viernes, 5 de febrero de 2010

Fe, sentimiento, emoción (apuntes sobre)


El sentimiento/la emoción pueden servir de praeámbula fidei, pero no son la fe; aunque la fe contiene emociones, y "siente". No basta sentir/emocionarse para hacer efectiva la fe, no es suficiente. Sin embargo la fe es también "sensible", se mete en los tuétanos y circula con la sangre sensibilizando hasta los pequeños músculos que horripilan el vello de la piel. La fe no es sentimiento, pero se siente, y es emocionante.

Fe y sentimiento interaccionan en una proporción idealmente equilibrada; yo no sabría establecer esa proporción, ni fijar el equilibrio, ni siquiera definirlo propiamente. En cada creyente se detecta de forma muy personal, y no es mejor la fe con menos sentimiento ni de más calidad la más sensible. Depende. Aunque es fácil reconocer la emoción con poca fe, y a veces asombra la fe sólida cuando estalla en sentimiento. La experiencia mística de Stº Tomás de Aquino el día de San Nicolás, tres meses antes de su muerte, fue uno de esos momentos en que la fe sólida y bien templada, inteligente y razonada, se desborda en sentimiento y emoción: Es la mística, un fenómeno espiritual que sucede por pura gracia, pero que tiene su "proceso" y puede alcanzar niveles admirables, como un climax de la fe con inteligencia y sentimiento.

En los Evangelios, en los Misterios de la Vida de Cristo, hay momentos de intensa fe que siente. Cuando San Lucas dice que "... Maria autem conservabat omnia verba haec conferens in corde suo" Lc 2, 19 (que reaparece brevior en 51 : "...et mater eius conservabat omnia verba haec in corde suo") entiendo que describe uno de estos equilibrios fe-sentimiento vividos en la extraordinaria intimidad de la Virgen Madre; tuvo que ser tan irrepetible como todo lo suyo. Pero ahí está: Fe y sentimiento (o fe con sentimiento, en este caso animado por la maternidad, algo tan íntimamente femenino (como la virginidad, también)).

Pero en el texto fundamental de la confesión en Cesarea de Filipo, la fe de Simón Pedro confiesa por encima del sentimiento, enfáticamente, más allá del sentimiento (entusiasmo?) de los otros discípulos presentes. Y sobre esa fe escueta, firme, dura, sin "sentimiento", se edifica la Iglesia imperecedera. La fe es más que el sentimiento, puede contenerlo, pero es superior al sentimiento.

Una escena evangélica con más patetismo que fe es cuando Pedro rompe a llorar, después de haber negado tres veces al Señor en la noche de la Pasión. El canto del gallo que le profetizó el Maestro es el instante en que una fe traumatizada por el dolor y el arrepentimiento se desahoga en llanto amargo, incontenible. Se ha roto el equilibrio y vence el sentimiento, se impone la emoción más que la fe. Quizá porque la fe hasta el momento de la Pasión fue suficiente para el discípulo, pero el escándalo de la Pasión necesita más fe; tiene que crecer la virtud insuficiente del discípulo que ha sido hasta el nivel nuevo del Apóstol que será. Cuando se serena la descarga emotiva, el sentimiento madurado de Pedro desemboca en la fe enriquecida con la gracia de la Cruz. Si el Salmo reza "tu luz, Señor, nos hace ver la luz" (Sal 36,10), el que sigue a Cristo también puede decir "Tu cruz, Señor, nos hace ver la cruz"; item más: "Tu Cruz, Señor, nos hace amar la cruz".

Al final la fe se fragua/resuelve en amor, amor personal, amor de intimidad entre dos, ese luminoso binomio evidente que glosa John Henry Newman cuando da cuenta de la historia de su conversión: "...el pensamiento de dos y solamente dos absolutos y luminosos seres evidentes a todas luces, yo mismo y mi Creador"; Dios y uno mismo. Un proceso que va de la atracción primero, luego el encuentro, después el conocimiento y finalmente la confesión-fe y la entrega.

En la escena de la triple confesión petrina de Jn 21 15-18 se resuelve otro capítulo de fe-sentimiento/emoción. Entreverando los dos pasajes del Evangelio que he citado, el de San Lucas y este de San Juan, me atrevo a entablar un paralelo entre la interiorización del Misterio en la Madre del Señor y lo ocurrido a Simón Pedro entre la noche de la Pasión y la triple confesión de Galilea. En Genesaret, cumplida la Pasión y después de la Resurrección, en vez de decir/preguntarle por su fe, si cree, el Señor interroga a Pedro sobre el amor, el amor que le tiene a Él.

En la escena de Jn 21, 15 ss. los protagonistas son Cristo el Señor y su discípulo Pedro; en la vida de los creyentes los protagonistas son el mismo Cristo Jesús y cada alma, cada fiel. Y el escenario no es el Mar de Galilea, sino la Iglesia. Las preguntas son las mismas: Las mismas preguntas de amor...que se sienten profundas en el alma y se responden con fe (y con emoción).




Vuelvo a recurrir a un fragmento de la Pasión según San Mateo, el oratorio del obispo ortodoxo ruso Hilarión Alfeyev, para ilustrar la exposición. Me parece muy entonado.

+T.