martes, 4 de diciembre de 2007

Manus Vitae

San Juan Damasceno es el último Padre de la Iglesia. Cierra en pleno siglo VIII el gran capítulo de la Patrística, con una Iglesia amenazada y sometida en el Oriente por Islam, y con los oscuros siglos del alto medievo envolviendo todo el Occidente, con apenas algunos claros sobre la sombra.
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Le tocó vivir en circunstancias difíciles y peligrosas; cristiano y servidor del califa Abd-el-Malik, en el Damasco de los Omeyas, Juan Mansur se convirtió en la voz de la iconodulía al estar, paradójicamente, a salvo de la persecución de León III Isáurico. Sus Tres Apologías contra la iconoclastía tuvieron tal difusión dentro de las fronteras de Bizancio, que el propio emperador tramó una conjura para denunciarlo por traición ante el Califa. Fue condenado a perder la mano derecha, que se la cortaron y expusieron en la picota de una de las plazas de Damasco.

Cuenta la tradición que rezó toda la noche ante una imagen de la Virgen que, milagrosamente, le restituyó la mano cortada. En acción de gracias mandó pintar un icono de la Madre de Dios en el que aparecía una tercera mano, como memoria del milagro. El icono de la Trijherusa se popularizaría más tarde desde el Monte Athos, de donde pasó a la iconografía rusa.

Después de este azaroso episodio, el Califa, convencido de su inocencia y de la calumnia tramada por el Isáurico, quiso devolverle su rango de funcionario en la corte de Damasco, pero Juan prefirió retirarse de por vida a la laura de San Saba, entre Jerusalén y Belén, donde hizo vida monástica y escribió los últimos tratados teológicos y espirituales de la época de los Santos Padres. También dice la tradición que fue ofrenda a la Virgen por la mano cortada y milagrosamente restituída: Escribir, no dejar de escribir de Dios y para Dios mientras tuviera vida.
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Murió muy anciano, casi centenario, con una obra rica, extensa, sabia, que recogería la Escolástica siglos después, influyendo notablemente en Santo Tomás de Aquino y los mejores autores del siglo XII-XIII.

De uno de sus textos, la Declaración de la Fe, procede este bello exordio, que es un canto a la vida:

" Tú, Señor, me sacaste de la sangre de mi padre; tú me formaste en el seno de mi madre; tú me hiciste salir a la luz, desnudo como todos los niños, ya que las leyes naturales que rigen nuestra vida obedecen constantemente a tu voluntad.Tú, por la bendición del Espíritu Santo, preparaste mi creación y mi existencia, no por la voluntad del hombre ni por el deseo carnal, sino por tu gracia inefable. Preparaste mi nacimiento con una preparación que supera las leyes naturales, me sacaste a la luz adoptándome como hijo y me alistaste entre los discípulos de tu Iglesia santa e inmaculada."
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Después se explaya emocionado sobre su vocación al sacerdocio, pero llama la atención esta incorporación del misterio de la vida al Credo que expone, como el capítulo sine qua non, ese que hoy se niega desde las leyes de una civilización pervertida, que no entiende ni la vida, ni su misterio, ni el Misterio que elige la vida para dar Vida a los que viven en sombras de muerte.
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Es uno de los Santos que me inspira especial devoción: Por asuncionista, por iconódulo, por teólogo.

He tenido todo el día, desde muy temprano, una lamparilla encendida ante el icono de la Trigerusa, tan bella. La mano milagrosa de la Virgen para Juan Damasceno ha sido también una mano suplicante por mí y por los mios, y por la vida, y por la Iglesia.

Una mano de esperanza que reza y se acoge al amparo de la Theotokós, que gestó en su seno al Dios de la Vida.




Cántico de los Querubines, tono 3º, de la antigua liturgia bizantina.

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