viernes, 11 de diciembre de 2009

¿Mártires por el Crucifijo? Las mitras primero, please.

No pretendo que esto sea una “carta abierta"; ni siquiera aspiro a que Osoro lo lea; ni mucho menos que responda. Nada de eso; conozco mis límites. Pero tomándole “virtualmente” la palabra a Osoro, ya que da pié, le cedo el paso: ¡Usted primero, Monseñor! O con más protocolo: Su excelencia Reveredísima delante, siempre delante, siempre el primero. ¿Que a qué me refiero? A su invitación, a eso que dice la carta: “Seamos cruces luminosas, crucifijos vivientes”

Cuando me preguntan qué (tipo de) obispo me gusta más, suelo responder que los mártires: Los obispos que me gustan son los mártires. Eso lo tengo muy claro. A los obispos en general les profeso afecto teologal y caridad pastoral, rezo por todos (por todos “los que promueven la fe católica y apostólica”, como reza el Canon Missae; a los que no, que se los lleve un remolino). Pero a los que amo y admiro son a los mártires; mártires patentes, sin confusión, estilo Thomas Becket (que me parece que es el Santo Patrón de los Obispos, precisamente, para que vean Uds. que no me equivoco en mis preferencias).

Conque ateniéndome a mis gustos episcopales estoy deseando, deseandito, de tener en España algún Obispo Mártir actual, del presente. Y verían ustedes cómo cambian las cosas. Porque una cosa es alentar a los fieles a que se dejen crucificar, y otra que el obispo con mitra y báculo sea el primero que rompa filas y suba determinado, decidido y diligente al patíbulo. Un espectáculo que siempre edifica y conmueve y anima. Muchísimo.

Y no es que yo no sepa de qué pasta están hechos los obispos, no. Yo sé que son del mismo barro común, greda y arcilla como la de los demás (algunos tirando a cántaro, otros más modelo botijo, y algunos más finos con perfil de porcelana de Sèvres; pero barro al fin). Yo sé que a San Pedro tuvo que salirle el Señor en la Via Apia y que su Apóstol le preguntó Quo vadis?; yo sé que San Cipriano se emboscó en un cortijo de Cartago hasta que se decidió, más tarde, a salir y exponerse. Yo sé todo eso. Sí. Pero por todo eso espero de nuestros jerarcas más, mucho más.

Si en España hubiéramos tenido más obispos “testigos” y menos obispos “dialogantes", otro gallo nos cantaría ahora. Que los sermones de púlpito (oh! perdón: ambón, quería decir) y las pastorales y las circulares y demás género están muy bien (bueno, es un decir, ustedes me entienden). De letras y párrafos y citas andan nuestros prelados sobrados (ha habido uno que recientemente ha publicado sus Pastorales Completas en un tomo que pesa 3 kilos y pico, y que los pobres curas no saben qué hacer con el mamotreto). De recursos orales y escritos estamos despachados, muy bien despachados. Pero de “martirios” andamos escasos, muy cortitos, vacíos: Sin ejemplares en la galería, vamos. Y si algo necesitamos es, precisamente, eso: Ejemplos martiriales episcopales.

Cuando el Concilio de Nicea, el primero ecuménico, contra Arrio y los arrianos (otra vez de actualidad por todos sitios, quién se lo iba a figurar), los Padres Conciliares llegaban al aula conciliar con las marcas de las torturas, las señales de sus martirios incoados y no acabados. Eran los Confesores, los que se libraron de la muete cruenta final pero soportaron los instrumentos de los verdugos o padecieron las penalidades de las cárceles y los trabajos en las minas. Fueron lo más santo de aquel Concilio. Y los que dieron fuerza con sus personas a los que luego sufrieron la persecución de los arrianos, el valeroso e infatigable Atanasio el primero, hasta gastar su vida por la Fe.


Pues eso. Que lo sepa (debe saberlo) Monseñor Osoro y con él todos sus excelentísimos y reverendísimos hermanos epíscopos: Que estas exortaciones al martirio llevan mitra, o no valen. Que primero los jefes y después la tropa. Que la vocación al ministerio más alto requiere del elegido el sacrificio más claro y ejemplar.

No sé por qué se me ha venido a la cabeza una escena de una de esas pelis de la 1ª Guerra Mundial (¿Senderos de Gloria de Kubrick ??): Los soldados en las trincheras, arreciando bombas y metralla, y los capitanes tocando un pito para que los soldados salieran de las trincheras y “avanzaran". Una escena patética.

Pues eso. Ánimo y adelante. Estamos esperando la señal. Y esperamos que no sea sólo un pito. No sé si me explico.


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