lunes, 3 de diciembre de 2007

Javier

Un particular común a toda vocación verdadera es la resistencia, la que hace el llamado cuando comprende que se le llama. No hay vocación sin pero, no hay vocación sin oposición.

La llamada se tiende a confundir con el medio humano-terreno, hasta que se acepta su entidad sobrenatural y que es Dios el que está llamando valiéndose de causas intermedias, la Iglesia entre ellas, pero no sólo.

El medio intermedio de la vocación de Francisco Javier fué Ignacio de Loyola. Sería digno de ver al maduro padre Ignacio, con su leve y disimulada cojera, acercarse por detrás a Francisco y decirle quedamente aquel "...Javier, Javier, ¿de que te vale ganar el mundo si pierdes tu alma..." La voz de un santo que se está haciendo Santo y que busca más gente para la Santidad es poderosamente inquietante, sobrenaturalmente turbadora. La voz del padre Ignacio en el oído de Javier tuvo que ser así.

El escenario era La Sorbona de París. París siempre ha sido París. La esencia de una ciudad se hace, se va haciendo lenta, en la historia, con la historia, por la historia, pero con definición de carácter desde sus orígenes, y el París de esta vocación con protagonistas españoles era París, que tanto afecta a los españoles.

Cuando el llamado se rinde, se rinde con versículo de profeta; lo pondré en francés, para que suene a parisien: "...Tu m'as séduit, Seigneur, et je me suis laissé séduire..." Jr 20,7 La conmoción es finalmente sincera, honda, personal, amorosa y dolorosa, y gozosa.

Javier, después rendir la plaza de su corazón, diría con toda consciencia la oblatio universalis: "...todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta", aquella absoluta ofrenda que el padre Ignacio pone en la 4ª semana de sus Exercicios Espirituales, la "contemplación para alcanzar amor", que empieza así:

"Primero conviene advertir en dos cosas: La primera es que el amor se debe
poner más en las obras que en las palabras. La 2ª, el amor consiste en
comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al
amado lo que tiene o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado
al amante; de manera que si el uno tiene sciencia, dar al que no la tiene, si
honores, si riquezas, y así el otro al otro." E.E. nº 230

Y más abajo, en el nº 234, viene la oblación universal:

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y
toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo distes, a Vos, Señor, lo
torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y
gracia, que ésta me basta.

Y ya está.

Esta mañana, en el Oficio de Lectura, salía una vibrante carta de Javier al padre Ignacio. Javier ya estaba en Asia, evangelizando en la India. Este párrafo es emocionante, retador, inquietante:

"...Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!»

¡Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que ponen en sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios de su ciencia y de los talentos que les han confiado. Muchos de ellos, movidos por estas consideraciones y por la meditación de las cosas divinas, se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad y al arbitrio de Dios, diciendo de corazón: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga?» Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India."

Como un loco, dando voces por las áulas de La Sorbona de París, despertando a los que duermen, inquietando a los tranquilos, llamando como le llamaron a él.

Es la pasión de Javier. Hoy ha sido su día, y ha sonado su voz de "Divino impaciente".

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