martes, 29 de diciembre de 2009

Saint Thomas Becket Ep. Mar.


El asesinato-martirio del Arzobispo Thomas Becket en su Catedral de Canterbury fue el magnicidio que marcó la Edad Media, una preciosa uncial miniada con sangre que abría el capítulo de los mártires insignes que en los sucesivos siglos serían víctimas de la tensión Iglesia-estado. El caso de Thomás Becket es un preludio.

Más que un conflicto por hechos, fue una lucha de principios. La secuencia de los acontecimientos que comienzan por un litigio entre tribunales se define al poco como una oposición de fuerzas: El trono contra el Altar; o el cetro contra el báculo; o la espada contra la Cruz. Extensivamente se puede explicar como una continuación more anglico de la Querella de las Investiduras, ahora planteada como una tensión de derechos, de leyes y jueces en conflicto. Pero el motor de todo fue una brutal ambición posesiva que se desmarcó de los límites estamentales que fijaban las competencias y arbitrios de lo sacro y lo profano, lo que era del César y lo que pertenecía a Dios.

Las fuerzas estaban muy igualadas, de un lado el joven Enrique Plantagenet, por herencia y matrimonio el personaje más poderoso de la Cristiandad; del otro un Arzobispo Primado de aquel siglo dorado de la Escolástica, jerarca de la Iglesia en uno de sus más brillantes momentos, con fuertes y capaces eclesiásticos en Roma, en cada sede episcopal y en cada abadía. Hubo y habrá horas en las que la Iglesia fue y será victima de la debilidad de sus pastores, tiempos de tranqulidades mercenerias. Pero la Iglesia vivió y vivirá días de lucha cuando sus sacerdotes son fuertes. Y Thomas Becket era un campeón.

La solución de estas contiendas se salda con pecado o con Mártires, ya prevalezca la debilidad de los contemporizadores que han sido (y serán) ya se mantenga firme la ley santa, con todas sus consecuencias cruentas.

En la historia de Thomas Becket el arreglo de las partes vino después de sus muerte martirial. La Iglesia tiene que escoger, a veces, entre perpetuar una querella o ceder para mantenerse en paz. Mientras los campeones están en la arena, los pactistas observan, sopesan y miden cuánto, hasta dónde y cómo. El sacrificio del Arzobispo Tomás de Canterbury costó una penitencia pública del rey, apenas penitencia porque los grandes de este mundo rara vez cumplen nada, penitencias menos. Y la promesa de una Cruzada, que Enrique II tampoco cumplió. Y dinero para la causa de los Santos Lugares, que se pagó mal y con mala voluntad, como pagan sus deudas los reyes.

Cuando atardecía, después del canto de Vísperas de la Octava de Navidad, los nobles sicarios del rey entraron insolentes y blasfemos en la Catedral. El Arzobispo se mantuvo firme, santamente altivo, virtuosamente sereno, ante el Altar. Insultado y vejado, fue muerto cruelmente, a espada: Un golpe mortal le abrió el cráneo y otros espadazos le hirieron en el cuello, el pecho y el costado. Yació sobre el pavimento del templo, revestido con los sagrados paramentos sacerdotales, empapados en sangre.



Siglos después, cuando otro encanallado con corona rompía la unidad de la Iglesia por la que murió el gran Tomás, la memoria del Arzobispo quiso ser borrada. Sobre las losas de Canterbury los turistas (hay pocas visitas de peregrinos) ven un letrero de metacrilato que explica que una lamparilla encendida marca el sitio de la Capilla del sepulcro de Stº Tomás Becket que Enrique VIII Tudor mandó destruir.

No lo considero un santo de la "Iglesia Anglicana", porque ni son iglesia ni Thomas Becket murió por ninguna "Iglesia de Inglaterra": Murió Mártir de Cristo y de su Iglesia que es Una, Santa, Católica y Apostólica, y tiene su cabeza en Roma, ubi Petrus.

Oremus:

Deus, pro cujus Ecclesia gloriosus Pontifex Thomas gladiis impiorum occubuit: praesta quaesumus: ut omnes, qui ejus implorant auxilium, petitionis suae salutarem consequantur effectum. Per Dnum....Amen.

EX VOTO


+T.