Los hubo en Sevilla, como en cualquier gran ciudad; en Cádiz dejaron un rastro precioso, en la Capilla del Nazareno del Convento de Santa María, que forraron con paños de azulejos de Delft con inscripciones en armenio, y una preciosa pila benditera con su dedicatoria armenia. Una presea digna del Señor que allí se venera en esa Imagen de enigmáticos rasgos que sería tan del gusto de aquellos Zúcares armenios.
Deberían haber desparecido como los pueblos y culturas de su entorno, absorbidas por persas y otomanos, pero han sobrevivido, anclados en torno al Ararat y dispersos como simiente al viento por todo el mundo.
Se han mantenido fervorosamente fieles a la Fe, y su Katholikós es casi su rey, y más que un rey.
En Jerusalén son una de las Iglesias históricas presentes en la Ciudad Santa. La primera vez que entré en la Basílica del Santo Sepulcro, los sacerdotes de la comunidad de Rito Armenio celebraban su liturgia vespertina haciendo estación en la Piedra de la Unción. A pesar de la lengua, reconocí emocionado el fragmento de los Santos Evangelios con la escena de las Miróforas, lo estaban cantando mientras incensaban y besaban la Sagrada Losa.
Están timbrados con la gloria de haber sido la primera nación que se convirtió al Cristianismo, con su rey Tiridates (Dertad) y la misión de San Gregorio el Iluminador, a comienzos del siglo IV. Quizá también por esa gloria hayan pagado luego el precio en sangre de la persecución, la dispersión y el martirio, como un signo providencial de elección.
Deberían haber desparecido como los pueblos y culturas de su entorno, absorbidas por persas y otomanos, pero han sobrevivido, anclados en torno al Ararat y dispersos como simiente al viento por todo el mundo.
Casi un siglo después de la inmensa persecución y masacre sufrida en Turquía, todavía están clamando un reconocimiento que se les concede con parsimonia y con polémica, quizá porque les ha faltado la fortuna de los medios y la publicidad de una causa.
Se han mantenido fervorosamente fieles a la Fe, y su Katholikós es casi su rey, y más que un rey.
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En Roma tienen Jerarquía Católica; me gustaba ir a su iglesita de San Biagio degli Armeni, en la Via Giulia, los 3 de Febrero por la fiesta de San Blas.
En Jerusalén son una de las Iglesias históricas presentes en la Ciudad Santa. La primera vez que entré en la Basílica del Santo Sepulcro, los sacerdotes de la comunidad de Rito Armenio celebraban su liturgia vespertina haciendo estación en la Piedra de la Unción. A pesar de la lengua, reconocí emocionado el fragmento de los Santos Evangelios con la escena de las Miróforas, lo estaban cantando mientras incensaban y besaban la Sagrada Losa.
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Por mis hermanos de Fe, la única Fe Salvadora, yo también reclamo que se les reconozca su martirio como pueblo, la sangre derramada de su nación, el genocidio perpetrado y silenciado.
Por mis hermanos los armenios.
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