"A la Excmª. Srª Dª N**** N****
Señora mía:
Ayer me entregó Juan Cortegana las dos fotografías que tiene vuestra excelencia la bondad de enviarme, y la carta en que con sencillez tan espontánea me descubre el gozo de su alma, la paz de su conciencia y el tranquilo bienestar de que disfruta en esa linda aldea asesorada por los doctos consejos de ese señor provisor que ahí veranea, dirigida por ese reverendo capellán que llevó de la Corte, y fortalecida por el trato y amistad de esas benditas Madres Bernardas que la confortan y ayudan con sus ejemplos y oraciones, bizcochitos y alpisteras.
Loado sea Dios, excelentísima señora, que tal placidez da a su espíritu y tan altos alientos la infunde, que rebosan por la punta de la pluma, y saltan y se atropellan en el papel en frases tan fervorosas como estas textuales de su carta, que ante los ojos tengo presentes:
' Todos me elogian y me aseguran que el Señor me guarda para grandes obras, y como yo siento en mí alientos nada vulgares, ruego a vuestra reverencia me indique la manera cómo se preparaban algunos de esos santos grandes, grandes fundadores, por ejemplo, que ha pasado a la posteridad. '
Pues ya lo creo, señora mía, que le diré cuanto sepa, y en muy claro y sencillo romance: que harto me zumban en las orejas aquellas terribles palabras: Vae mihi, quia tacui! - ¡Ay de mí, porque callé!.
Y como no me dice vuestra excelencia si eso de las grandes obras para que el Señor la guarda se lo dijo algún ángel del cielo, doilo yo por supuesto, porque vaya la puntería a lo más alto; y le contaré por toda respuesta la fiel y puntual historia de lo que acaeció ha más de tres siglos a dos pobres Juanes, que si no pensaron mucho en la posteridad, de que vuestra excelencia habla, no apartaron nunca de su mente la eternidad, que no menciona en su carta."
Esto que he escrito más arriba no es mío, es un fragmento, el comienzo, de una obrita del padre Luis de Coloma s. j. tan célebre en sus dias, tan olvidado hoy. Pero yo, que le tengo muy particular afición, me acordé de él y de esta narración que tituló Cartas Claras; se compone de dos partes, esta Carta Primera: Dos Juanes, y la otra Carta Segunda: A un Gran Señor Titulado.
Pues decía que en cuanto leí el otro día la carta de la superiora y neo-fundadora de Lerma me acordé de este texto del padre Coloma. Y hoy, con lo de la foto de las neo-monjas con su hábito blue-jeans, otra vez se me ha venido a la cabeza el opúsculo del p. Luís Coloma.
Después de ese comienzo, el que he transcrito, sigue la narración de una de las historias de santidad y de santos más extraordinarias y extrañas que han sucedido y que les resumo (lástima de pereza la mía, que no me deja copiar todo el texto tal cual, sorry, ustedes me dispensen). En resumen, la admirable historia es como sigue:
Predicaba en Granada, en Enero de 1538, en la parroquia de San Pedro, que es la del Sagrario de la Catedral, el gran misionero popular rev. p. Juan de Ávila, que subido al púlpito de la preciosa iglesia granadina inflamaba con su verbo arrebatado a todos los concurrentes ensalzando las virtudes, méritos y santos arrojos del valiente y gallardo mártir San Sebastián, soldado de Cristo y su testigo con sangre y quebranto de su cuerpo, expuesto a la pasión de los tormentos y las cruentas saetas que dispararon contra sus miembros.
Tanta era la elocuencia pía del Maestro Ávila y la emoción que suscitaba en sus oyentes, que un pobre librero ambulante, vendedor de estampas y hojillas de imprenta, salió del templo dando gritos, confesando en alto sus pecados, clamando misericordia y dándose golpes de pecho, con tanto efecto que los chiquillos que había en la plazoleta de delante de la iglesia se fueron detrás suya correteándole y coreándole: "¡¡¡ Al loco, al loco !!!". Total, fue que al dia siguiente, después de la noche que se pasó vagando por las frías calles de Granada, dos buenos señores se apiadaron del pobre librero y lo recogieron en la esquina de una plazuela, donde yacía tendido, y lo llevaron a la casa en que se hospedaba el p. Juan de Ávila, que le hizo un hueco entre los muchos penitentes que tenía que confesar y atender, y tuvo con el pobre arrebatado librero una larga plática, y luego lo despidió.
Pero apenas que pisó el umbral de la calle, el librero volvió a los clamores y voces, tanto que parecía más loco que el dia antes, y salió corriendo por las calles, y hasta se quitó la ropa y se quedó medio en cueros, sin dejar de pedir misericordia y perdón por sus pecados. Y así anduvo hasta que unos alguaciles de la ciudad lo prendieron y se lo llevaron preso al Hospital Real, donde le metieron en una jaula, en el patio de los locos dementes. Estuvo varios meses así, y se cuenta que le dieron cinco mil azotes en sus magras carnes, una zurra cada día, tratado como un loco de remate al que se le pretendía quitar la demencia a palos, según la usanza médica de entonces. Y así hasta que un día le llegó una carta del Maestro Juan de Ávila con este escueto aviso: - "Basta ya la opinión de fingida locura para conservar la humildad. Conviene ahora deis a entender que estais bueno, así por no desacreditar lar virtudes que Dios ponga en su alma, como también para que podais seguirme a Montilla, para donde estoy de camino."
Pues continuo con el final del cuento del p. Coloma; escribo copiando como al principio:
"Y aquí pondría punto final, excelentísima señora, dando ya por satisfecha su consulta y cumplido mi encargo, si no me creyese obligado a darle gracias muy reverente por las hermosas fotografías que me ha hecho el honor de enviarme, con tanta bondad de su parte como de la mía extrañeza.
La idea de retratarse vuestra excelencia vestida de religiosa es, en verdad, peregrina, y por tan famosa y devota la tengo que me extraña y maravilla no se la aconsejase al propio San Juan de Dios su sabio maestro Juan de Ávila como medio de propaganda mística.
Porque la verdad es que el cuadro...la figura de vuestra excelencia, todavía esbelta, arrodillada a los pies del devoto Cristo, y hasta los ondulantes pliegues de la cola del hábito, que con exquisito sentido estético no escogió vuestra excelencia entre los de monjas rabicortas, sino entre los de monjas de cola larga, claman y gritan y vocean el espíritu de humildad y desprecio del mundo que ha inspirado la composición artística y la hacen medio el más a propósito para indicar los grados de preparación que tiene ya su excelencia para recibir encargos del cielo.
... ... ... ...
Madrid, a 23 de Enero de 1897. Suyo affmº servidor y humilde capellán .
Luis Coloma S.J.
Quiten ustedes la crono-patía tardo romántica e irónica que el p. Coloma le pone a la carta, suplanten a la excelentísima de marras por las neo-monjas de Lerma, y entenderán la impresión-evocación que me hizo la carta de Sor Verónica en su día y ahora la fotito de todas reunidas retratadas en hábito de tela vaquera; comparadas en semblanza con el el texto del p. Coloma que he transcrito, quiero decir.
Conste que es sólo eso, sin más. Yo sólo pongo imaginación y comentario a los hechos, que los dan ya hechos, escritos y fotografiados.
Porque tiene gracia chocante que la cosa empiece así, con carta declamatoria estilo 'qué buenas y únicas y auténticas somos' y con fotito de aquí estamos, así vamos, estas somos, allá vamos.
Curiosa y llamativa manera de empezar.
Nada más, sólo eso.
+T.