viernes, 4 de marzo de 2011

Apostillas al adelanto del libro de Ratzinger 'Jesús de Nazareth' (2ª parte)



El próximo dia 15 de Marzo, Deo volente, saldrá a la venta en todo el mundo la segunda parte de la obra 'Jesús de Nazareth', bajo el nombre de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI como autor, una autoría, cuanto menos, bastante equívoca. Ayer se anticiparon en algunos medios oficiosos algunas partes del libro, imagino que como publicidad, para ir estimulando el interés del público. Lo que no entiendo es que se excite desde estos prolegómenos de la edición la polémica, dado el contenido de los extractos que se han adelantado.

A propósito del libro 'Jesús de Nazareth' ya he opinado, en este blog y en otros sitios, que ha sido una monumental indiscreción (o incluso imprudencia), en tanto en cuanto propicia la confusión entre el magisterio pontificio (que no es) y las opiniones y/o exposiciones exegético-cristológicas de un afamado teólogo (que es lo que solamente es). Al final hay que reconocer que el profesor Ratzinger ha caído en la comprensible (y perdonable) actitud típica del autor que piensa que el mundo no estaría completo si le faltase su obra. Entiendo el empeño y estima del profesor Ratzinger por su docto trabajo, pero no comprendo el empeño de Su Santidad Benedicto XVI en ver publicados esos trabajos suyos ahora, cuando sus circunstancias personales han cambiado y son otras, de otro nivel.

Unos trabajos nada extraordinarios, por otra parte. Poco (o nada) acostumbrado a la lectura de este tipo de libros, el público católico que gracias a las editoriales que han lanzado el libro como un best-seller han leído la primera parte del 'Jesús de Nazareth', se sienten admirados por la calidad, altura, profundidad e interés de sus capítulos. Pero no advierten que la obra del profesor Ratzinger es una más de entre las muchas que se han publicado sobre esa misma temática en estas últimas décadas. Item más: El profesor Ratzinger, con toda su innegable maestría, se revela como un teólogo de su tiempo, de su momento, perfectamente rastreable en sus fuentes, inspiraciones, influencias, preferencias, dependencias etc. Nada excepcional. Bastante previsible. Absolutamente reconocible dentro de las tendencias y estilos de la teología, la cristologia y la exegética del período pre y post conciliar.

Por eso mismo me atrevo a discutirlo y hasta contradecirlo, si cabe, quizá pecando de cierta temeridad; yo no soy exegeta titulado, yo no soy catedrático de teología, sólo soy un católico que sé lo que creo y que me he formado y mantenido dentro de la fe de mis mayores, fiel a la verdad de una tradición doctrinal que me han transmitido. Solamente.

Dicho esto, voy a mi breve y pobre disertación sobre lo adelantado del libro, con todo respeto para con su autor, of course:

Parece que en la segunda parte de su libro 'Jesús de Nazareth' el profesor Ratzinger interpreta algunos pasajes de la Pasión; la prensa ha resaltado uno, especialmente: La participación y/o responsabilidad del pueblo judío en la condena de Jesucristo, en particular la tremenda cita de Mt 27, 25
"... Y todo el pueblo respondió: «¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!»..."

En su libro el prof. Ratzinger tiende a aligerar el sentido tradicional con el que la Iglesia, desde tiempo inmemorial, ha entendido ese versiculo del Evangelio de San Mateo. Un versículo que - muy a pesar de los esfuerzos en sentido contrario del prof. Ratzinger - sintoniza con la narración de la misma escena en los otros Evangelios, no sólo San Marcos y San Lucas, sino también el de San Juan.


Dejando de lado otras afirmaciones discutibles y asimismo desconcertantes, viniendo de quien vienen, a propósito de ese versículo concreto, yo diría que:

- que es indiscutible la participación protagonista del Sanedrín y la Jerarquía Sacerdotal judía en la condena del Señor, con Caifás y Anás, Sumos Sacerdotes, al frente

- que según la tradición judía ellos representan al pueblo, de manera muy especial en cuanto tal nación santa, con una identidad social, política, estamental y religiosa especialmente definida y reconocida

- que en la Sagrada Escritura, desde el Antiguo al Nuevo Testamento, aparece con un significado de primerísimo valor la figura de la personalidad corporativa o capitalidad representativa, según la cual algunos indivíduos, grupos familiares o instituciones religiosas y/o políticas tienen un valor representativo-corporativo, redundando sus acciones en beneficio o perjuicio de todo el pueblo, a quien representan de forma real y efectiva, no solamente simbólica; así, en el principio, el pecado de Adán y Eva afectará a toda su descendencia; y el pacto del Patriarca Abrahám bendecirá y comprometerá a toda su descendencia; y, más adelante, el pecado de los reyes gravitará sobre su pueblo; y, muy especialmente, el oficio sacerdotal de Aarón y sus hijos y descendientes en el sagrado ministerio cúltico representa al pueblo entero, por quien ofrecen holocaustos y sacrificios; y de manera aún más particularmente circunscrita a la persona concreta del Sumo Sacerdote, su oficio es definido como una función sacra y representativa de y para todo el pueblo, de manera muy especial en el momento de su ministerio litúrgico-sacerdotal el dia de la Fiesta de la Expiación, cuando penetra solemnemente y de forma exepcional (sólo ese día del año) en el Sancta Sanctorum del Templo, para ofrecer el sacrificio de expiación por los pecados y culpas de todo el pueblo (cfr. Lev 4, 3ss y Lev 16, 2ss.***

- que las facultades y dones recibidos en razón de tal dignidad-oficio sacerdotal permancen aun en medio de las circunstancias de aquellos momentos cúlmenes del Misterio de la Redención, como recalca explícitamente San Juan en su Evangelio (cfr. Jn 11, 47-52, un texto que fija una de las claves más importantes para la compresión del sentido y el valor de la Pasión del Señor)

- que resultaría escandalosa una exposición que diera preferencia a unos textos sobre otros, como si unos pasajes de los Santos Evangelios merecieran más crédito que otros, o como si hubiera que descartar el valor de algunos pasajes por el interés de otros, siendo como son textos revelados íntegramente con un valor propio e inmutable en su sentido

- que resultaría desconcertante una actitud exegética que se definiera en contra de la tradición de la Iglesia, que ha comentado esos textos con un sentido bien determinado y constante, ya en los mismos Libros del Nuevo Testamento y después en las obras de los Santos Padres y los comentarios de los Doctores de la Iglesia, antiguos y modernos

- que ha sido constante en la tradición exegética de la Iglesia Católica el esfuerzo por concordar los textos evangélicos si aparentemente parecen discordar en algunos detalles y/o expresiones, siendo extraña a esta tradición de la Iglesia el exponer dichos textos como si estuvieran en flagrante contradicción entre ellos, algo imposible dado el carácter revelado y sagrado de los mismos

Si todo esto estuviera motivado por una apología en favor de la inculpabilidad del pueblo judío en la muerte del Señor, la excusa sobra en tanto parece redundante tratar sobre algo que en los mismos Evangelios queda expuesto; e igualmente en otros Textos Sagrados. Podría valer como excursus del autor, como nota sobre el texto en cuestión, pero siempre cuando no descargue a esas citas de su valor, aunque estremezca lo que el texto dice, su signficado, y su alcance.

Tocante al pueblo judío y su valoración pre y post cristiana, los textos del Nuevo Testamento son suficientes y válidos, y no se deben ni minimizar ni magnificar en ningún sentido, ni con un plus de inculpación ni obviando o exculpando las imputaciones. En este sentido, los textos paulinos sobre este tema particular deben entenderse como definitivos.

Un odio alimentado por un "deicidio" siempre recordado iría en contra de las mismas palabras sacrosantas de Cristo en la Cruz -"...Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" Lc 23,34; pero un descargo de las culpas en el sentido que proclaman tan terriblemente las palabras de Mt 27, 25 resumiendo en ellas uno de los particulares constatables de la Pasión, supondría una ocultación del texto del Evangelio por un prejuicio positivo tan errado como los que cargan las tintas vindicantes movidos por un prejucio negativo. Lo escrito escrito está, podría decirse, usando palabras de los Santos Evangelios.

En otro articulete que comentaba alguna cuestión sobre la actitud y las enseñanzas sobre el pueblo judío que han caracterizado a estos dos últimos pontificados, el de Juan Pablo IIº y el actual de Benedicto XVI, recuerdo haberme preguntado hasta qué punto la propia historia personal y los acontecimentos vividos y conocidos por Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger en Polonia y Alemania durante su juventud, en los ominosos años del régimen criminal de Adolf Hitler, han influído después en las consideraciones que sobre Isarel y los judíos aparecen passim en los documentos de ambos pontificados. Entiendo que no es una cuestión casual, y que un día quizá merezca la atención de algun estudio monográfico sobre ello.


En contraposición hemos experimentado la profunda contradicción que se levanta como un muro real, más allá de las buenas intenciones, entre Iglesia y Sinagoga; por ejemplo en la polémica suscitada a propósito de la oración pro iudaeis de los Santos Oficios del Viernes Santo, un venerable texto litúrgico que nunca debería haberse alterado ni sustituído, ni antes ni ahora, opino.

En estas cuestiones tan cargadas de historia, la historia de los hechos y su desenvolvimiento da razón a la misma historia con esos propios hechos; es cuestión de tiempo, de más tiempo, de más historia. Justo lo que parece olvidarse en este tiempo nuestro, tan amigo de las aceleraciones, los movimientos y las mudanzas apresuradas, tan nocivas para poder llegar a una serena y sabia comprensión de las cosas. O diríase mejor: Una santa comprensión y asunción del Misterio, más allá de las imperfecciones de nustros juicios e impresiones. Para estos casos, la tradición no es un recurso posible sino una necesidad fundamental e insustituíble.

*** Incluso esta figura de la personalidad corporativa está latente en el mismísimo dogma de la Redención, en cuanto Cristo se entrega Él mismo y merece por nosotros; una verdad que luego se explaya como consecuencia en la doctrina paulina del Cuerpo Místico en la Iª Cor: Cristo es la cabeza y los cristianos somos miembros suyos formando parte de la Iglesia, que es su Cuerpo.


+T.

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