Me reconozco ciertas profundas simpatías galicanas; también reconozco que son todas de contenido o razón religiosa, histórica y cultural; en política no tengo ninguna afinidad o afrancesamiento. Más aún, opino que el "afrancesamiento" ha sido una de las enfermedades, con tara y endemismo, más perniciosas padecidas por España.
Rindo mi contribución a la vulgaridad de la actualidad, y estoy escribiendo esto con motivo de la victoria de Nicolás Sarkozy en las elecciones galas de ayer. No le tengo simpatía al electo, pero la otra alternativa me gustaba muchísimo menos: Socialista y hembra es una liaison insoportable y portadora de los más funestos augurios.
"Sarkozy" me suena a nombre de tumor o síndrome patológico; desde luego que no me lo figuro como líder de nada, ni de la derecha (la derecha no existe) ni de Europa, que todavía no se sabe bien qué es, qué se quiere que sea y hasta dónde va a ser. Un Sarkozy como ideólogo para tanta incognita, me parece inquietante, entre otras cosas porque, se reconozca o no, la clase política actual es fruto de las circustancias políticas de los últimos decenios, que nada bueno han aportado a la renovación ideológica en Europa.
En Francia, existe una intelectualidad todavía muy afectada por el mito del 68; una tímida y acomplejada crítica parece asomar por aquí y por allá, pero nadie se desdice de aquel fenómeno que tanto, y tan malo, supuso para una sana evolución de la Europa de la psoguerra y la guerra fría. Desgraciadamente, casi nadie reconoce consecuentemente que el gran acontecimiento político con repercusiones a nivel mundial ocurrió en Europa cuando en 1989 se desmonta el sistema comunista desde el epicentro de Polonia y con el entonces Papa de Roma como protagonista esencial del hecho.
La única propuesta novedosa para la Europa de después del 89, se lanzó también desde Roma y por Juan Pablo II: "Europa sé tú misma!". La crónica de los últimos años ha evidenciado cuánta razón y fundamento contenían estas palabras; quizá, también, urgencia.
Para la labor de re-constitución de Europa y el re-encuentro y re-identificación con sus raíces, un francés post-68 es insuficiente. Cuando se evoca al trío Schumann-De Gasperi-Adenauer, se olvida que fueron tres grandes con dos guerras detrás y un sólido y único fundamento político-cultural convergente, y ni el recién electo se puede medir con el trío, ni tiene pareja que le complemente en ninguna de las naciones participantes en el "proyecto europeo". Si el nuevo presidente se reafirma en un galicanismo fundamentalista, tampoco será su eventual gobierno bueno para consolidar políticas de integración con los otros estados de la Unión.
En el remolino de noticias y croniquillas de esta mañana, me he enterado que Mr. Sarkozy ha estado casado, re-casado, y mêlé con una biznieta del músico español Isaac Albeniz, hija de exiliado ruso, que vive en New York; una macedonia doméstica que, si cabe como premisa para pronosticar, plantea bastantes interrogantes entre tanta inestabilidad personal.
Pero la otra hubiera sido peor; es lo único que tengo claro.
#
Rindo mi contribución a la vulgaridad de la actualidad, y estoy escribiendo esto con motivo de la victoria de Nicolás Sarkozy en las elecciones galas de ayer. No le tengo simpatía al electo, pero la otra alternativa me gustaba muchísimo menos: Socialista y hembra es una liaison insoportable y portadora de los más funestos augurios.
"Sarkozy" me suena a nombre de tumor o síndrome patológico; desde luego que no me lo figuro como líder de nada, ni de la derecha (la derecha no existe) ni de Europa, que todavía no se sabe bien qué es, qué se quiere que sea y hasta dónde va a ser. Un Sarkozy como ideólogo para tanta incognita, me parece inquietante, entre otras cosas porque, se reconozca o no, la clase política actual es fruto de las circustancias políticas de los últimos decenios, que nada bueno han aportado a la renovación ideológica en Europa.
En Francia, existe una intelectualidad todavía muy afectada por el mito del 68; una tímida y acomplejada crítica parece asomar por aquí y por allá, pero nadie se desdice de aquel fenómeno que tanto, y tan malo, supuso para una sana evolución de la Europa de la psoguerra y la guerra fría. Desgraciadamente, casi nadie reconoce consecuentemente que el gran acontecimiento político con repercusiones a nivel mundial ocurrió en Europa cuando en 1989 se desmonta el sistema comunista desde el epicentro de Polonia y con el entonces Papa de Roma como protagonista esencial del hecho.
La única propuesta novedosa para la Europa de después del 89, se lanzó también desde Roma y por Juan Pablo II: "Europa sé tú misma!". La crónica de los últimos años ha evidenciado cuánta razón y fundamento contenían estas palabras; quizá, también, urgencia.
Para la labor de re-constitución de Europa y el re-encuentro y re-identificación con sus raíces, un francés post-68 es insuficiente. Cuando se evoca al trío Schumann-De Gasperi-Adenauer, se olvida que fueron tres grandes con dos guerras detrás y un sólido y único fundamento político-cultural convergente, y ni el recién electo se puede medir con el trío, ni tiene pareja que le complemente en ninguna de las naciones participantes en el "proyecto europeo". Si el nuevo presidente se reafirma en un galicanismo fundamentalista, tampoco será su eventual gobierno bueno para consolidar políticas de integración con los otros estados de la Unión.
En el remolino de noticias y croniquillas de esta mañana, me he enterado que Mr. Sarkozy ha estado casado, re-casado, y mêlé con una biznieta del músico español Isaac Albeniz, hija de exiliado ruso, que vive en New York; una macedonia doméstica que, si cabe como premisa para pronosticar, plantea bastantes interrogantes entre tanta inestabilidad personal.
Pero la otra hubiera sido peor; es lo único que tengo claro.
#