sábado, 12 de diciembre de 2009

Adviento con temor y temblor

La vanidad de la Navidad ha tapado detrás de la cortina del decorado lo terrible del tiempo de Adviento. En las iglesias, las indiscretas novelerías empiezan a decorar con papelitos dorados y estrellitas de plata apenas entra Diciembre. Una desviación más (desviación que es torcer por el camino que no es). Digo esto porque el Adviento - a pesar de la mitigación rosa del Domingo de Gaudete -es tremendo.

Se nos olvida que esperamos el fin del mundo y el advenimiento del Juez Terrible, lo que canta el Dies Irae, esa secuencia que gusta tan poco a los modernos-modernistas. Quizá porque esos Evangelios les rompe el perfil del Cristo-guay que se han imaginado, contra lo que dicen los mismísimos Evangelios. Hemos cambiado al Pantocrator del románico por el Cristo-happy-hippie decadente, falseando el Rostro del Verbo.

Aunque ya hemos pasado a los Evangelios del Bautista y la semana que entra - D. m.- empezarán la ferias de Adviento, estos dias la prensa me ha traído a la memoria el Adviento tremendo que olvidamos pero que asoma amenazador, mal que nos pese. Y lo hace por el lado menos pensado, por las noticias de la astrofísica, una de las vanguardias de la ciencia contemporánea. Por ejemplo esto:

El día que la Tierra sobrevivió al mayor ataque estelar (léanlo que es muy instructivo y muy "piadoso"; y lean también otras noticias de esa sección de astrofísica, todas fascinantes y estremecedoras).

Lo que dice, en suma, es lo que dicen los Santos Evangelios, las profecias de Cristo: Que esto que vemos, el mundo en que vivimos, se terminará como reza el letrero del jeroglífico de Valdés Leal, "In ictu oculi", en menos que se cierra un ojo, en un parpadeo. Así.

Pero no nos queremos enterar. Y el mundo trajina y negocia, come y bebe, canta y baila...sin querer enterarse de que siempre está bailando al borde del abismo. Eso sin contar el sino de cada quisque, la hora de cada uno, que tampoco se sabe pero está llegando y llegará inexorable, imparable, como el final de todo "Quando coeli movendi sunt et terra: Dum veneris judicare saeculum per ignem..."

Hace ya muchos años, me devoré y releí el precioso ensayo de Henri Focillon sobre el milenio "La Europa del año Mil". La gente del pleno medievo, cristiana y creyente, vivió con el alma en vilo durante el medio siglo que precedió al año 1000, temiendo ver venir el Dia del Juicio. Los últimos meses fueron de terror general, y las semanas que precedieron a la Navidad del año mil sobrecogieron a toda la Cristiandad. Los visionarios predicaban que el Señor llegaría la misma noche en que nació, la Nochebuena. Todavía el Misal recoge esa expectación en la última oración del Adviento, la misma tarde el 24 de Diciembre, en la Misa de la Vigilia de Navidad:

"Señor y Dios nuestro, que cada año nos alegras con la fiesta esperanzadora de nuestar redención; concédenos que así como ahora acogemos gozosos a tu Hijo como Redentor, lo recibamos también confiados cuando venga como Juez. Por Ntrº Sr. Jesucristo...Amen"

Una oración muy apropiada para la noche de vigilia, en oración y ayuno, hasta que a las doce se celebraba la Misa de medianoche, la Misa del gallo. Que por cierto era uno de los cantos que anunciarían el Advenimiento, el gallo en la Tierra y la trompeta del ángel en el Cielo.

Cuando miramos el Cielo (la gente de nuestro tiempo mira poco al cielo) nos olvidamos que ya no habrá más una Estrella de Navidad, que no se repetirá. Y no nos acordamos de que las señales de las estrellas que se verán con terror fascinante y estremecimiento universal serán las que anuncien el Dia del Señor, ese que expectamos y profetizamos en el Adviento litúrgico.

A pesar de todo, los cristianos fieles no entienden ese dia, siendo un día terrible, como un dia fatal sino como un día de salvación. Una salvación que debemos aguardar con temor y temblor (Flp 2, 12).

Cuando nos empachan desde un mes antes con la Navidad falseada de los colorines y las escarchas de lentejuelas, uno se da cuenta de lo lejos que estamos de los sentimientos verdaderos que deberían acompañar este tiempo profético. En vez de tener a Cristo como eje hemos puesto en el centro una fantasía edulcorada que nos tapa el alma con algodones de azúcar, desconectándonos del Misterio al que estamos convocados y que un día, el día menos pensado, acaecerá intempestivo, repentino, fulminante.

El Domingo de Gaudete nos teje una trama tierna, rosa inocente como la carne limpia de un niño, sobre el morado mortificado, que es el color penitente del Adviento. La exhortación paulina es animosa y alentadora:

" Χαίρετε ἐν Kυρίῳ πάντοτε· πάλιν ἐρῶ, χαίρετε.../gaudete in Domino semper iterum dico gaudete, modestia vestra nota sit omnibus hominibus Dominus prope / Alegraos todos en el Señor; os lo repito, alegraos; que vuestra modestia sea conocida por todos: El Señor está cerca " Fl 4, 4-5




Ahora no sabría decir si el concepto "modestia" es reconocible, usado por la gente del sigo XXI. Me temo que no, que es de esas cosas de las que ni se habla, ni se enseñan. Pero que son propias de cristianos, que hemos olvidado tantas cosas nuestras, que han dejado huecos por donde se evaporan las esencias como se escapa el perfume de un frasco mal cerrado o perforado.

El Domingo de Gaudete es buen momento para pedir al Señor cosas suaves como el color de rosa: Inocencia, modestia, alegría sencilla de una esperanza que no teme porque ama y todo lo atesora en Cristo, que nació para nosotros (y que vendrá como Juez).

+T.