"...nos encontramos ella y yo solos, apoyados en una ventana que daba al jardín interior de la casa donde nos hospedábamos, allí en Ostia Tiberina, donde, apartados de la multitud, nos rehacíamos de la fatiga del largo viaje, próximos a embarcarnos.
Hablábamos, pues, los dos solos, muy dulcemente y, olvidando lo que queda atrás y lanzándonos hacia lo que veíamos por delante, nos preguntábamos ante la verdad presente, que eres Tú, cómo sería la vida eterna de los santos...., y abríamos la boca de nuestro corazón, ávidos de las corrientes de tu fuente, la fuente de vida que hay en ti.
Tales cosas decía yo, aunque no de este modo ni con estas mismas palabras. Sin embargo, tú sabes, Señor, que cuando hablábamos aquel día de estas cosas..., ella dijo:
- 'Hijo, por lo que a mí respecta, ya nada me deleita en esta vida. Qué es lo que hago aquí, y por qué estoy aún aquí, lo ignoro, pues no espero ya nada de este mundo. Una sola cosa me hacía desear que mi vida se prolongara por algún tiempo: el deseo de verte cristiano católico, antes de morir. Dios me lo ha concedido con creces, ya que te veo convertido en uno de sus siervos, habiendo renunciado a la felicidad terrena. ¿Qué hago ya en este mundo?'(...)"
Confesiones, lib.9º
Otra conversación de este género, también cargada de emociones humanas y sobrenaturales, fue la de Benito con su hermana Escolástica:
"...Con el interés de la conversación se hizo tarde y entonces aquella santa mujer le dijo: «Te ruego que no me dejes esta noche y que sigamos hablando de las delicias del cielo hasta mañana».
A lo que respondió Benito: «¿Qué es lo que dices, hermana? No me está permitido permanecer fuera del convento». Pero aquella santa, al oír la negativa de su hermano, cruzando sus manos, las puso sobre la mesa y, apoyando en ellas la cabeza, oró al Dios todopoderoso.
Al levantar la cabeza, comenzó a relampaguear, tronar y diluviar de tal modo, que ni Benito ni los hermanos que le acompañaban pudieron salir de aquel lugar.
Comenzó entonces el varón de Dios a lamentarse y entristecerse, diciendo: «Que Dios te perdone, hermana. ¿Qué es lo que acabas hacer?».
Respondió ella: «Te lo pedí, y no quisiste escucharme; rogué a mi Dios, escuchó. Ahora sal, si puedes, despídeme y vuelve al monasterio».
Benito, que no había querido quedarse voluntariamente, no tuvo, al fin, más remedio que quedarse allí. Así pudieron pasar toda la noche en vela, en santas conversaciones sobre la vida espiritual, quedando cada uno gozoso de las palabras que escuchaba a su hermano." Diálogos de san Gregorio Magno, lib. 2,33
San Gregorio añade un comentario muy singular: "No es de extrañar que al fin la mujer fuera más poderosa que el varón, ya que, como dice Juan: Dios es amor, y, por esto, pudo más porque amó más."
Sin duda es una nota de santidad imaginar la Gloria, hablar de ella con deseo y expectación. Pero es conversación de Santos, entre gente adelantada en santidad. No es tema para charla entre pecadores, aunque sea un tema que se puede y debe exponer, propiamente, al predicar los novísimos. Pero no es conversación para pecadores, ni para incipientes, ni siquiera para proficientes. Sólo los que están muy arriba en la escala pueden pararse a tratar del Cielo imaginándose en él.
En privado, como meditación personal sí puede caber, con mesura, sin excederse.
Porque lo pobres viatores, los tentados, los que caemos, debemos aplicarnos en meditar, preferentemente, los otros novísimos: Muerte, juicio, infierno. La Gloria, como un postre exquisito, extraordinario, sólo nos debe ocupar la meditación cuando nos venga bien un respiro, de tiempo en tiempo. O cuando precisemos un estímulo, de vez en cuando. O si tuviéramos necesidad de un aperitivo que nos excite el apetito de la Gloria, si desfallecemos.
Es un refresco reconfortante, una brisa limpia y ligera en la cara del alma, pensar en la Gloria, vernos allí y hablar de aquello, que es nuestra meta.
Dios nos dé santidad de vida y Santos en el camino para tener y mantener conversaciones de Cielo y de Gloria.
Ad superna semper intenti !!!
+T.