viernes, 29 de diciembre de 2017

De Becket


Al Santo Mártir cantauriense le mantengo una devoción que crece cuando comparo según aquello que predicaba en Sevilla nuestro venerable (y muy olvidado) Fernando de Contreras, que clamaba desde el púlpito catedralicio un día de San Ildefonso ante Don Alonso Manrique, Arzobispo sevillano: '-Él Alfonso y vos Alfonso: ¡Cuánto va de Alfonso a Alfonso!'. Pues, reconociendo primero la distancia del Venerable Contreras mecum ipso, así distancio yo a Tomás Becket, Arzobispo, medido con los jerarcas hodiernos. Y me explico con una breve glosa/notación del mismo Thomas Becket:

De las cartas de santo Tomás Becket, obispo y mártir (Carta 74: PL 190, 533-536)
Si nos preocupamos por ser lo que decimos ser y queremos conocer la significación de nuestro nombre -nos designan obispos y pontífices-, es necesario que consideremos e imitemos con gran solicitud las huellas de aquel que, constituido por Dios Sumo Sacerdote eterno, se ofreció por nosotros al Padre en el ara de la cruz. Él es el que, desde lo más alto de los cielos, observa atentamente todas las acciones y sus correspondientes intenciones para dar a cada uno según sus obras.

Nosotros hacemos su vez en la tierra, hemos conseguido la gloria del nombre y el honor de la dignidad, y poseemos temporalmente el fruto de los trabajos espirituales sucedemos a los apóstoles y a los varones apostólicos en la más alta responsabilidad de las Iglesias, para que, por medio de nuestro ministerio, sea destruido el imperio del pecado la muerte, y el edificio de Cristo, ensamblado por la fe y el progreso de las virtudes, se levante hasta formar un templo consagrado al Señor.

Ciertamente que es grande el número de los obispos. En la consagración prometimos ser solícitos en el deber de enseñar, de gobernar y de ser más diligentes en el cumplimiento de nuestra obligación, y así lo profesamos cada día con nuestra boca; pero, ¡ojalá que la fe prometida se desarrolle por el testimonio de las obras! La mies es abundante y, para recogerla y almacenarla en el granero del Señor, no sería suficiente ni uno ni pocos obispos.


- Primero, subrayo la consciencia de la dignidad sacerdotal de Santo Tomás Becket y la penosa inconsciencia sacerdotal de nuestros jerarcas, que no sólo no actúan según lo que son, sino que ni siquiera se creen ellos mismos lo que son. Por eso el abuso que hacen de su ministerio santo y el descrédito continuo que le infligen, ad intra y ad extra, hasta con indecente impudicia en algunos casos.

¿Quién se atreve a dudar de que la Iglesia de Roma es la cabeza de todas las Iglesias y la fuente de la doctrina católica? ¿Quién ignora que las llaves del reino de los cielos fueron entregadas a Pedro? ¿Acaso no se edifica toda la Iglesia sobre la fe y la doctrina de Pedro, hasta que lleguemos todos al hombre perfecto en la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios?

- El dolor es que somos cada vez más quienes nos atrevemos y dudamos que la misma Roma tenga fe en sí misma, que Pedro se crea Pedro, que se guarde la fe en la potestad de las Llaves, que la doctrina que hoy se emite sea edificante/edificable. ¡Nada menos !!


Sea quien fuere el que planta y el que riega, Dios no da crecimiento sino a aquel que planta y riega sobre la fe de Pedro y sigue su doctrina.

Pedro es quien ha de pronunciarse sobre las causas más graves, que deben ser examinadas por el pontífice romano, y por los magistrados de la santa madre Iglesia que él designa, ya que, en cuanto participan de su solicitud, ejercen la potestad que se les confía.

- Para llorar! Y llórese por el dolor de la firmeza doctrinal perdida, olvidada o herida, que ni se enseña, ni se practica, ni se implementa al día renovando la práctica insistiendo en su verdad esencialmente católica.

Recordad, finalmente, cómo se salvaron nuestros padres, cómo y en medio de cuántas tribulaciones fue creciendo la Iglesia; de qué tempestades salió incólume la nave de Pedro, que tiene a Cristo como timonel; cómo nuestros antepasados recibieron su galardón y cómo su fe se manifestó más brillante en medio de la tribulación. Éste fue el destino de todos los santos, para que se cumpla aquello de que nadie recibe el premio si no compite conforme al reglamento

- Un recuerdo forzosamente necesario si no queremos perecer desalentados cayendo en la trampa del desánimo, del horizonte corto o de la impaciencia necia. El destino de todos los Santos que han sido y serán se teje en la tribulación con trama dolorosa y fe brillante, en ese telar con forma de Cruz donde se prueban los del temple de aquel Becket, cuyo perfil hoy es - ¡ay! - tan raro y escaso.

Orémus.
Deus, pro cuius Ecclésia gloriósus Póntifex Thomas gládiis impiórum occúbuit: præsta, quǽsumus; ut omnes, qui eius implórant auxílium, petitiónis suæ salutárem consequántur efféctum.
Per Dóminum nostrum Iesum Christum, Fílium tuum: qui tecum vivit et regnat in unitáte Spíritus Sancti Deus, per ómnia sǽcula sæculórum.
R. Amen
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+T.