domingo, 8 de abril de 2012

La emoción del dolor, el amor y la Vida


In tribulatione sua mane consurgunt ad me venite et revertamur ad Dominum
quia ipse cepit et sanabit nos percutiet et curabit nos
vivificabit nos post duos dies in die tertia suscitabit nos et vivemus in conspectu eius
Os 6,1-3

En los días previos a la Pasión del Señor son varias las escenas en que sus discípulos le muestran un afecto emocionado, desbordado a veces. Como Pedro, que le confiesa su decidida adhesión -"...Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré" Mt 26,35; o Tomás -"...subamos y muramos con él" Jn 11,36; o María de Betania, rendida en sentimientos a los pies del Señor, ungiéndole en casa de Lázaro Mt 26,6-13; Mc 14,3-9; Jn 12,1-8

Después, durante la Pasión, el miedo se impone a la emoción, casi ocultándola, hasta que vuelve a aparecer expansionada en dolor, un dolor funerario que parece querer compensar post mortem lo que en vida no supieron o no pudieron amar. Es una reacción muy común, característica.

Así comparecen las Miróforas, al alba del Domingo, yendo con ungüentos y con lágrimas al sepulcro de Jesús. Los hechos, sin embargo, se les imponen de forma inimaginada: Iban preparadas para encontrarse con la muerte y se les presenta contundentemente el hecho de la Resurrección: "...No está aquí: ¡Ha resucitado!" Mt 28 1-8; Mc 16, 1-8; Lc 24, 1-10; Jn 20,1-2

Los Evangelios de la mañana de Pascua son así, como flashes tomados con cámara en directo, con primeros planos, que pasan de las lágrimas de dolor a la estupefacción perpleja, y luego al miedo sobrecogido, y después al ansia expectante y finalmente a un gozo interior encendido en fervor que poco a poco consigue aflorar en palabras, por fin: "...¡Es verdad, ha resucitado!..." Lc 24, 34ss. Y así, hasta que la tarde, con la aparición a todos en el Cenáculo (Lc, 24 36 ss. y Jn 20, 19ss.) , serena en alegría luminosa la convulsión de aquella mañana de gloria inefable.


Inefable es lo que no se puede hablar porque no se sabe cómo, porque no se atina, porque la realidad de lo admirado supera la capacidad de nuestra expresión mental y verbal. A los testigos de la Resurrección les sucedió lo que a la Virgen, que estando en medio del Misterio, "...conservaba todo aquello meditándolo en su corazón" Lc 2, 19 y 51.

Ella llevaba toda una vida interiorizando el Misterio y co-participándolo. Ahora, en unas pocas horas, los Apóstoles y los discípulos estaban compartiendo la misma gracia: Ver, oir, tocar, creer, guardar en el alma y vivir en el Misterio.

Cuando se nos proclama a nosotros el Misterium Fidei, nos están convocando a lo mismo.

Crucen Tuam adoramus, Dómine, et Sanctam Resurrectionem Tuam laudamus et glorificamus...!!!

+T.