domingo, 29 de agosto de 2010

Taizé, un encanto insuficiente


Confieso que me gusta la música de Taizé, algunos de los cantos corales de Taizé, quiero decir: Adoramus te Christe, Jesus le Christ, Cristus remember me, Nada te turbe, etc. Me gustan porque no son estridentes, manifiestan piedad, ambientan suavemente, y algunas de las letras de las canciones son en latín. Hasta ahí llega mi aprecio por Taizé. Después, sobre todo lo demás, tengo y mantengo un juicio muy diferente.

Desde los años de seminario, he conocido casos de gente que iba a Taizé y volvía "transformada"; transformación que al cabo de un tiempo iba derivando en alejamiento de la práctica de Misa y Sacramentos y/o indiferencia espiritual, para terminar en una común y ordinaria actitud contra-católica anti-religiosa. Y por ahí andan. Por supuesto ya no van a Taizé. Tampoco digo que Taizé sea la causa de estas defecciones. Pero sí digo que ese declive de fe les sobrevino a partir de Taizé, de haber estado en Taizé.

La semblanza que en estos días - sorprendente en alguos medios - se hace de Taizé traza un ambiente atractivamente idílico, centrado fundamentalmente en la personalidad amable de su promotor/fundador, el hermano Roger Schutz, una de las figuras más características de la espiritualidad cristiana de la Europa del siglo XX. Siglo XX europeo - no se olvide - que hay que definir desde dos guerras mundiales, el traumatismo del comunismo-telón de acero, el Concilio Vaticano II y el post-concilio, y las inciativas políticas pan-europeístas. En estas coordenadas, la personalidad y la obra de Roger Schutz son un significativo particular que contiene parte de todos estos elementos, como un pequeño mosaico compuesto con fragmentos de la razón de todo lo demás, de todas las circunstancias de la Europa del momento.

Cuando leo algo sobre los comienzos (idealizados?) de Taizé, se me plantea una cuestión: ¿De qué huía Roger Schutz cuando se aleja de su mundo/ambiente protestante? Si había insatisfacción, ¿de qué era, cual había sido? ¿Qué fue lo que dejaba y qué lo que buscaba?

A continuación se me plantean en paralelo otras preguntas sobre el fin, sus logros: ¿Encontró lo que quería? ¿una definitiva satisfacción de su sed espiritual? Aquí se me viene a la cabeza la canción extrañamente mística de Taizé, con letra (retocada) de nuestro Luís Rosales (¿y la breve música de Narciso Yepes?):

De noche iremos, de noche,

que para encontrar la fuente

sólo la sed nos alumbra

sólo la sed nos alumbra


No sé si el hermano Roger se sitió identificado con esta letrilla que yo, sin embargo, identifico con él, con el hermano Roger de Taizé. Me parece adecuada a la impresión que saco de su persona y de su obra.

Una obra extraordinariamente bien vista por la Iglesia Católica, como se desprende de las abiertas comunicaciones, simpatías y elogios. Cierto grado cenital de abierto reconocimiento se alcanzó en un acto memorable, cuando en el funeral de Juan Pablo II, con todo el mundo como testigo, el hermano Roger recibió la Comunión (en la mano) de manos del todavía Cardenal Ratzinger, celebrante de la Misa exequial del recien fallecido Pontífice. Como tantos católicos, yo también me pregunté si había algo más en aquella escena, si por fín el hermano Roger había sido plenamente recibido en la Iglesia Católica, y con aquel acto público y multitudinario se le daba finalmente publicidad.

He dicho "plenamente" porque desde los años '70 se difundió la impresión de que el hnº. Roger era católico de facto, a tenor de una cierta (y confusa) confesión de catolicidad profesada ante monseñor Armand Le Bourgeois, obispo de Autun, en 1972, quién le administró por primera vez, públicamente, la Comunión. Sin aclararse nada sobre el particular, se conjeturaba que sería una conversión mantenida en una relativa discreción, por las peculiares circunstancias de la vocación ecuménica de la comunidad de Taizé.

¿Cual es esta vocación ecúmenica, y de qué clase? El ecumenismo de Taizé es previo al espíritu ecuménico del Vaticano II y el post-concilio, diríamos que a la distancia que marcan las fechas; desde el nacimiento de Taizé en 1940 a la clausura del concilio en 1965 va esa diferencia de veinticinco años, que en cronología ecumenista son muchos más y miden conceptualmente un lapsus mayor. Digo esto para hacer ver que lo que se inicia en Taizé no sintonizaba con el ambiente general de la Iglesia Católica del 1940. Que, sin embargo, veinte años después sería una tónica dominante en la Iglesia conciliar de Juan XXIII y de Pablo VI. Precisamente, Roger Schutz y su obra se vieron manifiestamente recibidos en el Concilio, incluso personándose con uno de sus más carismáticos representantes, el hno. Max Thurian, invitado expresamente como observador conciliar. Max Thurian sí se convertiría al catolicismo, y se ordenó sacerdote católico poco tiempo después. Con él, la comunidad de Taizé patentizaba la consumación de su ecumenismo, una comunidad plenamente ecuménica, en la que convivían fraternalmente protestantes y católicos...y el hnº Roger, su superior. El hnº. Roger quedaba siempre indefinido en una especie de status de excepción eclesial.

A veces (supongo que otros habrán sentido lo mismo) he tenido la impresión de que Taizé se colocaba (se postulaba) por encima de la Iglesia, con ese confuso valor supra-eclesial que desde algunos estamentos/ambientes católicos parecía concedérsele al ecumenismo y sus instituciones. Algunas desdichadas imprecisiones oficiales de la Iglesia (un imperfecto/impreciso magisterio?) parecían dar pie a esta hiper-valoración ecumenista. El discutibilísimo subsistit in conciliar (LG), sin ir más lejos, por ejemplo (un raro y extravagante particular necesariamente explicado y re-explicado por el magisterio posterior, permítaseme el excursus). Taizé, con este telón de fondo católico, se perfilaba como la iglesia ideal de la intercomunión y la integración. Por lo menos así era vista la comunidad de Taizé por muchos, un pretendido ideal que empezaba a realizarse y se demostraba posible y factible en Taizé. ¿Un ensayo logrado? ¿Una experiencia de futuro abierto? Para muchos, yo diría, que una providencial profecía. (como ilustración de lo que llevo dicho, es interesante este artículo-entrevista con declaraciones del Card. Kasper, publicado hace un par de años)

¿Cual fue, en realidad, la situación/relación del hermano Roger Schutz con la Iglesia Católica? Yo respondería describiéndole como una de especie de catecúmeno privilegiado, que nunca llegó a la integración definitiva, plena y perfectamente reconocible y confesable. ¿Por qué? Y vuelvo a plantearme la cuestión: ¿Qué le impidió reconocerse y ser reconocido plenamente católico? ¿Algún particular de la Iglesia, algún motivo concreto, irremovible/inasumible por su conciencia?



En vísperas de la beatificación del gran converso del siglo XIX, John Henry Newman, el caso de Roger Schutz se me plantea todavía más extraño. Y su tratamiento por parte de nuestra Jerarquía, aun más raro. ¿No pudo asumir la Iglesia que sí asumió J.H. Newman? ¿La iglesia del pre-Vaticano I pudo ser confesada y reconocida por el intelectual anglicano Newman pero la iglesia del post-Vaticano II no pudo aceptarse/asumirse por el fundador de Taizé? (?)¿Qué separaba a un hombre sencillo y sincero como Schutz de abrazar la Fe que por su parte sí confesó e hizo admirablemente suya el gran Newman?

Algunos que queremos pensar bien siempre que se trata de pensar sobre la Iglesia, entendimos que la Comunión recibida en la Plaza de San Pedro, ante todo el Orbe Católico, escondía una clave católica, quizá una conversión acordadamente tácita, no hecha oficialmente pública por razón del caso especial de Taizé, tal y como parecía reconocerse por el siempre demasiado ansioso ecumenismo católico. Por el bien de Taizé, había sido por su bien, me explicaban algunos. Y mientras mejor me lo querían explicar, más reticencias se me despertaban. Nunca, pensándolo despacio, me argumentaron convincentemente por qué no la explícita conversión (si la había, si la hubo) y su reconocimiento.

Y así se me fue desdibujando el perfil del hermano Roger, incluso a propósito de su muerte, tan sorprendente y tan poco explicada, tan poco detallada, que pasó como una noticia de fin de semana de Agosto, con todo el mundo de vacaciones, entre el sopor perezoso de los noticiarios de la canícula. Y poco más. A parte la impresión de que con él Taizé también se diluía, uno de esos fenómenos tan ligados a la fuerte impronta de su ideador-promotor que al irse este se llevaba su obra también con él.

Desconozco cómo ha derivado Taizé, su comunidad, su mundo, desde la desaparición del hnº Roger. Insisto, sin embargo, en la impresión de relativa decadencia. Alguna vez pensé en Taizé como otro epifenómeno de la Francia del '68, con tantos elementos que se podían asimilar a los movimentos juveniles de aquellos años, incluído el fenónemo hippie.

Cuando me hablaban de la integración en Taizé del protestantismo (la espiritualidad bíblico-escriturística), la ortodoxia (veneración de iconos y cierta espiritualidad litúrgica) y el catolicismo (la capilla con la reserva del Sacramento, la celebración de la Misa y el sacramento de la Penitencia), todos estos elementos me parecían encajados en una estructura motivadora, atractiva, pero confusa, indeterminada, insuficiente.



El magistral (y cada vez más reconocido) Romano Amerio, en uno de los capítulos de su Iota Unum hace una crítica fundamental al concepto "movilista" de la fe, entendida como búsqueda y no como posesión. Trae a colación al filósofo alemán Lessing, citando una parábola suya conocida como "eine duplik" (una réplica):

"Si el infinito y omnipotente Dios me diese la posibilidad de escoger entre el don escondido en su mano derecha, que es la posesión de la verdad, y el don escondido en su mano izquierda, que es la búsqueda de la verdad, yo rogaría humildemente. ¡Oh Señor! concédeme la búsqueda de la verdad, porque poseerla solamente es propio de Tí"


Amerio señala, por una parte, el absurdo que entraña la situación/respuesta; y por otra la exqusita soberbia intelectual del que se prefiere a sí mismo, a su propia lucubración/cavilación/movimiento despreciando la verdad de Dios (la única y plena Verdad). En palabras del propio Amerio:

"...Prefiere su propio movimiento subjetivo y la agitación vital de su Yo a ese valor para detenerse en el cual le ha sido dado el movimiento subjetivo."


y concluye diciendo que
".... El error por el cual se estima más la búsqueda de la verdad que su posesión es una forma de indiferentismo."


¿Es eso, algo de eso, lo que es realmente Taizé? ¿Por eso la experiencia de muchos jóvenes que visitan Taizé concluye luego en una defección, un abandono de la práctica religiosa y un decaimiento paulatino de la fe?

Concluyo con una cita del hermano Roger Schutz, unas palabras de principios de los años '50:

"Sé entre los hombres un signo de amor fraternal y de alegría.
Ábrete a lo que es humano y verás disiparse todo vano deseo de huida del mundo.

Sé presente a tu época, adáptate a las condiciones del momento.
¡Oh Padre!, no te pido que los separes del mundo, sino que los preserves del mal.

Ama a los desheredados, a todos aquellos que, viviendo en la injusticia de los hombres, tienen sed de justicia. Jesús tenía para con ellos atenciones particulares. No temas jamás ser incomodado por ellos.

Ten por tus padres un profundo afecto; que éste les ayude a reconocer, por su misma cualidad, lo absoluto de tu vocación.

Ama a tu prójimo, cualquiera que sea su horizonte religioso o ideológico.

No te resignes jamás al escándalo de la separación de los cristianos que, confesando todos tan fácilmente el amor al prójimo, permanecen sin embargo divididos.

Ten pasión por la unidad del Cuerpo de Cristo."


Aun reteniendo el recuerdo amable del hermano Roger y su espiritualidad sincera, entiendo que son exortaciones asumibles por un católico, pero insuficientes, algunas con bastante contradicción interna, o faltas de una explicitación más concorde con el sentido del Evangelio.

Resumiendo, como he titulado esta reflexión-comentario: Un encanto insuficiente.


+T.