La bici del tráuma de la mañana de Reyes era la mejor bici del momento: Una Supercil ! Eso me dijo Pepe el Narino, que su padre tenía un taller y sabía más que nadie de bicis y de marcas de buenas bicis; una Supercil, de las nuevas, de las del catálogo de temporada.
Como si nada, la estimación de lo superbuena que era no me motivó ni un pelo. La bici quedó en mi dormitorio, celosamente vigilada porque mi ego impedía que nadie montara lo que yo todavía no había estrenado. Ni mi hermano, ni mis hermanas, ni nadie de casa se atrevía a pisar un pedal o rozar el manillar, quedándose la superbici enclaustrada, indefinidamente. Durante aquel tiempo frustrante, sólo tuvo una función activa: el timbre, que era el único elemento de la maquinaria que yo dominaba sin problemas ni riesgos de lesión.
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Pasaron cuatro años, 4. Cuatro años en los que la superbici no se enmoheció porque en casa no había humedad; la bici estaba en mi cuarto y le quitaban el polvo todos los dias. Intacta. Tengo que reconocer que mi padre no decía ni pio; nunca me recordó que allí estaba aquella superbici, ni me sugirió nada sobre la bici, ni la nombraba siquiera. No sé si por expectante prudencia, o por contenida frustración que temía empeorar la mia, oculta, pero activa. Tampoco recuerdo lo que yo sentía cuando veía a los chiquillos de mi edad con sus bicis, pedaleando el dia entero; no sé lo que pensaba porque lo habré sumergido en el más remoto subconsciente, para no recordarlo.
El pequeño drama tomó proporciones de tragedia griega cuando mi hermano, mi propio hermano, dos años más pequeño que yo, un día de descuido, en un acto de temeraria audacia, se montó en la bici y salió rodando sobre ella, tan campante, como si no hubiera hecho otra cosa en la vida. Caín y Abel, Esaú y Jacob, Eteocles y Polinices, Rómulo y Remo, mi hermano y yo (yo y mi hermano, quiero decir). Una tormenta se cernía sobre nosotros.
Pero lo que no pudo el estímulo paterno, lo movilizó el celo fraterno. Tenía que dominar aquella bici que se había convertido en una bomba a punto de estallar entre mi hermano y yo. Un drama que podía terminar en tragedia porque Papá reconoció derechos de usufructo sobre la bicicleta a mi hermano, ¡rayos y truenos!
Con esas, me armé de valor y me lancé a la calle con la bici. Sólo Mamá era testigo vigilante y silente cómplice, que no decía nada, ni contaba nada (o por lo menos lo disimulaba perfectamente). Yo ya estaba en el Instituto, estudiando 1º de Bachiller, con nueve años cerca de los diez. Como los horarios eran distintos a los de mi hermano, que estaba todavía en el Colegio, aprovechaba las horas vacantes para domar la bici sin tener que soportar el pitorreo de mi irritante hermano.
Primera salida: Corta; apenas media hora de tambaleos y choquetazos con el portón de la cochera de enfrente.
Segunda salida: Aventurada; calle bajo hasta la Alameda de pared a pared, y vuelta a pie, con la bici del manillar.
Tercera salida: Tremenda; al volver la esquina de la calle Pedro Parias me abalancé sobre una tertulia de viejas sentadas al sol, que me vieron venir y no tuvieron tiempo para quitarse de enmedio y recogerse, y caí encima de las viejas y las sillas; me levanté como pude con la bici ,y una vieja decía -¡Jesssuuú! y otra vieja decía -¡Niiiñññoo! y otra vieja decía -¡Cooooñññññ! Y yo no sé qué decía, ni qué dije, ni cómo llegué a mi casa, con la cara demudada y el corazón en la boca.
Cuarta salida: Temeraria; muy valiente, porque no me acobardé con lo de las viejas del dia antes, y me fuí con la bici a la Plaza de Abastos; pero, ahora que lo recuerdo, me asombra mi propia temeridad (mi madre decía que me gustaba el peligro y lo buscaba!). Era dia de puestos y fuera del recinto de la Plaza se ponían los ambulantes con cacharros, telas, especias...Compré no sé qué que me habían mandado, y me subí a la bici. Enfilo con la rueda de delante dubitante y temblona la calle abajo, y de repente, de uno de los puestos, sale la tonta del pueblo (bueno, una de ellas porque había varias). Era una gordita grandullona, con media lengua, que se me puso enmedio de la calle y decía: - "Ad qued nod me coguez? Ad qued nod me coguez? Ad qued nod me coguez?"... (la pobrecita no era consciente del peligro en que estaba)...¡¡¿Que no la cojo?!! Se me fueron los ojos a la rueda de delante y yo no veía otra cosa que la rueda de delante y le metí la rueda de delante a la tonta entre las piernas y fuí con la tonta rodando hasta la cristalera del zapatero donde quedamos de muestra la tonta, la bici y yo.
Después de aquello (mi madre no se enteró de lo de la tonta y si se enteró lo disimuló admirablemente) ¡¿Qué más me podía pasar?! Un borrico!! Un borrico del calero con una carga de escombros en los serones al que le metí un topetazo con el manillar y que nos blanqueó de cal a la bici y a mi.
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Fué una intensa semana, una heróica semana en la que rubriqué mi pequeña epopeya con la indómita bici del tráuma.
Epílogo: Y fuí el más feliz bicicletero de mi casa, superando en rodaje a mi desafiante hermano y disfrutando de la bici como pocos de mi edad habrán distrutado nunca de dos ruedas y un manillar.
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