martes, 15 de marzo de 2011

De abstinencia


El Arzobispo de Valencia, Mons. Carlos Osoro, ha publicado un decreto dispensando a sus fieles valencianos de la abstinencia cuaresmal de carne el próximo Viernes 18, víspera de San José. Por las Fallas, ese es el motivo de la dispensa.

Un motivo grave, serio y ponderado. Igual que cuando el Arzobispo de Sevilla, fray Amigo Vallejo, dispensó del ayuno y la abstinencia un año que el Miércoles de Ceniza cayó en 28 de Febrero (la fiesta que la piara socialista inventó e instituyó como 'Día de Andalucía').

En España, el sentido penitente de la abstinencia de carne de todos los Viernes del año lo tenemos quasi absolutamente perdido por causa de la famosa Bula de la Santa Cruzada, un santo abuso que lucramos permisiva y privilegiadamente, con más escándalo que provecho, por mucho que se quiera explicar.

Yo he alcanzado a conocer la generación que todavía era experta en interpretar las concesiones de la Bula de la Santa Cruzada y aplicarlas a la dieta doméstica. Mis tías eran unas expertas moralistas caseras circa la Bula. Y mi madre. Así y todo, a pesar de las facilidades de la Bula, en mi casa se observaba la abstienencia de carne y derivados con una escrupulosidad quasi farisáica: Recuerdo a mi padre, muy enfermo, negándose a tomar una taza de caldo de pollo un Viernes Santo, rotundo e inflexible, casi con un pie en la sepultura: ¡Tomar caldo un Viernes Santo! No hubo manera de persuadirle de que estaba dispensado, eso lo sabía él muy bien. Pero faltar a la abstinencia un Viernes Santo, ¡ni muerto!

En Sevilla, uno de los campanazos del post-concilio fue la dispensa habitual del ayuno y la abstinencia del Viernes Santo. El primero que tuvo la impía ocurrencia fue el Cardenal Bueno Monreal; Amigo Vallejo, no problem, siguió decretando cada año la misma dispensa; y el año pasado, Asenjo siguió con la 'costumbre', repitiendo el decreto dispensante.

Desde hace unos años, una muchacha moldava atiende a una anciana feligresa, una vieja parroquiana. Un día me contó que la chica practica dos cuaresmas: Una en Adviento, hasta Navidad (que en su calendario ortodoxo-juliano cae por Reyes), y la Cuaresma pre-pascual. No toman nada de carne, ni derivados, ni huevos tampoco, ni lacticinios. Yo sentí una incómoda sensación, por comparación.

La incomodidad se me repite frecuentemente, más de lo que yo quisiera. Por mis relaciones con las hermandades y cofradías sevillanas, me veo obligado a asistir a esos actos medio cofradieros medio sociales que suelen terminar con un piscolabis. En el mundillo cofradiero se le llama a ese tipo de convites "un pescaíto", porque lo habitual es servir tajadas de merluza frita, pavías de bacalo, gambas en gabardina, croquetas de pescado y demás frituras de pescadería. Eso era lo 'clásico', como digo. Pero de unos años a acá, desde que nuestros arzobispos empezaron a dispensar la abstienencia, la dispensa prendió y corrió como la pólvora vulgarizándose en una pandemia que afecta por doquier a quasi todos los refrigerios cofradieros. El pasado Viernes, sin ir más lejos, me tuve que escapar de un fin de acto cofrade en el que me tentaban con unas estimulantes y aperitivas mesas con ricos platos, entre ellos una estupenda y apetitosa bandeja repleta de rodajas de chorizo ibérico. No me fijé en más detalles, pero intuyo que habrían más viandas servidas. Y el pescado frito como coartada.

Lo peor es que cuando alguna vez me he resistido, no ha faltado quien haya criticado mi resistencia; además con todos los tópicos y dichos acuñados a propósito: Que si son hipocresías, que si es peor el desprecio que se hace, que si con eso se deja en evidencia incómoda a la demás gente, que antes que nada es la convivencia fraternal, que la Iglesia está trasnochada, que mejor abstenerse de cigalas y centollos, que si patatín, que si patatán, que si tal que si cual. Y todo eso.

No crean ustedes que estas razones y dialécticas anti-abstinencia han surgido espontáneas del cacúmen o la vis moralis de nuestra plebe sub-católica. No. Esos razonamientos se han predicado en cursillos de espiritualidad, en catequesis de adultos, en sermones parroquiales y en mil ocasiones por el estilo. Han sido críticas, mofas e ironías hechas por el clero, por los curas, por los religiosos, por los frailes, por los sacerdotes de colegios religiosos, por las monjas de idem. Etc.

Cuando un elemento religioso o moral se devalúa por parte de sus celadores y desciende luego a la baja consideración de la gente corriente, se convierte pronto en un elemento perdido cuya recuperación y/o restauración resulta poco menos que imposible. Si se lograra reasumir, sería sólo a costa de ímprobos esfuerzos, con gran polémica envuelta en ofensivas y vergonzosas vulgaridades y provocando, además, una reacción airada contra los agentes de la pretendida recuperación. (Esto mismo que aquí refiero a la abstinencia y el ayuno cuaresmal, se aplica igual a tantas otras cosas, concomitantes o de parecida especie).


Lo paradójico es que en muchos casos, por razones de tipismo o por arraigadas costumbres locales o familiares, la dieta de Cuaresma se mantiene sin problemas, sin echar de menos la carne abstinencial, y prefiriendo los platos del tiempo, propios y tradicionales de la Cuaresma y la Semana Santa.

Para los católicos conscientes, las dispensas frívolas decretadas ligeramente por los prelados son escandalosas e irreverentes; y para los impíos paganizados son ocasión de pitorreo y menosprecio.

Como consecuencia, decaen y se arruínan las prácticas católicas más genuínas y se adelanta en esa vacía infra-religiosidad pan-confusa y poli-equívoca, con episodios consecuentes de verdadero esperpento. Les podría decir nombre y apellidos de católicos que se burlan de la abstienncia y el ayuno y que luego respetan como un tabú escrupuloso la dieta musulmana si tienen en el comedor escolar a un niño moro o si atienden en la Cáritas parroquial a una familia de musulmanes.

Conste que me importan un pito lo que almuercen o cenen los moros mahometanos, ellos allá con su cazuela infiel. Lo que me afecta y me importa es la desenfrenada decadencia y descomposición de los católicos.

p.s. O quizá debiera decir 'filolefebvristas', como se empecina en llamar el capo infocatólico p. Iraburru a los católicos conscientes.


+T.