La foto habla y conmueve, sin palabras, elocuente escena entre patética y emotiva. Pero es real, así se está viviendo, lo están viviendo los cercanos, los que entienden un poco más y puede que tengan más referencias, o, simplemente, más afecto, el mismo que se les desborda en lágrimas y estremecidos sollozos. No es para menos. El ceremoniero Mons. Guido Marini, tan discreto, indica, suplica, contención, la que él mismo demuestra, impasible el ademán, con la procesión por dentro. Era - lo sabían - la última vez que colocaban la sede de Benedicto XVIº ante el Altar de la Confesión, bajo el baldaquino de Bernini y la cúpula del Michelángelo.
El ambiente cargado se completaba con la liturgia de la feria IV Cinerum, y su terrible admonición 'Memento, homo, quia pulvis es, et in púlverem revertéris', tan parecida a aquella otra que le decían, ritualmente, al Papa durante la procesión del día de su coronación 'Sancte Pater, sic transit gloria mundi!', mientras le enseñaban un puñado de lino ardiendo en la punta de una caña. Pero todo aquello pasó, la tiara, la sedia, el ritual majestuoso. Ahora también parece que desaparece la perennidad del ministerio papal usque ad mortem. Y por eso lloraban ayer los ceremonieros del Vaticano.
Aquí, sin embargo, es como si todavía durara el carnaval, porque la gente parece exultante, entusiasmada, aplaude y vitorea. Incluso quien menos te esperas hace ya bromas sobre el futuro cónclave:
Cardenal Amigo Vallejo: - ''No seré Papa, he hablado con el Espíritu Santo y hemos llegado a este acuerdo''
Esta mañana le recordé a un compadre descuidado que la blasfemia contra el Espíritu Santo es imperdonable. De la pena que tenga la broma sobre el Espíritu Santo (con agravante de persona, publicidad y circunstancias) no sé, no conozco el particular. Pero me resulta una ligereza muy desagradable, impropia, chocante, por quien lo decía, por el tema, por el momento. A personalidades de cierta altura, en ciertas circunstancias, se les presume una gravedad concorde con su dignidad y eminencia. Si lo califico, por lo menos, de lamentable, no exagero.
Aunque a algunos, probablemente, les parezca exorbitado.
+T.
jueves, 14 de febrero de 2013
Júbilo indiscreto, regocijo absurdo
El cardenal José Policarpo, arzobispo-patriarca de Lisboa, es un no-brillante prelado que ha dado más de un campanazo; uno de los más sonados y escandalosos fue cuando comentó que la ordenación de féminas era un asunto abierto, con posibilidades de futuro. Ahora, el brillante prelado lisboeta vuelve a batir su bronce hueco, a propósito de la renuncia del Benedicto XVI, con este comentario:
El acto de renuncia de Benedicto XVI rompe el 'tabú' de que el Papa es inamovible
El término 'tabú' fue (y sigue siendo) una palabra comodín muy usada en el discurso de los vanguardistas post-conciliares, teólogos, moralistas, pastoralistas, liturgistas. La exótica palabra polinesia apareció originalmente en textos de fenomenología y antropología de la religión, y después se acomodó impropiamente en textos de toda clase, con un valor e intención casi siempre peyorativo y descalificativo, tal y como lo usa el cardenal Policarpo.
El tono con que lo dice es, también, eufórico, una especie de exclamación victoriosa, como un ¡por fín! que expresara un arraigado anhelo por muchos ansiado y en todos sitios esperado. Por lo menos, esa es la impresión, entiendo.
Lo que sigo sin entender es el regocijo que la renuncia del Papa ha provocado en tanta gente. Ayer me sorprendieron con la ocurrencia de una hermandad-archicofradía; me proponían organizar un Te Deum la tarde del 28, en 'acción de gracias' por Benedicto XVI. Discretamente, he rehusado; gracias a Dios tenía en mi agenda unas predicaciones fuera de la ciudad, conque me resultaba imposible poder estar en el tedeum (que he desaconsejado).
Rezar es necesario, sí, muy especialmente en estas circunstancias penosas y extrañas. Hace seis siglos que un Papa no renuncia, y esta es la primera vez que se hace con una determinación semejante. El hecho no es feliz, no son días de júbilo los que vive la Iglesia.
Sentir con Benedicto XVI, débil y anciano, no significa alegrarse por lo que ha hecho.
El semblante de Mons. Georg Ganswein en la Misa de Cenizas (¡memento homo!) en San Pedro serviría muy bien para ilustrar lo que digo (el del propio Benedicto, también):
+T.
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