miércoles, 13 de marzo de 2013

Propter scelera nostra

 
Ha salido sin la muceta, sin el palio-estolón siquiera. Con aire de desconcierto perplejo, como perdido, sin norte, confuso. En el colmo de lo inaudito, el Papa recién electo que salía a la loggia de la Basílica de San Pedro para dar su primera bendición urbi et orbi, ha pedido a la gente que lo bendigan a él, él sabrá por qué. ¿Porque no se veía digno? ¡Si justamente ha sido elegido, escogido para ser el más digno y llevar la máxima dignidad! ¿Porque no se sentía capaz? Si precisamente ha sido elegido para ser el más capaz, la cabeza del cuerpo visible de la Iglesia.

Balbuciendo un italiano mal pronunciado - mucho peor que el italiano del polaco Wojtyla o el del alemán Ratzinger - ha rezado por el Papa que renunció. Y no sé qué más, ya no recuerdo, sólo mantengo la impresión de inseguridad, un aire, un tono deslucido en el gesto, un rictus triste y desanimado en el rostro, tan distinto de la encantadora timidez de Juan Pablo I, o de la fuerza gestual del entusiasmante Juan Pablo II, o de la amable humildad de Benedicto XVI.

En un instante, casi tuve la impresión de un dejá vú, de alguna secuencia de alguna peli italiana de serie de tv, por el ambiente, por la iluminación, por los planos que ofrecían en la tele, por la gente que se veía tras el cortinaje abierto, la indumentaria del Papa, como de atrezzo, sólo con la sotana blanca y la faja de moiré mal sujeta.

Tampoco ha pronunciado bién el latín, se le nota que no está acostumbrado. Pidió al fin el palio-estolón, que tenía en las manos uno de los ceremonieros.Tampoco ha cantado la fórmula solemne de bendición urbi et orbi.

La gente que estaba en la piazza, el pueblo romano, no ha exultado.

Supongo que porque, estupefactos, recibieron ese inesperado shock: Fueron a que el nuevo Papa les bendijera y el Papa nuevo les pidió a ellos la bendición. Hasta se inclinó, en un extraño y des-ritualizado gesto, desde el balcón de la loggia, el Papa hizo una extraña venia pidiendo, urbi et orbi, la bendición.

Francisco es su nombre, el que ha elegido. Otra novedad. En un flash de memoria, la blanca figura del balcón me recordó, remotamente, como una sombra, a Pio XII, y también a Pablo VI, por la silueta, quizá, por la vestimenta blanca, probablemente. Pero no, era ilusión; venciéndome, re-asumí la realidad de la imagen que retransmitían en directo, corrigiéndome la impresión engañosa, fantasiosa, imponiéndoseme la realidad, lo consumado. No era Pacelli, ni Roncalli, ni Montini, ni Luciani, ni Wojtyla, ni Ratzinger...Se llamó Bergoglio, antes de ser Franciscus y salir al balcón.



Será que nos lo merecemos.

Oremus, ergo, pro Pontífice nostro Francisco.

...Et pro Ecclesia, oremus magis etiam.


+T.