martes, 26 de abril de 2011

El Papa predica y responde



Me inquietan - ya lo he comentado a propósito de otros actos - las nuevas formas de comunicación usadas por el Papa Benedicto, esas que han ido surgiendo en el transcurso de su pontificado, en estos últimos años: Breves respuestas a las preguntas de los periodistas (preservativos y sida en África, 1ª entrega); comentarios en el libro-entrevista Luz del Mundo (preservativos y sida en África, 2ª entrega); las dos partes del Jesús de Nazareth (extraño e injustificado libro publicado por el teólogo Joseph Ratzinger siendo Papa Benedicto XVI, sin discernimiento claro de autor/doctrina); y ahora, el pasado Viernes Santo, esa novedad del consultorio televisivo del Papa.

El resultado - doy sólo mi opinión - es bastante pobre: Preguntas escogidas según ciertos estereotipos, con personajes y circunstancias correspondientes, y respuestas de parecido orden. Insuficientes, a mi entender. Todas. Algunas, incluso, un tanto decepcionantes. Y hasta imprecisas, me parece (la referida al Descensus ad Inferos, por ejemplo).

Comprendo que el marco escogido y las exigencias de la emisión marcaban unos estrechos límites; incluso aprecio que algunas de las cuestiones planteadas hubieran precisado una comunicación más empática, menos 'estática' (el Papa sentado ante su escritorio con una cámara fija tomando un frio y distante plano). Por eso mismo no comprendo la exposición de Benedicto XVI a un acto como ese, absolutamente prescindible e innecesario.

¿Por qué entonces esa emisión? ¿Qué interés la ha promovido? ¿Por qué se ha aceptado? El aspecto cansado, pesado, del Papa al hablar no daba sensación de especial interés personal, al contrario. Repito que son mis impresiones.

Otras (impresiones) han sido las que han publicado los medios. De los medios desafectos no digo nada porque no consumo basura anti-católica. Pero me refiero a un medio de gusto y uso de nuestros católicos oficiales, un programa emitido en Intereconomía; una de esas presentadoras-reporteras infra-dotadas que suelen aparecer en los susodichos espacios televisivos, se refirió al programa entrevista del Papa con estos dos titulares:

- el líder espiritual de millones de católicos (o cristianos, no recuerdo exactamente)

- da respuestas a las inquietudes de los ciudadanos

Que en el estúpido y desinformado concepto de la sub-periodista el Papa sea 'el líder de millones de católicos' es preocupante; que se diga así, igualmente. Pero preocupa más (me preocupa a mí más, quiero decir) que el Papa se exponga a ser considerado eso mismo, un líder de millones de seguidores, en tanto en cuanto adopta la forma de dirigirse a los fieles tal y como lo hacen los líderes (los 'otros líderes', ya sean religiosos, políticos, deportivos, o de lo que sea) con sus adeptos.

Item más: Resulta precupante (me resulta preocupante a mí) que (si Dios no lo remedia) se vuelva a repetir el próximo Octubre en Asís la escena lamentable, confundente e inquietante de ver al Papa entre 'otros líderes religiosos mundiales', como si el Papa fuera uno más, uno entre iguales, otro entre los otros. Y que sea el Papa quien se preste a semejante escena, tan ofensiva y lesiva para su dignidad. Una dignidad única y sin igual, la más alta y santa que existe en el mundo, por encima de todas las que el mundo conoce.

¿Que por ser tan única y alta no se puede manchar ni deteriorar? Lo discuto: Los últimos decenios prueban que desde el mismo Papado parece que se ha promovido (con más o menos intención) un movimiento minimalista tendente a cierta 'nivelación' (¿homologación?) del ministerio y la diginidad papales. El caso en particular de Juan Pablo II rayó el esperpento; con la gravedad añadida de imbuir en muchos (¡muchos!) el errado concepto de que un Papa era y debía ser y comportarse así.

Lamentable (que en latín se dice 'Lamentabili' (sic)).

Junto a este desacierto televisivo y sus implicaciones, reseño unas tremendas palabras, en este caso de especial valor, por su gravedad. Son un fragmento de la homilía del Santo Padre en la Misa Crismal, la mañana del pasado Jueves Santo:

¿Somos verdaderamente el santuario de Dios en el mundo y para el mundo? ¿Abrimos a los hombres el acceso a Dios o, por el contrario, se lo escondemos? Nosotros –el Pueblo de Dios– ¿acaso no nos hemos convertido en un pueblo de incredulidad y de lejanía de Dios? ¿No es verdad que el Occidente, que los países centrales del cristianismo están cansados de su fe y, aburridos de su propia historia y cultura, ya no quieren conocer la fe en Jesucristo? Tenemos motivos para gritar en esta hora a Dios: “No permitas que nos convirtamos en no-pueblo. Haz que te reconozcamos de nuevo. Sí, nos has ungido con tu amor, has infundido tu Espíritu Santo sobre nosotros. Haz que la fuerza de tu Espíritu se haga nuevamente eficaz en nosotros, para que demos testimonio de tu mensaje con alegría.

Las preguntas-interrogantes con que empieza el párrafo son desazonantes (si no son retórica, si no son recurso oratorio); y lo que sigue es grave, muy grave. Dicho por el Papa, más. Cuando lo leí recordé con cierto estremecimiento aquella famosa alusión de Pablo VI al humo de Satanás que se colaba por las grietas de la Iglesia.

El fragmento de la homilía está inserto en una pieza mayor, que le resta peso en tanto se matiza (y hasta da como la impresión de que se contradijera) con lo que se dice antes y después. Pero ahí quedó, como un claroscuro suficientemente llamativo como para no reparar en él. Un treno de Benedicto XVI, propiamente, diría yo (aquí el texto completo).

Un tópico que suele correr por los salones, actos, reuniones y ocasiones eclesiásticas de toda clase, es la especie que considera que sufrimos una inflación de textos, comunicados, alocuciones, pastorales, encíclicas etc. como no se ha sufrido nunca en los XX siglos de historia de la Iglesia. Para más inri, no sólo nos invaden los textos propios sino los ajenos, porque gracias al internete te llegan via mail los escritos de los antes remotos y ahora cercanos sitios y personas. Y con el Papa pasa quasi lo mismo, en su propia proporción, siempre de primerísima y excepcional magnitud.

Al susodicho tópico se responde con el correspondiente lugar común de que sería preciso un ayuno-abstinencia de textos (comunicados, pastorales, encíclicas...etc.). Una sugerencia hoy por hoy impracticable. Pero serían saludablemente higiénicas ciertas contenciones, justamente necesarias y realizables.

Una homilía de Misa Crismal es un elemento necesario; el programa de consultorio televisivo no. Lo de Asís, muchísimo menos (con el plus nocivo añadido de inducir confusiones e indiferentismos). No sé si me explico.

Lo que no me explico es cómo se puede predicar un párrafo como el de la Misa Crismal y compatibilizarlo con lo de Asís. Y otras cosas por el estilo.

+T.