viernes, 5 de agosto de 2011

Contra JMJ y efectos secundarios (matizando)


Por ahí, por allá, en estos últimos días - ya estamos en vísperas inminentes - salen algunos declamando contra los enemigos de la JMJ. Los escandalizados declamantes son voceros del catolicismo neocon, juanpablistas militantes o inconscientes. Como suelen hacer los que reaccionan contra la oposición que sea, meten en el mismo saco a todos los renuentes, como si fueran lo mismo y dijeran lo mismo y se rebelaran por lo mismo un comunero de Castilla, un jacobino de París o un moro inquieto de El Cairo, como si tuvieran algo en común Savonarola en Florencia, Cromwell en Londres o Mao-Tse-Tung en Pekín. Pues así meten en el mismo conjunto discrepante a los no-católicos de la izquierda des-católica, a los sedevacantistas terroristas y a los católicos conscientes. Medir con el mismo rasero es fácil y rápido, pero suele ser síntoma de poca pesquis, de obtusa inteligencia, de precipitada y ligera consideración.

Yo, católico consciente, sinceramente, no quiero que fracase la JMJ de Madrid por nada malo o imperfecto o accidentado que pase, al contrario. Bastante mala está ya la cosa en Madrid capital de España y en España cuya capital es Madrid para que encima se nos caiga encima la JMJ. Y lo mismo pienso de la Iglesia, nuestra madre, que bastante tiene con lo que tiene para que además se le derrumbe la JMJ 2011. No quiero fracasos y rezo para que no nos advengan más calamidades, ni a la Iglesia ni a España.

Pero eso no significa que deje en suspenso mi juicio inteligente, que para eso me lo dio el Señor, y examino, juzgo y digo. Y digo razonablemente, no disparato.

Así, con razonable juicio, digo que un disparate es esto:

'Marianfest', una fiesta mariana en la JMJ

Esto va ser, por lo que tengo entendido, el Miércoles de la JMJ, que en americano se dice Wednesday, para que nos entendamos todos. Por cierto, que en la agenda de ese Wednesday JMJ también aparece programado un 'Suspiros de España Concert' que ustedes podrán imaginar qué sea, pero yo prefiero no preguntar qué será. También, en el prospecto de ese mismo Wednesday se avisa de un 'Life on te Rock' (With Father Mark and Doug Barry of EWTN Live broadcast). Tampoco pregunto detalles, of course.

Simultáneamente, a la vez que se publican por ahí estos anuncios del programa JMJ, como muestra de la grave disfunción/confusión reflexivo moral reinante, uno de los declamadores (¡famoso declamador con millones de adictos!) contra los críticos anti-jmj, uno de esos que no distinguen críticas/críticos y todo/todos le parecen lo mismo, se pone a crotorar en su campanario escandalizado por esto:

Clecio Alençar, vicario-cantante country brasileiro

¿Habrá que explicar al escandalizado declamador filo-jmj que de los polvos de la JMJs salen (y saldrán) estos lodos del vicario-cantante brasileño, el padre Johny rockero, las nenas danzarinas litúrgicas y demás comparsas del juanpablismo nacional e internacional?

Pues a ver si nos aclaramos y nos ponemos a discernir, una facultad de la razón inteligente que parece que se ejercita poco ultimamente en ciertos foros eclesiásticos - oficiales y/o oficiosos - que deberían ser, más bien, expertos en el sabio e inteligente discernimiento espiritual.

Es un don del Espíritu Santo, se le puede pedir.

p.s. Gracias al Artillero Arturo Padilla por el link del cura country.

+T.

Clases de verano


Mi primer colegio fue de monjas, de Teatinas; pero mi primera escuela fue decimonónica, un pedazo de estampa de Fernán Caballero de esos que todavía sobrevivían passim en la feliz España de los '60.

A las cinco de la tarde, oliendo a jabón de baño, repeinado, subía perezoso la cuesta del Goro, por la acera de la Campita, que era la de la sombra, pasaba por delante de la casa de tia Maria Antonia, y llegaba al portón de Don Francisco, el maestro.

Don Francisco era el hijo del Sargento Bernardo Diaz, un señor con mostachos monumentales, imponente en su retrato de marco oscuro, que su hijo nombraba de vez en cuando - "...mi padre, que en paz descanse...", mirando al cuadro del difunto y santiguándose. Don Francisco no tenía título de maestro, pero estuvo interno en el colegio de los jesuítas, becado, estudiando hasta el bachiller y luego no sé qué paso que se vino al pueblo sin carrera. Desde antes de la guerra se dedicó a dar clases particulares a los pocos alumnos que le salían, algún atrasado que no lograba sacar el grado, algún aprendiz de tendero que necesitaba aprender las cuatro reglas, alguno que volvía de la mili y quería perfeccionar lectura y escritura. Y los niños en verano.

Para las clases de verano de los niños preparaba cada tarde el comedor y una sala grande entre el patio y la cocina. En el comedor arreglaba la mesa y dos camillas sin ropa, y en la sala de abajo ponía una mesa desmontable, un tablón grande sobre tres caballetes que ocupaba todo el centro de la habitación. Las sillas, unas eran de tijera, que se las prestaban en el casino, otras eran de la casa, con el asiento de anea, y también había unas banquetas de madera sin barnizar.

La casa olía a lápices, a pizarras. Y también olía a gatos, y al guiso que hubiera guisado en la cocina Patrocinio, la hermana de Don Francisco. Pero olía bien, un aroma que ahora mismo reconocería. Cuando llegábamos, la casa estaba fresquita, con las losas de barro y la corriente de chinos húmedas de haberlas rociado con el agua que le sobraba a Patrocinio después de regar los cuatro macetones de pilistras.

La primera tarde que fui a las clases me dieron una pizarra negra y un pizarrín negro, para escribir. Y yo dije que cómo iba a escribir con una tiza negra en una pizarra negra, y Patrocinio me dijo - "Tú escribe y calla. Y si no, aprende". Desconfiado, cogí el pizarrín y tracé una raya en la pizarra ¡y la raya era blanca! ¡Qué cosa tan curiosa! Una tiza negra que escribía blanco. Portentoso.

La admiración me duró un minuto de rayitas blancas del pizarrín sobre la pizarra, hasta que Don Francisco me preguntó - "¿La suma de una columna o de dos?" Enigmática cuestión que yo no sabía resolver, tímido y azorado, como he sido siempre, todo ojos detrás de mis gafotas. Sumar sabía qué era, y sumaba muy bien; columna también sabía qué era, y sabía que había columnas dóricas, jónicas, corintias, toscanas y salomónicas; lo que no sabía es que hubiera columnas de suma o suma de columnas. Se me resolvió la perplejidad cuando me pusieron por delante una pizarra con una ristra de números (una columna) para sumar. En unos segundos estaba sumada.

- "Ya está", dije yó.
- "Francisco, mira qué listo, en un momento, mira", dijo Patrocinio.
- "A ver, a ver..." - dijo Don Francisco - ¡Muy bien! Al segundo grado.

Y me pasaron del comedor a la sala del patio. Nada más sentarme en una de las sillas de enea, me dieron otra pizarra con una ristra de números de dos cifras (dos columnas) para sumar. Tardé un poco más, pero sumé bien, correctamente, las unidades y las decenas.

Después de los números venían las letras. Primero el Catón, un silabario con lecturas cortas, cada día una página:

La P. Pú-a, ma-pa, pa-po, pi-pa, a-ma-po-la, pi-no, pu-pa, pe-lo, po-pa, pa-la, pa-pá, pa-lo-ma, pe-pi-no. PA-LO. LU-PA. HI-PO. Pe-pe le-e la pe y la me. Lui-sa a-se-a la sa-la, se pei-na, sa-le a Mi-sa y se pa-se-a.

Después se copiaba la lección, en una pizarra con renglones.

La clase concluía con todos los niños juntos contando en voza alta, a coro, del uno al cien. Luego se cantaban los límites de España:

- "España limita la Norte con el Mar Cantábrico y los Montes Pirenos, que nos separan de Francia, al Este con el Mar Mediterráneo, al Sur con el mismo mar y el Estrecho de Gibraltar, al Oeste con el Océano Atlántico y Portugal".

Se terminaba con una ronda en la que Don Francisco iba señalando a los niños con un puntero y preguntando las capitales de los países: ¿Francia? ¡París! ¿Italia? ¡Roma! ¿Portugal? ¡Lisboa! ¿Inglaterra? ¡Londres! ¿Alemania? ¡Berlín? ¿Rusia? ¡Moscú! ¿Austria? ¡Viena! ¿Turquía? ¡Estambúl! ¿Perú? ¡Lima! ¿Siria? ¡Damasco! ¿Cuba? ¡La Habana!

Y vuelta empezar la ronda, porque no se acertaba casi ninguna: ¿Francia? ¡Roma! ¿Rusia? ¡Berlín! ¿Inglaterra? ¡Francia! ¿Cuba? ¡Lima! ¿Austria?...(y Patrocinio, desde la cocina, nos enseñaba por detrás de Don Francisco un bollo de pan de viena) ¿Siria?...(y Patrocinio señalaba un albaricoquero que había plantado en el patio). Una vez, mi amigo Basilio Lara en vez de Damasco gritó ¡Níspero!

Por la casa rondaban dos gatos, uno amarillo y otro gris. Y en el patio había un galápago, muy viejo. Y en el albaricoquero, colgando de una de las ramas, una jaulita con un jilguero. Y en una tapia del patio otra jaula con un mirlo. Y al fondo del patio, un gallinero con media docena de gallinas y un gallo.

Don Francisco era carlista, de familia. Junto al retrato de su padre, el Sargento Bernardo, tenía un cromo enmarcado de Don Carlos VII, con su boina colorada. Don Francisco también conservaba su boina, con la borla amarilla. Yo nunca se la ví puesta. Para la calle, en invierno, usaba una boina negra, y en verano un sombrero de paja. Don Francisco era calvo, calvo de solemnidad.

Patrocinio, su hermana, tenía el pelo descolorido por secciones, porque se teñía las canas y luego se le iba destiñendo y se le quedaba el pelo oscuro por las puntas, amarillento en la mitad y blanco en la raiz. Como nada más salía a Misa y de visita para los pésames y otros cumplimientos, con el velo puesto no se le notaba el desteñido del tinte. Pero dentro de la casa parecía la versión de una bruja de cuento, vestida siempre de negro, canija y encorvada, arrastrando los pies, canturreando por lo bajo, en la cocina o yendo y viniendo por la casa. En cuanto se sentaba en una de las mecedoras de lona que había en el portal, le saltaba encima uno de los gatos, y ella lo acariciaba y se ponía a hablarle.

La clase duraba una hora y pico, sobre las seis y media ya estaba de vuelta en casa, con el Catón, una libreta y el lapiz. Merendaba leche fría con limón y canela y algunas galletas.

-¿Qué has hecho en la clase?
- He leído la p, y he hecho una suma de dos columnas, y he copiado una pizarra de diez renglones...
...Pero yo no quiero ir, que me da miedo Patrocinio.

Yo tenía cinco años, recien cumplidos. Aprendí a leer en los tebeos de El Jabato y El Capitán Trueno, y a escribir en el mostrador del estanco de mi tia, y no entendía para qué me mandaban a las clases de verano de Don Francisco.

Fueron dos veranos con clases, los dos iguales, las mismas pizarras, las mismas sumas, los mismos copiados. Y las mismas capitales.

Don Francisco y Patrocinio fueron languideciendo, dando bajones cada año que pasaba. Se murieron el mismo invierno, uno detrás del otro, amparados por los vecinos, porque la familia que tenían eran parientes que se desentendieron. A Patrocinio le pusieron nicho propio en el cementerio, pero a Don Francisco lo enterraron en el panteón de una prima lejana, sin lápida.

La casa la vendieron, la derribaron y levantaron otra vivienda nueva, de dos plantas, ni siquiera sé quién vive ahora allí; si paso por delante, no miro la fachada. Pero sé qué casa es, como si estuviera pisando el umbral, entrando en el zaguán y llamando al aldabón del portón, con el olor de las pizarras y los lápices y la yerbabuena del arriate del patio.

+T.