martes, 1 de marzo de 2011

El Discurso del Rey


Me alegro cuando las buenas películas obtienen galardones merecidos. Si el aprecio es general, mejor. Y si ganan un oscar, mejor para los óscares, esa degenerada y archi-prostituída institución. En este caso, la peli dignifica al premio.

La he visto en un cd pirata, y la he visto ya tres veces. Es un recurso casero, hasta que salga el dvd. Las pelis que me gustan, como los libros, las veo y las re-veo sin cansarme, al contrario. Terminan siendo una parte de mi pequeño mundo, imágenes, personajes, escenas, sonido y palabras. Esta, por ejemplo, ya la tengo archivada e intuyo hasta cuando me apetecerá re-verla.

El actor, Colin Firth, sólo tiene un remoto parecido con el personaje, el discreto Jorge VI; caracteriza muy bien, pero el valor de su interpretación es el mismo personaje de la película, con la propia historia base del guión. Sin embargo me ha llamado la atención la admirable caracterización que hace Elena Boham-Carter de la reina Elizabeth: Mediante una serie estudiadísima de movimientos y detalles de expresión (tics, miradas, giros de cabeza, postura de pies y manos) consigue recrear mucho más allá del guión, vestuario y maquillaje al personaje interpretado. Si a C. Firth le han dado el oscar, a la Boham-Carter se lo deben.

El doctor, bien. Los demás, también. Destacaría a Michael Gambon haciendo de Jorge V.

Pero me gustaria subrayar esto, particularmente: A la hora de valorar la peli, su contenido, se reseñan los valores que se ponen de manifiesto, superación personal, lucha contra las circunstancias y los complejos, la sinceridad de las relaciones, la cordialidad, la confianza, la amistad.

Pero junto a todo eso la peli es un intenso drama histórico-doméstico, con dos planos, o dos esferas: Un hombre y una familia que recomponen su vida personal; y la vida de una nación, de un estado/un reino puesto al borde de la quiebra de su identidad institucional por la vanidad de otro hombre que no quiere asumir su responsabilidad personal, moral, familiar, institucional y nacional, a no ser que las condiciones sean las que él propone, las suyas propias por encima de todos y de todo. Son dos conceptos, una crucial coyuntura con dos desenlaces en paralelo paradójico: La frustración de una brillante personalidad, atractiva, fascinante, pero renuente en el momento decisivo; y la afirmación de un carácter latente, doliente, consciente y responsable más allá de sus auto-reconocidas limitaciones.

Y junto al héroe, la heroina, que es la eposa, la queen Elizabeth de la Boham-Carter, tan imprescindible, tan realista, tan circunspecta, tan pragmática, tan flexible en su firmeza. No juzgo a los personajes de la historia real, sino que leo en la excelente representación que hace el film de unos tipos figurados sobre unos originales evocados: Una historia sobre un momento de la Historia en que una nación gravitaba sobre una familia y su pequeña historia: Unos abandonando con frívola vanidad, dejando un rastro de decepciones y desalientos; otros asumiendo lo que les toca con voluntad sufrida, sembrando esperanzas y alentado ánimos.

Me gusta mucho el cine inglés. Y los actores. El estilo inconfundible de sus películas, de las series de televisión, que se podrán imitar, pero no superar. Sin falsear la historia, exponen - dentro de los límites del medio cinematográfico - con veracidad, respeto y dignidad.





+T.