martes, 29 de mayo de 2007

Super suffragiis etc.

El "sistema democrático" es uno de los embelecos del siglo XX - que lo imaginó un summum - y sigue siendo un tope para el XXI, que todavía no se las ha ingeniado para inventar nada mejor.
Sólo un conformista super-amoldado se quedaría satisfecho con esa magnífica salida churchilliana de que, al fin y al cabo, es el menos malo de los sistemas conocidos.

Nuestra sociedad de masas, tan lejos de la polis de Atenas, deja todavía más en evidencia la idoneidad del invento. Lo de 1 hombre 1 voto tenía cierto sentido efectivo cuando los hombres y sus respectivos votos eran reconocibles y valorables en las proporciones de una ciudad-estado. Casi todas las teorías políticas de la antigüedad, con sus hipotéticos regímenes y gobiernos, se hicieron sobre el plano de una ciudad. Ni Platón ni Moro tenían en sus mentes algo mayor que la Atenas periclea, o una ínsula quasi oxoniense. Hasta la cervantina Barataria era eso: Una gobernable y perimetral ínsula para un Sancho.

Por todo esto, las elecciones democráticas en un municipio son, quizá, las más genuinamente democráticas de las elecciones, tan cerca de Atenas como cabe estarlo in spíritu et veritate. La democracia no es cosmopolita ni metropolitana, y se queda en un engañabobos en cuanto trasciende los límites de su proporción, que es un cánon tan armónico y medido como el de Fidias o Praxíteles.

Cuando alguien canta las excelencias del sistema, resulta quasi grotesco situar al infimo y efímero poder del hombre y su voto en el contexto real de su potencialidad. Incluso el "Ex plúribus unum" de la moderna madre USA, se queda patéticamente cómico ante la populosidad del censo embobecido y entregado a la obediencia de las urnas, que es otro servilismo como cualquiera.

Las palabras de Lampedusa dichas por boca de Falconeri en Il Gattopardo, son tan ciertas como profundo el Sur que las inspira: "...Si vogliamo che tutto rimanga com´è, bisogna che tutto cambi..." Debe cambiar todo para que todo siga igual. En cierto paralelo, tiene Pemán un relato corto que titula "El amo (o el dueño?) del pueblo" en el que cuenta las tragaderas que debía tener un candidato a diputado y los salones que debía visitar hasta llegar al del cacique, que era el que llevaba las riendas, en la base del sistema electoral de candidaturas, votos y democracias de pregón.

Sabiduría del profundo y atávico Sur de Atenas, Palermo o Cádiz que un servidor practica en Sevilla desde hace casi veinticinco años viéndolas venir y dejándolas pasar. Quiero decir que no voto; no que me abstenga, sino que no voto. Aunque reconozco que cuando llegan las municipales, siento tentación de hacerlo en mi pueblo, porque le reconozco cierta verosimilitud al acto. Pero no: Venzo la tentación, y sigo con media sonrisa displicente el entusiamo del ciudadano feliz con el engañabobos de su voto.

Los resultados casi no importan: Cada tiempo va como va, y hasta el Fin no tendrá remedio.

P.s. No me digan fatalista ni pesimista, que es sólo clarividencia con Fe en la Providencia y un escéptico relativismo del hombre, sus políticas y sus alcances.


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