viernes, 13 de abril de 2007

Su polvo enamorado


Me reconozco cierta simpatía con lo fúnebre; no morbosa, sino religiosa/espiritual/cultural, si me explico y se me entiende. Bastante de lo funerario subsiste todavía entre nosotros, siendo parte de lo mejor que va quedando de nuestra vieja herencia cultural, la de toda la humanidad, tan necrófila desde siempre por inclinación connatural.
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Dudo que la terrorífica utilización de horrendas y desfiguradas calaveras de esas que se tatúan algunos y otros llevan en las camisetas, o como adornos, tenga que ver con la cultura ancestral que ha evocado el más allá desde la contemplación desengañada de lo caduco mortal; aquello es disfraz de moda comercial, y lo otro un ejercicio para el que no está capacitada la sesera de las tribus de la post-modernidad.
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Todo momento cultural tuvo su meditación sobre la muerte, desde el "Et in arcadia ego" parnasiano, al "Dies Irae" del medievo o el "Ubi sunt" re-topicado y renacentista. Pero en calidades fúnebres, el Barroco es relativamente insuperable; la captación y expresión conceptual, formal y estética, de lo efímero ligado a la muerte, es espléndida y dinámicamente expresiva.
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El Gran Bernini, tan vitalista en toda su obra y su genio, fué el gran tramoyista del tema de la muerte barroca. Roma entera y toda Europa después, se llenaron de tremendos monumentos El esqueleto dorado bajo el pesado paño enseñando guadaña y reloj de arena al Papa Alejandro VII orante, es el "Sancte Pater: Sic transit gloria mundi!" del ceremonial pontificio, con todo su traumático realismo pero en su más envolvente y fascinante belleza, hecho marmol y bronce.
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Nuestro catedrático barroco de la muerte es Quevedo, que regala al Siglo de Oro una indiscutible cima literaria, cenit al declinar un ocaso nunca tan bien cantado ni tan inteligentemente sentido "more hispano", tan gallardo, tan hidalgo, tan arrogante...
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"...Serán ceniza, más tendrán sentido; polvo serán, más polvo enamorado"
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Nadie ha dicho eso, ni de esa forma desafiante, que reconoce la muerte y llora lo que se lleva, pero afirmando la perdurabilidad del amor y de lo amado, en desafío de inmortalidad, en vena de esperanza.
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Hoy he leído que un equipo de investigadores de la Universidad Complutense han identificado los restos de Don Francisco de Quevedo y Villegas, en la cripta de la capilla de Stº Tomás de la Parroquia de Andrés Apóstol, en Villanueva de los Infantes.
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En esta aparente lejanía de cuatro siglos, me emociona la barroca actualidad de ese polvo enamorado, que aspiro también a ser: Non omnis moriar!
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