Un prelado suelto, sin oficio ni beneficio, sin traba y con gusto escénico, es un peligro. Tanto más si se es eminencia y se ha gozado del candelero. Muchísimo más si ha mantenido su claque particular y se sigue presentando en los salones, los de su corte, con su corte fiel detrás.
Martini ha tenido pose y figura; y también genio. No el "genio" de los genios, sino el del berrenchín, el colérico, el señoril. Algunos de la Compañía le idolatraron y le siguen idolatrando. Hay que reconocer que vestido de moirè colorado causa una formidable impresión; incluso cuando se viste de burberrys, con cazadora y tirolés, estilo montería; incluso así tiene caché, tiene estampa.
Lo que pasa es que es cardenal del siglo XX-XXI, y esas estampas señoriles, nobles, de eminentísimo señor, de príncipe, ya no se llevan. Y en él son una manifiesta contradicción, un contrafuero ¿Jugamos a príncipe con moiré púrpura alternando con opción preferencial por los pobres? ¡Oh no! Eso no se puede, eso no se hace, eso no se debe. Desde tiempos de Carlos Borromeo, el "cardenal principesco" pasó. Un prelado milanés con desplantes, después de un San Carlos Borrromeo (o de un Beato Ildefonso Schuster) ni pega ni es creíble. Montini también jugó a ese extraño rol.
Cuando se fue a Jerusalén diciendo que se retiraba (¡ay quién pudiera!), algunos se lo creyeron. Pero lo de Jerusalén le duró poco. Todo cansa, ya se sabe. Y su eminencia no para de asomar la ilustre cabeza por donde le abren hueco, en cuanto le levantan una punta del telón. Le gusta. Y le gusta presentarse distinto, disidente, contestatario, inconformista. Un perfil del Mayo del 68 que fue y que para algunos (¿para el señor cardenal?) se les ha enquistado en síndrome, en achaque crónico. Con su edad, que son 83 años los que va a cumplir, se le pudieran disculpar estas veleidades (antiguamente se decía, simplemente, "chocheo").
Pero ese es el problema: Que no chochea, que habla con juicio (?). Y aconseja. Hasta tiene una especie de consultorio espiritual dominical en Il Corriere. El domingo pasado, por ejemplo, comentaba-aconsejaba-dictaba este oráculo:
"...Personalmente ho sempre auspicato che si aprano vie concrete per ristabilire il diaconato femminile. Le donne già fanno moltissimo per il servizio al popolo cristiano e possono fare ancora di più se munite dei necessari carismi e poteri sacri".
(Personalmente siempre he auspiciado que se abran vías concretas para restablecer el diaconado femenino: Las mujeres ya sirven muchísimo al pueblo cristiano y ahora pueden hacer mucho más si se las dotara de los necesarios carismas y potestades sagradas)
Esto dice el cardenal Martini, respondiendo a una consulta-sugerencia de una buena señora "inquieta" y descontenta con su simple suerte/rol de "mujer en la Iglesia".
También, en el mismo consultorio, opina "comprensivamente" de las relaciones-parejas homosexuales. No de manera escandalosa, pero sí con esa "sensibilidad abierta" que trasluce una ulterior consideración proclive. Muy fino. Esa "finezza" sutil que no dice ni deja de decir, no afirma ni desconfirma, sino todo lo contrario, indefinidamente impreciso, libre en la opinión para un entendimiento libre de lo opinado por el opinante. Que guiña un ojo y esboza una sonrisa mientras responde. Muy cortesano.
Ya apuntó maneras más veces. Esto es sólo el continuóse del empezóse. Pero Martini cada vez resulta más "chirriante" en el Pontificado (le guste o no) de Benedicto XVI.
¿No se ha enterado Martini de la páuta que marca Benedicto? ¿No capta el ritmo? ¿O se destaca ex profeso, marcando su propio tempo?
Me parece - no invento - que se desmarca voluntariamente, con toda deliberada deliberación. Y le aplauden, y le gusta. Humanamente hablando, considerando el fenómeno de tejas para abajo, que haya un chamán que traquilice a la tribu y la congregue y encante al poblado con fascinantes palabras y malabarismos, eso no es del todo malo, porque los distrae. Así están quietos y embobados con su gurú encantador.
Pero bajo otros considerandos espirituales, más altos, la estridencias del eminentísimo Martini me parecen cada vez más desconcertadas y desconcertantes. Y como da ideas, alienta "propuestas", resulta de lo más inquietante cada vez que opina, aconseja o pronuncia sentencia.
Lo peor es que es de los que "apuestan" por la "variedad" de "opciones". Es decir, de los que creen que la confusión es atractiva y confundirse un derecho fascinante.
O tempora, o mores!
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