lunes, 3 de marzo de 2014

Carnaval Romano

La primera vez que estuve en Venezia hice profesión de veneziano adoptivo, sin intermediarios, en ceremonia privada, ante el altar de Santa Maria Gloriosa dei Frari. Lo único que no me gustó de Venezia fueron las máscaras, unas máscaras amariconadas que vendían por todos sitios. Me dijeron que en Venecia, como en Cádiz o en Rio, todo el año es carnaval.

El carnaval romano no existe. Desapareció con la Roma decimonónica, probablemente, entre Porta Pia y el balcón del Duce en Piazza Venezia. Si existiera hoy, sería una orgía monopolizada por la trupe del arcobaleno y miserias de esas. Si existe (yo nunca lo vi), seguro que habrá más de un clérigo carnavaleando con máscaras de aquellas que venden en Venezia.

A pesar de la modernidad, hay momentos que recuerdan aquellos antiguos tiempos de la Roma Sacra, cuando a un Papa austero y ascético le sucedía un Papa humanista y mecenas, renacentista, o barroco, o filo-ilustrado. En tiempos (¿cuánto hace?...parece que pasó un siglo) del Papa Ratzinger la clerigalla gomorritana parece que se contuvo, velis nolis, por fuerza mayor. Pero ahora, con el nuevo Obispo de Roma que vino del otro mundo, el nuevo mundo, el mundo romano vaticano danza al ritmo del carnaval de Rio, donde todo el mundo vio a los obispos del mundo entero bailando en la playa a ritmo de carnaval. Con más razón ahora, que es tiempo de carnavalear, seguro que muchos monseñores danzan al son de una tammurriata con máscaras venecianas. ¿Y quién es nadie para juzgarles? (sicut dixit, justo en el avión de vuelta de Rio, donde aquel carnaval).

Pero, cuando he visto las máscaras más llamativas del carnaval romano de este año, más que decir que todo el año es carnaval, yo diría, mejor, que en Roma todo el carnaval es concilio, todo el año es concilio, todo se ha vuelto concilio. Y es carnaval.

Quiero decir (y no pretendo que se me entienda) que Kasper se ha puesto la máscara de Kasper. No ha querido máscaras del Lido, sino la suya, la misma del concilio que fue, pero con todos lo años que hace ya del concilio, que nunca, de verdad, se ha ido. Kasper lo sabe, porque es de los mantenedores del perpetumm móbile concilarista, un guerrillero vaticanosecundista que no ha entregado las armas, y sigue. Por eso su careta es la de Kasper, mismamente, en una redundancia de sí mismo y su causa.


Cuando sale a las calles, en Piazza, Kasper enmascarado de Kasper interpreta su pantomima pastoral, muy bien ensayada. Los otros del caranaval, los que bailaron en Rio, aplauden y ríen y aprueban y dicen que sí porque han almorzado en Santa Marta y en la sobremesa, entre el austero minestrone, dopo la pasta y el osobucco, en el postre, con el café, todo barato, se han aprendido los nuevos verbos y ya saben conjugar el misericordiear y otros neologismos. Prodigios de glosolalia,

Es carnaval, pleno y constante carnaval. Ya pasó la época en que nos consolábamos de los desmanes del tiempo de Pablo VI apostillando que publicó la Humanae Vitae. Tampoco estamos ya en los días de Juan Pablo 2º, cuando a las quejas por los excesos juanpablistas alegábamos enrocándonos con la Familiaris Consortio y el Instituto para la Familia que fundó. Ya no. Ahora es carnaval y la máscara de Kasper baila el vals del perpetuum aggiornamento ý tocan la melodía del espíritu vaticanosegundero, esa copla que vuelve, que ha vuelto como una conga de Jalisco que serpentea con todos bailando detrás, los bailarines de Rio y todos, todos, todos bailan.

Como en un cuadro de máscaras de Solana, resulta patético ver al Kasper octogenario sonreir enseñando los dientes de viejo, rejuvenecido porque cincuenta años después está ganando una batalla pendiente que hace 50 años no ganaron los suyos.

Parece cosa de excesos de carnaval. Lo malo es que no es no es una carnavalada, sino que es la realidad y está pasando.

O dígase, si se prefiere, que ese carnaval es - ¡¡ay!! -  la verdad.

+T.