La noticia que salía ayer en la prensa me inquietó.
La Iglesia, los cristianos, tenemos suficiente experiencia histórica para saber que usar las armas del enemigo, sus mismas armas, es seguirle la estrategia y, al fin, perder la batalla y sufrir pérdidas.
Un Reino que no es de este mundo, no se defiende con armas de este mundo. Tanto más si la verdad se impone, más tarde o más temprano, con toda su incontestable contundencia.
Las armas del mundo son los recursos del mundo; en principio, no tienen por qué definirse como malos, en tanto que será una ulterior acción moral y sus consecuencias las que definan la bondad o maldad del acto y de sus medios.
Pero hay medios que ya vienen marcados por el uso. ¿Es indiferente combatir con esas armas dado que se pretende un bien, una verdad, una "reparación" justa?
Quizá sí; pero se está aceptando el juego del mundo, y se combate con sus mismas artimañas, se confía en idénticos recursos.
En el Areópago de Atenas (Hch 17,19-34), San Pablo urdió un discurso con las armas de un mundo al que, precisamente, tenía que predicar el Evangelio que no es de este mundo; fracasó ridículamente y resolvió no predicar otra cosa que a Cristo Crucificado (ICor 1,17-25;2,1-5).
Me gustaría que lo de la prensa de ayer sólo sea prensa...o espejismo. Sólo eso.
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