martes, 6 de mayo de 2008

Venid y vamos!


Todavía no habían empezado las clases a media jornada, pero ya hacía calor. Las tardes de Mayo iban ganando más sol, más largas y doradas y brillantes a medida que el mes avanzaba. Por eso corrían las persianas en las clases, que estaban casi en penumbra cuando entrábamos a las tres. Y los niños dormíamos la siesta entre lectura y lectura del Nuevo Catón, con la cabeza apoyada en los brazos cruzados sobre el pupitre.

Todavía habia pupitres. Tenían el agujero para el tintero y el hueco alargado para el palillero y la pluma, ya vacíos, porque no se usaban porque escribíamos en los cuadernos con lápices y bolígrafos. Los pupitres de Mayo olían con un inconfundible olor a bocadillo de salchichón sudado con rosas. La merienda envuelta en papel, y las flores en un ramito atadas con bramante. Se metían en el pupitre, bajo la tapa, y allí se mezclaban olores.

Al dar las cuatro nos llevaban a la Capilla, para rezar las preces del Mes de María. A los más pequeños nos ponían en los primeros bancos, con una monja de escolta a cada lado. Las niñas mayores se quedaban en el fondo, y las del coro formaban en torno al armonio de Sor Bernardeta, para cantar.

Mi primer colegio fue de monjas, Teatinas. Las alcancé a ver en todo su esplendor de hábito negro, velo negro, y toca blanca almidonada, redondeada al pecho, con rosario colgando del cinturón. El dia que hice mi Primera Comunión se lo recortaron por abajo, y se cambiaron el velo y la toca por una extraña cofia cuadrada con un poco de tela colgando por detrás, como un pañolillo. Fue el principio del fin de muchas de ellas, que se llevaron con sus hábitos mi más inocente infancia.

Cada tarde de Mayo, se empezaba cantado "Venid y vamos todos"; después unas oraciones, las avemarías, otra canción, la ofrenda de las flores por turno, y se acababa con el "Tomad Virgen Pura". Las flores se iban ofreciendo por grupos, cada día un grupito de niños de la clase que tocara; antes los párvulos, y los dias finales de Mayo las del último grado. Mi primera vez fue traumática, porque había que subir al Altar y decir un verso y poner las flores al pie de la imagen de la Virgen. Mi verso fue mínimo, con vocecilla de cuatro años y timidez de pichón en nido. Era algo así como: - "Virgen María, Blanca Paloma..." Y no me acuerdo qué más. Un pichón con temblores, ya digo.

Pero me acuerdo que fue sincero. Es una constante que centra como un corazón mis cosas: Serán cortas, defectuosas, mejorables...Mis cosas! Pero cuando van a Dios o a Ella, son sinceras como duro es un diamante. Y recuerdo aquel verso corto, mal dicho, tímido y temblón, pero con toda mi alma inocente y simple, de cuatro años. Cuatro!

En Mayo y cada vez que necesito el recurso, le digo - a Él, a Ella - que se lo digo, que se lo ofrezco, como cuando le dije el verso a los cuatro años: Que tengo más años, pero que soy el mismo. Que tengo más mayos...y más cosas, pero que soy el mismo.


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