domingo, 12 de abril de 2009

Alegrías de Resurrección

Ahora que ha pasado la "tensión" de la Pasión y se ha resuelto todo en Aleluya!, me pasa (casi siempre me pasa) que se me destensa la cuerda y me da la risa floja por cualquier cosilla que tenga la más mínima gracia (o yo se la encuentre). Incontenible e indiscretísima proclividad que me deja al descubierto en la más pías instantáneas.
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El síndrome aflora, a veces, ya la tarde del Viernes Santo (miserere!) y en los Oficios casi siempre es un peligro cual espada de Damocles, al acecho del más mínimo tris. Serán los ratos-horas de Monumento y toda la Cuaresma con sus seriedades, pero más de un Viernes Santo vespere me ha dado la risa floja. Recuerdo uno, en mi pueblo, cuando el cura traía el Crucifijo cubierto para la adoración, y mi amigo el C*** va y me dice bajito: - "¿A que parece un jamón?". Absurdo, totalmente absurdo, pero desde aquel momento yo miraba al Crucifijo velado de morado y lo que veía era un jamón. Y seguidamente la risa floja de mi amigo el C*** y yo, en el banco de la primera fila y descompuestos de risa.

Los amigos son mi peligro, sobre todo unos cuántos de verdad y andanzas que nos leemos el pensamiento y sólo necesitamos incoar la copla para montar sin más un tabladillo de comedia, basta un guiño. Engaña el semblante, porque mientras más adusto y serio, más tremendo el humor (el buen humor). Un marco piadoso con especial rompimiento posible de risa es la Vigilia Pascual, con más "oportunidades" porque tiene más secuencias, y cada rito es un riesgo. Por ejemplo aquel año que mi hermana, cuando traían en procesión el agua para la pila bautismal, dijo: - "!Qué cántaro más raro!" y mi tia le corrije: - "Calla. Eso no es un cántaro, es un 'nánfora'!" Aparte la risa sofocada, estuvimos con el pitorreo del "nánfora" hasta Julio, por lo menos. O la otra vez que había uno que se dormía, dando cabezadas, y quemaba con la vela el abrigo de la de delante, con un olor a chamusquina por toda la iglesia. Y nosotros detrás, sofocados de risa.

Pero la risa más incontenible de "resurrección" me sucedió en el Santo Sepulcro, allí mismo, en Febrero del año 2000, en pleno Jubileo. Fue con mi amigo Ángel, otro que me provoca risorios incontenibles. Estábamos en la Basílica, rezando un rosario en torno al Santo Sepulcro. Al terminar nos acercamos a la capilla de los coptos alejandrinos, en la parte trasera de la edícula. En esa capillita, el revestimiento edificado sobre la gruta del Sepulcro dejó sin cubrir una parte apreciable de la roca viva original, a ras del suelo, en una esquina debajo del altar de la capilla. Siempre hay un monje copto, rezando y custodiando, con un cestillo para las ofrendas al lado. Cada vez que he ido al Sepulcro estaba ese mismo monje (o su clon), de unos 40 años, barba negra entrecana, con el gorrillo bordado de crucecitas que le cubre las orejas, y su ropón negro, sentado en una sillita baja, con un librote de rezos sobre las rodillas, sin levantar el rostro, sólo para dar la bendición a quien se la pide.

Pues resulta que sobre aquella roca viva del Sepulcro hay siempre un tazón de cristal con aceite y una mechas ardiendo. En Tierra Santa yo soy besucón compulsivo y beso todo, hasta las murallas y las puertas y las cerraduras (no exagero). Por supuesto, me arrodillé para besar la roca del Sepulcro, allí, en la capilla copta. Mi amigo Ángel, que nunca quiere ser menos, allá que fue detrás mía, para besar también. Se puso de rodillas, se apoyó con las dos manos en la roca...y se resbaló dando con la boca en el tazón de aceite que se volcó encima y se puso perdido de aceite, que por poco sale ardiendo. El monje copto cerró el libro y rompió a reir a carcajada limpia y se tuvo que salir de la capilla, y yo, allí mismo, doblado de risa, agarrado a la reja de la capilla, viendo a mi Ángel caido entre la roca y el aceite, una estampa. Cuando se pudo levantar y limpiarse la cara aceitosa (y el hocicazo que dió, que por poco se parte la boca), el monje copto, agradecido por el buen rato que le hicimos pasar, nos regaló a cada uno dos crucecitas, dos velitas, y un frasquito del aceite aquel, muy estimado. Después, cada día de los que estuvimos en Jerusalén y volvíamos a rezar al Santo Sepulcro, el copto nos veía, nos saludaba inclinando la cabeza y con una sonrisa guasona de oreja a oreja. Creo que fuimos el chiste de los coptos durante aquella temporada, y seguro que todavía no se les ha olvidado mi amigo Ángel cayendo de boca encima del famoso tazón de aceite.


Una gloria que todavía me hace reir cada vez que la recuerdo, porque tuvo que ver. Ustedes no se imaginan.

Como ven, pequeños solaces y gratos jolgorios de piedad. Escuché un día decir que eso era el demonio, que nos tentaba con la risa. Yo digo que no, en absoluto: Son buenos humores piadosos, chispas de alegría y caramelitos de fe que saben a gloria, muy buenos para los nervios.

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Inneggiamo! - un oratorio pascual verista -

Para solemnizar la Resurrección, me parece mejor, más emocionante, el Inneggiamo que el Aleluya, mejor Mascagni que Häendel. Una de las gracias del verismo - sempre Italia! - es la comprensión de lo heroico, lo lírico y lo operístico - in somma - en la vida común y corriente de la gente.

Con más o menos resistencia, llega un día en que descubrimos que también somos "gente". A algunos, esta certeza se les hace insoportable y la disfrazan con oropeles o sombras chinescas, una huida al castillo de arena al que todos tenemos derecho de fantasía, es comprensible. Otros no lo soportan, y cargan tintas negras sobre lo oscuro y no dejan leer (no pueden leer-se) el negro sobre blanco que es la escritura de la vida, de cada vida. Los más sabios, tocados por la gracia, son los "veristas" que hacen vida con la vida y se reconocen héroes y amantes y resistentes y profetas y sabios y personajes de una pequeña leyenda de pequeña vida, sin tramoyas de escena, pero con intensidad sincera que hace admirable lo sencillamente vivido.

En Cavalleria Rusticana se canta la vida y la muerte, el amor y las pasiones del amor, una historia en un pueblo con música para las palabras y los sentimientos. En medio de todo esto, transcurre el Misterio:





Dependiendo de gustos y medios disponibles, los maestros de escena montan esa procesión pascual que comienza - como un trémolo de voces - con el Regina Coeli y continua con el glorioso Inneggiamo! Es la escena "corazón" y centro de la ópera, todo lo que ocurre debe retornarse a esta escena, a los pasos con las imágenes del Señor Muerto y Sepultado y Resucitado; y a la Addolorata, que es la misma que recibe el exultante Regina Coeli, laetare!

Ocurre toda la ópera verista del Mascagni en las horas breves de una luminosa mañana de Domingo de Resurrección, en un pueblo de Sicilia. Se vive la alegría, vino y sol, aire perfumado de azahar y enamorados; se presiente el dolor, la sangre, la muerte; se resigna la tragedia, el destino. Y el telón cae apenas se oye el grito: -"Hanno ammazzato il compare Turitu!"

Pero en el eje de todo ha quedado plantado como un venturoso olivo de paz y esperanza el himno de la Resurrección: - "Inneggiamo, il Signor non e morto. Inneggiamo al Signore risorto. Oggi asceso alla gloria del Ciel...Inneggiamo, il Signor non é morto! Inneggiamo il Signor é risorto! Oggi a asceso a la Gloria, a la Gloria del Ciel, a la gloria del Ciel!!!"

En el youtube de arriba canta Elena Obratsova, tan propia en el papel de Santuzza; en estos que siguen hace de Santuzza Fiorenza Cossotto, intensa y arrebatada también, con Karajan a la batuta, envolvente como el aroma degli aranci sicilliani (y unos subtítulos feísimos en japonés):











Fiorenza Cossotto en Tokio:






En fin, que ya he dicho que prefiero la Cavallería Rusticana como verista "oratorio" de Resurrección.

¡Feliz Pascua Florida!

+T. & # ~