domingo, 13 de marzo de 2011

Las Tentaciones

El Evangelio de las Tentaciones en el Desierto es como el toque mayor en el campanario de la Cuaresma. En el prefacio de la Misa (novus ordo) se proclama que el Señor orante y ayunante -"... inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, y al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado. Un enunciado extracto de espiritualidad cuaresmal que dice, implícitamente, mucho más.

Por ejemplo, el giro, el cambio absoluto que se opera en la Historia de la Salvación. Desde el Edén de nuestros Primeros Padres, la del hombre fue una historia de tentaciones y caídas; incluso después de la Alianza y la Ley. El "todos pecaron" paulino (Rm 3, 23) es un clamor acusador que sólo comienza a mudarse patentemente en el Desierto. *** En cierto sentido, podría decirse que la Redención comienza en el momento de las tentaciones del desierto.

El desierto fue el yermo que recibió a Adán y Eva después que se les expulsó del Edén. Y el desierto también fue la región por la que deambuló el Pueblo de Dios al salir de Egipto, en el desierto recibieron la Ley y en él vivieron hasta el día de la entrada en la Tierra Prometida. El desierto fue, así mismo, el lugar del pecado: El becerro de oro idolatrado y las defecciones y murmuraciones del pueblo contra Dios. Hasta Moisés mismo fue tentado y cayó en el desierto, siendo como era el elegido de Dios para liberar a Israel. Había como una correspondencia habitual entre desierto, tentación y pecado. Hasta que aparece Cristo.

Después de orar y ayunar cuarenta días con sus noches, Cristo se encuentra frente al Diablo, que le tienta. La primera tentación es corporal; el demonio le insta a que convierta piedras en panes para saciar el hambre del ayuno. La respuesta del Señor, sin embargo, subordina el pan a otro sustento necesario para el hombre: La Palabra de Dios vivificante. Una Palabra que es Él mismo, engendrado ab aeterno y encarnado para nuestra salvación, que un día dejará para alimento sobrenatural de los hombres su Cuerpo y su Sangre bajo la especie del pan eucarístico. ¿Qué entendería el diablo del Pan de Vida? ¿Qué comprendería el demonio de la Palabra que alimenta?

Entendió, sin embargo, que Cristo le resistía con la Escritura, y en la segunda tentación Satanás arguye con una cita, un versículo del Salmo 90 -"...te llevarán en sus palmas para que tu pie no tropiece en la piedra". Le incita a hacer un milagro estupendo, otra vez bajo el condicional "si eres Hijo de Dios", un interrogante que el diablo aun no ha resuelto y quiere saber. Más tarde, en algunas escenas de la Vida Pública, el Señor se mostrará terminante con quienes le piden signos, como el diablo tentador del desierto. En el Calvario volverán a tentarle los injuriantes, gritándole con desafio que hiciera un milagro y se salvara de la Cruz. Para todas estas escenas (y también para nosotros si supeditáramos la fe a la prueba de un signo, de un milagro) la respuesta de Cristo es la misma que le da a Satanás: -"¡No tentarás al Señor tu Dios!".

Sigue la escena. Si el diablo se ha dirigido a Cristo y Él le ha respondido "No tentarás al Señor tu Dios", ¿no está ya resuelta la pregunta del demonio?, ¿no ha respondido Cristo implícitamente?

Parece que, en todo caso, Satanás no comprende la intención ni el alcance de la misión del Señor, porque, paradójicamente (o demencialmente, como si hubiera perdido el tino, el concierto, el juicio) en la tercera tentación le ofrece a Cristo el mundo con sus fastos si se presta a adorarle, a él, el diablo. La contestación del Señor parece confirmar el sentido de la anterior: -" Vete, Satanás, porque está escrito: 'Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo darás culto' ". La traducción se me ocurre que podría decir, explicitando parte de su sentido, "vete y no estorbes", no obstaculices la Redención que se va a consumar y que ni todos los poderes y vanaglorias del mundo podrán tampoco frenar con sus engaños.


Cuando leo y medito este Evangelio, me detengo en su final, en la frase que reza que los Ángeles se le acercaron y le servían. Y me imagino a los Ángeles espectadores de las tentaciones del diablo a Cristo, entendiendo, como sólo los Ángeles pueden, los pormenores y las profundidades de la escena, tan nueva: Un hombre resistiendo y venciendo al Tentador, algo nunca visto. Y un hombre que es Dios, el Hijo de Dios.

Para cerrar la meditación evoco en ese mismo desierto los versos del Cantar de los Cantares:

¿Qué es eso que sube del desierto,
como una columna de humo,
perfumada de mirra y de incienso
y de todos los perfumes?

Es el aroma fragante de Cristo Vencedor, que sube como incienso de sacrificio aromático, como la primicia de otros aromas que por su gracia subirán al Altísmo con suavísimo olor victorioso, cada vez que un cristiano resiste y vence, por la gracia de Cristo, al demonio, al mundo, a la carne.

*** Previamente, con Cristo como centro y motivo, el privilegio de la Inmaculada Concepción supone un adelanto de la gracia definitiva del Nuevo Testamento, pero es un Misterio de internis, que ocurre en el alma santificada de la Virgen y no se manifiesta ad extra.


+T.