Se bromeaba antiguamente que los sevillanos, cuando levantaban una casa nueva, le decían al maestro de obras - "Hágame usted un buen patio...", y con eso ya estaba encargado lo principal; las salas, habitaciones y alcobas eran simples piezas secundarias, porque lo importante era el patio.
En el siglo XXI de los minipisos y apartamentos uni-personales, aquellas casas de patio son un auténtico paraíso (perdido, claro). Yo entiendo que son más romanas que moras, que la morería aprendió y aprovechó lo que ya existía: Patios, fuentes, arriates, macetas; todo eso es romanísimo, como lo de las simples fachadas a la calle y la concentración de lo decorativo de puertas adentro, para el disfrute privado y no la ostentación aparente.
En las ciudades, pocas se conservan ya, pero así han sido hasta hace poco las casas de nuestros pueblos, donde quedan más. En una de ellas me crié y viví los años de mi infancia, entre patios y cuadras, salas, salones y alcobas. El fresco de los patios por las mañanas, la vela de toldo blanco al mediodía, y las corrientes de ventanas y puertas abiertas, con arrriates y macetas recien regados por la tarde, creaban ese ambiente de frescura, ya luminosa, ya umbría, que templaba el insufrible calor de Julio y Agosto.
Ahora son los grandes calores, de Virgen a Virgen, del Carmen a la Asunción. Cuesta hacerse a estos primeros y más fuertes, con la molestia del sudor y el medio sueño, la chicharra de siesta y el grillo de madrugada. Si la noche ha sido pesada, se ansía la mañana, a ver si amanece fresca; con sólo salir a la calle temprano, ya se adivina el día de calor que va a hacer.
En un piso de Sevilla, recordar las tardes de mecedora, con el velador de mármol y los jazmines, el platito con los nardos delante de la Virgen, el sonido de los abanicos...es evocar un pequeño paraíso.
Pequeños paraísos, tan sentidos y recreados que casi dan frescura, como un aire en corriente entre ahora y entonces.
Si un día puedo, diré también que me hagan un patio con casa.
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