martes, 25 de septiembre de 2007

Subir y edificar el Templo

Esta semana se está leyendo en la lectio contínua del Misal Romano el Libro de Esdras, uno de los documentos más interesantes de los Libros Históricos de la Biblia.

En la lectura de hoy se nombraba a un trio de magníficos: Ciro, Darío, y Artajerjes, toda una cita de honor. Si los Faraones de Egipto y los Reyes de Asiria y Babilonia cargan con las terribles maldiciones de los Profetas por los siglos de los siglos, los Reyes de Persia, estos Aqueménidas, son bendecidos hasta el punto de que Ciro es una de las pre-figuras del mismísmo Mesías. Todo porque después de los ominosos 70 años de exilio y esclavitud en Babilonia, Ciro el Grande y sus sucesores fueron los libertadores y restauradores de Israel. El edicto de Ciro es una gloriosa proclama: "Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él, y suba a Jerusalén a edificar el Templo del Señor Dios de Israel" (Esd 1,3) .
.

Esa es la expresión, "subir a Jerusalén", que está consagrada en la Escritura, desde el Antiguo al Nuevo Testamento. Toda una sección del Libro de los Salmos se titula "de las Subidas" (Sal 121-134) por contener el repertorio de los 14 salmos que se cantaban por los peregrinos al subir a Jerusalén; también formaron parte de otros ceremoniales y se titularon "graduales", porque se cantaban por los coros de los levitas al subir las gradas y escalinatas durante los rituales cúlticos en el Templo de Jerusalén.

Del Templo - y es el Templo por antonomasia, el único de toda la Historia en el que se ha revelado Dios Verdadero - sólo queda hoy el impresionante Muro de las Lamentaciones y, sobre él, el solar con la gran explanada sobre la que se levantan las mezquitas de Omar y Al-Aqsa. Desde el Monte de los Olivos y el vecino Monte Scopus, la vista rutilante de la cúpula dorada del Domo de la Roca suple espléndidamente el efecto que debió causar el majestuoso Templo (el primero, el de Salomón, destruído por Nabucodonosor en Julio del 587 a.C; y el segundo, el de Herodes, que demolieron y arrasaron los romanos cuando Tito asedia y toma la Ciudad en el año 70 de nuestra era).

A la explanada de las mezquitas no suben los judíos (los judíos observantes); existe una prohibición rabínica que veta el acceso al recinto por el temor reverente de evitar pisar partes sagradas, sólo permitidas por la ley antigua a los sacerdotes; el temor se extrema al imaginar que se pudiera estar hollando el Tabernáculo, el Santo de los Santos, al que sólo accedía una vez al año el Sumo Sacerdote durante las celebraciones del Dia de la Expiación.

Desde el año 70, al poco de la Ascensión de Jesucristo y el nacimiento de la Iglesia, el culto veterotestamentario había cesado violenta y absolutamente, imposible de ser restaurado por no existir el Templo. Esa situación a-litúrgica se ha perpetuado hasta el presente, acompañando la evolución histórica del judaismo y el culto sinagogal, que suple relativamente el antiguo culto del Templo. Recuerdo al p. García del Moral explicando las paradojas de un hipotético culto restaurado: Además de superar para la erección de un nuevo templo el formidable obstáculo de las mezquitas, supondría el restablecimiento del sacerdocio levítico, con la reorganización de los ritos sacrificiales, algo que repugnaría a la sensibilidad moderna del judaismo, tan lejana ya de las formas del culto antiguo.

Sin embargo, parte del actual Israel sueña con esa posibilidad, alentada desde algunos de los sectores más radicales del sionismo. El pasado mes de Mayo, aparecía esta noticia en el diario Haaretz : Un reputado rabino sionista, discute la prohibición de acceder a la explanada del Templo, y anuncia que el año próximo subirán al Templo, que será al fin reconstruído empezando con la ceremonia de lustración de la becerra roja (Num 19,1 ss.). Al parecer, ultimamente los rabinos han estado recibiendo insistentes presiones de los sionistas radicales para que se levantara la prohibición de pisar el antiguo solar del Templo, y los israelistas pudieran visitar sin trabas religiosas la explanada.

Aparte la conmoción religiosa que supondría para la Iglesia y los cristianos(sería revivir las instituciones cúlticas del Antiguo Testamento), la reacción del mundo islámico sería también de dimensiones "bíblicas", pues habría que arrasar las mezquitas para erigir el templo (providencialmente imposibilitado físicamente por esas mezquitas, tan veneradas por la tradición musulmana, que las vincula a la memoria del mismísimo Mahoma, "el" profeta/"su" profeta).

Tremens ac fascinans: Ecco il Sacro !

(Con el pretexto de la lectura de Esdras, que me ha venido al pelo para la esta entrada).


&.