en la distancia todo lo que puedo y cada vez que puedo). Allí venía dibujada Agustina de Aragón, con la mecha en la mano prendiendo el cañón, lo mismito que el grabado de Goya, lo mismito que luego salía en la peli de Juan de Orduña, con Aurora Bautista y Juan Espantaleón. Todos los años el Dia del Pilar.Me avisó un amigo entendedor, la otra tarde, que ni se me ocurriera ver la peli tan malísima que han rodado con multi-subvenciones pesoeras-zperas sobre el 2 de Mayo y todo lo demás. Como casi tutto el reciente cine español, caca cacarum con el consabido plus de memoria antihistórica de lo que no fue tal y como quiere la piara que hubiera sido. Como no pienso verla (bastante que subvencionen a costa del respetable las basurillas del régimen como para que encima las pague uno en taquilla; con obligada cuota de pantalla, además); como no tengo intención de verla - iba diciendo - me solazaré recordando aquellos mis 12 de Octubre en blanco y negro de Cifesa.
El recurso siempre digno de nuestros lost paradises.
&.La envidia - que es pecado capital, cabeza de otros muchos - se disfraza de tantas cosas como tantas son las realidades envidiadas. La envidia - que es "tristitia boni alieni"; tristeza de/por/a causa del bien ajeno - llega algunas veces en algunos casos al paroxismo de destruir el bien deseado y no gozado. En las páginas de sucesos aparece con relativa frecuencia y universalidad la escena de la fea que arroja ácido u otro corrosivo al rostro de la bella; o quema, o corta, o hiere de la forma que sea. También se repite que el agresor sea el amante no amado, despechado y violento por no ser querido, por ser despreciado, ignorado, y no poder poseer a su pretendida y deseada. Una tragedia con una víctima y un criminal, relativamente perturbado, pero siempre culpable en cuanto consciente del mal que hace, queriendo y odiando.
La patología, aunque corriente, tiene dificil excusa. Cuando reinaba el sentido común, en otros siglos, nadie se llamaba a engaño y rara vez se pasaban por alto las aberraciones contra la estética. Una cosa era poner cara de monstruo y cuerpo deforme a una gárgola que servía para escupir agua desde un saliente del tejado, y otra muy distinta imaginar la belleza corporal figurada de un arcángel destinado a exornar el retablo de un altar; pero, aun así, un dragón se hacía hermoso en tanto que dragón, y en su sentido propio. Y se distinguía, y se sabía. Alguna vez se permitía la broma, el juego divertido y equívoco, pero en proporciones y circunstancias aceptadas comunmente, sin falsear por malicia o incompetencia. Y siempre con la maestría del autor patente, incluso alardeando de saber hacer arte con lo feo, deforme o grotesco.
Pero este no es el caso, en el "arte" contemporáneo, me refiero. Desde el desprecio de las formas, un degenerado estado de fastidio hiper-saturado encontró la excusa de la novedad por la novedad para inventar una anti-estética que se impuso por la dictadura de las vanguardias sobre un acomplejado snobismo burgués, siempre insatisfecho y a la búsqueda de últimas experiencias. Estragados en el gusto y auto-alucinados en su hermético subjetivismo, tocaron la fláuta de Hamelín y se llevaron detrás un público acrítico, víctima de una obsesión inducida, bajo la fascinación de un engaño y la recurrente atracción de nada. Empachados, ahítos, de placer en placer, por probar límites, un día comieron estiércol hediondo y dijeron que lo podrido era de buen gusto, e impusieron el corrompido gusto, y muchos gustaron y dijeron sí, y compraron con oro estiércol para ver, oler y saborear. Y ya no hubo vuelta atrás, porque el precio pagado hacía irreversible el paso.
Todo esto es por la "exposición" - Le Louvre, une autre fois - de monigotes del monigotero (una de las más envilecidas personalidades del mundo moderno) Picasso, desgracia nacida en Andalucía, allí donde vivieron y reinaron e hicieron escuela los Grandes a los que nunca alcanzó (y el lo sabía). La petulancia del envidioso se agrava en furia interna si entiende y encuentra motivo de inspiración, con el tormento de aspirar y no poder y no llegar; siempre queriendo, nunca alcanzando. Y la carcoma de la entraña se vomita en falso arte, que disimula la impotencia con la provocación absurda. Eso fue y eso hacía.
Para que entiendan los que sepan y se empecinen los afectados, en Le Louvre han colocado la obra del arte al lado del adefesio del energúmeno. Con el pecado explícito de que se pretende magnificar al fantoche a costa de empequeñecer al artista. No se busca la admiración de Velázquez, sino el aplauso para Picasso; ni para Velázquez ni para el Greco ni para Goya, a los que perversa y equívocamente se ha sumado la monstruosidad engañosa del aborrecible que vivió y avarició fortuna apostatando de España y enchiquerándose francés.
Basura al fin. Perfil de un mundo que ha hecho de gentuza de esa repugnante laya sus gurús culturales. Y digo para las otras artes degeneradas lo mismo (precisamente están radiando en nuestra penosa Radio Clásica unas patochadas de L.Berio y de G.Ligeti. Vaya lo uno por lo otro, tales para cuales).
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En ese sentido, no es de extrañar que al estar el fresco de la Cena presidiendo el refectorio conventual, se pintara en la mesa un "menú de vigilia" como el que se tomaba en el convento. La Mesa de la Cena tendría más o menos la misma comida que tenían servida las mesas de los frailes que estaban debajo, con iguales o parecidas viandas. Si además se considera que la Cena es de "Jueves Santo", no es extraño que se pintara en la Mesa del Señor y los Apóstoles los platos y fuentes con la comida típica de Cuaresma que consumían los dominicos en su convento.
Unos detalles para confirmar lo que conjeturo: Las anguilas, las naranjas y las granadas.
- Las anguilas eran un pescado corriente en las mesas monacales. Eran fáciles de criar en estanques, que solían tener los monasterios; después se pescaban y se llevaban vivas a pilones o toneles con agua que había en las cocinas, para irlas sacando y consumiendo frescas. Particularmente se servían en comidas del tiempo de abstinencia, siendo muy apreciadas en la mesa.
- Las naranjas son fruta de invierno. Se empiezan a recoger en Diciembre, y duran hasta Marzo-Abril. Ya fueran dulces o agrias-amargas, eran comunes en los huertos y jardincillos de los conventos. En los fondos de las pinturas de Fra Angélico - dominico - es corriente ver naranjos y limoneros. La fruta se comía como postre, o se usaba como aderezo. Tal es el caso del plato pintado en la mesa de la Cena: Una anguila troceada aliñada con gajos de naranja, un típico plato de cuaresma, por los ingredientes y el condimento de temporada.
- Las granadas también eran fruta corriente en los monasterios, siendo así mismo un arbusto típico de huertos, jardines y claustros. La fruta se conserva muy bien, por su corteza dura, que guarda frescos los granos, y se pueden ir consumiendo durante todo el invierno y hasta comienzos de primavera. Si hay cascos de granada sobre el mantel, señal de que la comida representada es de invierno-Cuaresma.
Quiero decir que esos alimentos que se destacan son muy propios y adecuados para una cena de Cuaresma, pudiendo haber sido perfectamente los que se comían un Jueves Santo en el refectorio de los dominicos de Santa María delle Grazie en los años 1494-98, cuando Leonardo pintó la Cena.
No me gusta inventar misterios cuando todo tiene/puede tener una lectura más normal, ordinaria, cotidiana, real. Inventar para fantasear es malo, porque falsea la realidad de las cosas, ya sea arte, ya sea historia. Si encima se pretende alterar con ficciones y ocurrencias el Evangelio, el delirio roza el sacrilegio. Y las cosas santas, tantas veces, son tan sencillas como sencillo se hizo el Dios que se hizo Carne.
Pues esta es mi ocurrencia/explicación a propósito de lo que Leonardo pintó sobre la mesa de su Cena, tan domésticamente sencilla, sin ningún "código" oculto ni en el pescado ni en las verduras. Lo paradójico es el interés de los mentecatos en buscar misterios donde no hay a la vez que desprecian - o no ven, o no quieren ver - el Misterio que tienen delante.
n.b. Si vieran Uds. este mismo articulillo por ahí, en otra web, no se alarmen: Un compadre me pidió que le escribiera una colaboración a propósito, y uno que es servicial le dio cumplimiento al antojo. Pero ahora la he aprovechado para el blog, como derecho de autor.
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