sábado, 30 de junio de 2012

Tu es Petrus


Parece quasi milagroso que el el Cabildo Vaticano continúe revistiendo con tiara y manto la imagen de bronce de San Pedro. La estatua, preciosa, es uno de esos magníficos elementos que quedan apabullados por la máquina portentosa de la misma Basílica. En el ángulo de uno de los machones de la cúpula, en la esquina de la nave de la epístola, frente al Altar de la Confesión y el baldaquino, la veneradísima imagen del Apóstol es apenas perceptible; con manto y tiara reclama más atención. Así y todo, cualquiera que haya asistido a alguna Misa o ceremonia en San Pedro del Vaticano sabe que allí el centro de atención es el Papa.

Cuando el Papa revestía tiara y manto, la impresión de las dos imágenes, la broncínea del San Pedro y la viva del Papa, se coordinaban, conectadas una con otra: Pedro es el Papa y el Papa es Pedro. Y así lo veía y entendía iconográficamente el devoto católico, sin forzar la abstracción, tan plástica, cuando superponía y traducía en conceptos el simbolismo de la dos figuras, idénticas: Este es Pedro, aquí está Pedro.

Item más: El San Pedro de bronce nunca se procesionaba, el que era llevado en procesión era el Papa, entronizado en la sedia gestatoria, a hombros de los sediarii. Una imagen imponente. Y creyente. Se creía en el Papa, en su ministerio sagrado, supremo y único, el mas alto que un hombre pueda cumplir, y todo ello se representaba en el ceremonial vaticano. Se creía en el Papa, y el Papa también creía. No quiero decir que ahora no se crea, ni que el Papa no sea consciente de su sacro ministerio, pero sí digo que la consciencia y su identidad han sufrido cambios que comportan una merma apreciable. La desaparición del antiguo ceremonial lo prueba.

Desde el post-concilio, el Papado se vió afectado por una especie de crisis de identidad, riñendo con sus propios símbolos, que llegaron a verse e interpretarse como extraños, o impropios. El capítulo final - por ahora - lo ha protagonizado Benedicto XVI, al suprimir de su stemma papal la tiara pontificia y sustituirla por una extraña mitra ornada con bandas. ¿Cómo se llegó a eso? Sospecho que desde una acomplejada y errónea interpretación del 'aggiornamento', incluyendo también una lectura con exégesis parcial, subjetiva, reduccionista, de la Escritura, la Tradición y la Historia. Todo ello catalizado por las tendencias, prejuicios y derivas conciliares.

Aun siendo el Papa del concilio, Pablo VI supo conservar muchos de aquellos signos que él mismo había contemplado en pleno apogeo durante su larga carrera curial junto al venerable Pio XII. A pesar de la patética, efectista e innecesaria deposición de la tiara, las imágenes del Papa Montini comunican todavía una solemnidad de formas que desparecerían luego, durante los años deconstructores del juanpablismo. Dentro de los márgenes de su sobria estética, quasi minimalista en comparación con lo anterior, los gestos de Pablo VI eran dignamente solemnes, sin ser triunfales. Hasta aportó un formato nuevo a la imponente estampa de la sedia gestatoria al usar las casullas de corte gótico y portar la férula rematada con el crucifijo, consiguiendo una imagen de sacra majestad quasi insuperable (véase en este youtube, a partir del minuto 1',20" ; y en este otro vídeo, en la sedia bajo palio, revestido con el manto y flanquedo por los flabelli, según el antiguo ceremonial)

Pienso que es un derecho de la Fe el poder verse representada, figurada y simbolizada. Los ornamentos y ceremoniales papales cumplían esa función, no imprescindible pero sí necesaria. Como sucedió con los elementos litúrgicos desechados y/o substituídos, la pérdida de estos signos del Papado son síntomas de una crisis, activa y sin resolver.


Sin duda, el Juan Pablo II del papamovil y todos los sombreros del mundo no se entendía a sí mismo con la misma auto-conciencia de Pio XII coronado con la tiara y portado sobre la sedia. Además de ser diferentes las personas, eran distintos los signos que les distinguian. ¿Esto les hacía diferentes en cuanto pontífices? Sustancialmente no, accidentalmente sí. No esencialmente, pero sí aparentemente. No se olvide que lo exterior es trasunto del contenido, sobre todo cuando expresan realidades confesadas desde la fe. Las formas también proclaman la doctrina, como una extensión particular de la lex orandi lex credendi.

¿Cuánto cuenta la apariencia? Mucho, o poco, según el peso que cada uno le conceda. Aunque parezca lo contrario, el juanpablismo concedió una importancia muy grande a las apariencias, pero justamente desde una perspectiva que destacó por la displicencia con que se suprimieron o substituyeron las formas tradicionales, escogiendo otras, con otro mensaje. La sima de la degradación (exceptuando las excentricidades ocurridas durante los viajes) se alcanzó en las ceremonias de apertura de la Puerta Santa del Jubileo del MM: Compárese con los ceremoniales del Año Santo de 1950, bajo Pio XII, y de 1975, bajo Pablo VI, para apreciar el nivel de degeneración y declive.

Cada vez son más los católicos que se sienten atraídos, fascinados, por todo este patrimonio perdido, una herencia a la vez material y espiritual que pocas veces se discierne equlibradamente según este doble valor. Reclamar la vuelta de la tiara o la sedia por lo atractivo de estos objetos sería un cascarón sin huevo, una estructura hueca, tan frágil como insustancial.

La fe en la alta significación del Papado romano postula también la recuperación de sus signos, no por nostalgia de lo perdido sino por firme convicción de lo que representan.


No he alcanzado a ver una entrada del Papa en la Basílica, entronizado en la sedia, bajo palio, con las trompetas de plata sonando y los fieles aclamando con fervor, pero la fe que profeso, lo que creo del Sucesor de Pedro, conlleva todas estas espléndidas y solemnes expresiones eliminadas por una malentendida y demoledora 'sencillez' que ha privado a los fieles de su derecho a una gloria 'visible', trasunto del misterio de la Iglesia.

El Catolicismo, en la liturgia y el arte, ha demostrado saber definir la eternidad en el tiempo. Cuando una auto-censura reprime en la Iglesia la exaltación formal de su Credo, es señal de una fe débil que se rinde a las presiones y categorías de la pseudo-cultura ajena pretiriendo la preciosa herencia de su tradición.

Lo paradójico es su sustitutivo: La parafernelia juanpablista, mil veces más costosa, equívocamente representativa no de la solidez de la roca petrina sino de la movilidad de criterios, novedades y ensayos.

Y lo más inquietante, la cuestión última que plantea esta crisis de formas: ¿Se hurta a Cristo la gloria debida cuando se minimaliza la gloriosa expresión de su Vicario y su Iglesia?

Termino con otro vídeo: Pio XII en Stª María sopra Minerva (salida del Vaticano, procesión y entrada solemne, y fervorín del Papa en el púlpito de la Minerva).

Oremus ut videamus iterum!


+T.