Confieso que tengo más concepto papal que episcopal. En el sentido de que entiendo (y entiendo bien) que el obispo es un vínculo de mi diócesis con la Iglesia, y que ese vínculo es y lo establece el Papa. En mi concepto - y es recto - de Iglesia, antes es el Papa cabeza de la Iglesia, y el obispo y la diócesis en subordinación y dependencia absoluta del Papa y de la Iglesia.
Todo esto pesa sobre los hombros del Papa, consumando ese "...impendam et superimpendar" 2 Cor 12, 15 paulino, tan grave en el ministerium Petri, el oficio supremo del Pescador de hombres en el más alto sitio que en el mundo ha existido y existe.
El mundo que se resiste a Cristo reconoce esta identidad suprema del Papa. No creen, pero distinguen su trascendente significado y valor, y por eso cuando atacan a la Iglesia saben dirigir sus golpes contra la cabeza, tan expuesta. La infame recusación promovida por Bélgica es sólo una muestra. La historia tiene muchas, registradas en páginas oprobiosas y gloriosas, vergüenza de los agresores y gloria para los testigos de la Fe. Es la diferencia que distingue a un soberbio Enrique IV contra un luchador Gregorio VII, o el baldón que sume en ignominiosa memoria a Sciarra Colonna y Philippe le Bel y que dignifica al anciano resistente Bonifacio VIII. Por no nombrar a los Mártires, un rico capítulo que casa estrechamente Papado y Martirologio.
Desde los tiempos que marcaron el paso a la "modernidad", no ha habido Papa sin su particular "martirio", entendido como martirial "confesión" ligada al ministerio del Sumo Pontificado y sus vicisitudes, desde el cautivo Pio VI a los Papas atormentados por la guerras y sus secuelas. Digo incluso martirio aludiendo al derrame de sangre, clamoroso y en directo espectáculo para el mundo, de Juan Pablo II.
A Benedicto XVI le está tocando un sufrimiento casi en concordancia con su peculiar vocación docente. Se le rebelan insolentes como los malos alumnos de una imposible clase frente a un excelente maestro que les supera en calidad humana y en sabiduría. Un mundo de mentes de charca y lodazal enfrentado turbiamente al manantial de agua limpia y serena.
Es Cabeza de la Iglesia y Vicario de Cristo. Y está expuesto al mundo y sufriendo los embates del mundo. Pero consciente de que también ese riesgo penoso es inherente a su ministerio sacerdotal, el más alto, que le "caracteriza" con los estigmas de una pasión personal que se suma a la de Cristo:
"... A una vida recta pertenece también el sacrificio, la renuncia. Quien promete una vida sin éste don siempre nuevo de sí, engaña a la gente.
No existe una vida exitosa sin sacrificio. Si echo una mirada retrospectiva sobre mi vida personal, debo decir que precisamente los momentos en los que he dicho “sí” a una renuncia, han sido los momentos grandes e importantes de mi vida".
De la homilía pronunciada hoy por el Santo Padre Benedicto XVI, en la Santa Misa de Domingo de Ramos en la Pasión
A sólo cuatro años de su elevación al Pontificado, en el rostro y el cuerpo de Benedicto se van marcando esos grafismos de su pasión. El mundo que le agrede piensa que le vence: No saben - no entienden - que le están exaltando como testigo del Señor al que representa y sirve.
Benedicat Dominus Benedicto!
+T.