domingo, 30 de noviembre de 2008

Cosas de Adviento

Me entona bastante el Adviento, soy muy sensible a su "efecto". Siempre me motiva. Los frutos serán luego los que sean, pero la sintonía existe.
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Esta mañana, cuando leían Is 63, 19 "...ojalá rasgases el Cielo y bajases derritiendo los montes con tu presencia..." recordé a un simpático amigo, muy tremendista para ciertas cosas, al que le he escuchado decir alguna vez esta cita, o alguna frase equivalente. Existe un adviento que clama extremos así, consumidores y terminantes, de inexorable justicia. Terrible, pero sagrado.

Yo me retrataba mejor en otro pasaje, también leído en la Misa de esta mañana, Is 64, 5: "... nos marchitamos como la hojarasca y nuestras culpas nos arrastran como el viento." La imagen natural de las hojas de Otoño barridas por el aire me resulta muy significativa, una alegoría de nuestras insustancialidades y derivas. Sale en una de las estrofas del Rorate Caeli, el canto de Adviento más popular del repertorio gregoriano.

El Salmo -"Señor, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve!" (Sal 79) parece un clamor respondiendo al versículo que cerraba la lectura del profeta: "...Y sin embargo, Señor, Tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y Tú el Alfarero, somos todos obra de tus manos" Is 64, 7.

Y el Apóstol, remacha: "...habeis sido colmados en Él con toda clase de riquezas de palabra y conocimiento,
en la medida que el testimonio de Cristo arraigó en vosotros.
Por eso, mientras esperais la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no os falta ningún don de la gracia. Él os mantendrá firmes hasta el fin, para que seais irreprochables en el día de la Venida de nuestro Señor Jesucristo: Él es fiel."
I Cor. 1, 5-9.

Del Evangelio he escrito algo en otro sitio: El gallo de Adviento.
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Ya he dicho que me "entona" este tiempo del Rorate Caeli. Y espero - porque lo deseo - que a todos nos siente bien, muy bien.
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+T.