viernes, 9 de marzo de 2012

Invitando a la revolución


El Sr. Arzobispo de Valencia predicando a una muchachada sentada en el suelo de una capilla de la Seo valenciana no es una estampa revolucionaria, al contrario, porque me consta que se reza ante el Santísimo expuesto, con piedad, digamos, juvenil, pero rezan y adoran. Quizá el detalle de sentarse en el suelo, como los moros, chirría un poco, habiendo (debe haberlos) bancos para sentarse decentemente y buenas piernas para quedarse de pie. Pero eso es un detalle menor, aun siéndolo muy descripitivo, sintomático de cierta campechanía que parece intuir (equivocadamente) que si una cosa con jóvenes no se parece (por lo menos algo) a un fuego de campamento scout, no merece la pena.

El juanpablismo, empero, ha hecho de estos detalles algo sine qua non, señas identificativas de la nuevangelización: La sentada, la mochila, las guitarras. Todo eso que va formando la jmj in perpetuum, cada nosecuántosaños allí o más allá, cada mes en la diócesis, con el Sr. Obispo de gran scout mayor, y cada semana en la parroquia con el cura (si tiene cuerpo para mochilear y flexibilidad en las articulaciones para sentarse en el suelo).

Además de todo esto y el inglés universal del youcath, está la resaca del '68 que aturde todavía a nuestros mitrados, que por entonces y durante los '70 se atrevieron a soñar con la imaginación al poder y el prohibido prohibir. Por eso dicen cosas tan chocantes y ridículas como esta:

El Arzobispo de Valencia invita a los jóvenes a hacer una nueva revolución sin insultos ni destrucción (la misma noticia aquí y aquí con comentarios)

Resulta pelín ridículo friki-pijo conjugar el verbo 'invitar' con el complemento 'revolución', entiendo yo. No me imagino a Robespierre invitando a los jacobinos a acelerar la guillotina, por ejemplo; ni al canalla de Lenín invitando a los soviets al exterminio de popes, grandesduques y aristócratas. No pega eso de invitar a la revolución. La revolución no adviene por invitación.

Pero nuestros prelados son así, contenidos y atrevidos, osados y discretos, morigerados y rompedores, capaces de decir una ridículez con desparpajo. Ellos son así.

En el fondo creo que es porque les gusta ese puntito revolucionario, porque ellos también se han tragado la píldora (que es rueda de molino) de que aquel Jesús de Nazaret de los Evangelios fue un revolucionario que vino a hacer una revolución. Haz el amor y no la guerra, en suma.

Nuestros prelados aprendieron esa lección estudiando en aquellos seminarios aperturistas donde se enseñaban más lecciones sobre Marx que sobre Tomás de Aquino. Y después salieron a hacer el doctorado allende los Pirineos que nos separan de Francia y volvieron bultmanianos (si no confesos sí impresionados) y tocados por la teología política de J.B. Metz. O tuvieron un compañero que se fue a América Latina, volvió adepto a la teología de la liberación y después colgó la sotana y se casó, pobre y querido amigo, cargado de utopías y ensoñaciones sociales.

Por eso clavan el aguijón episcopal (ese organúculo que para algunos está en la punta de mitra y según otros en el regatón del báculo) en la turbada mente juvenil, para inquietar a la juventud de la mochila, la sentada y el youcath con pruritos revolucionarios. Y de paso dar la estampa de ser un obispo molón-chupi-guay que sabe y entiende de revoluciones y las alienta...cristianamente hablando.

Pero cristianamente no hay ni puede predicarse la revolución, una verdad como un templo que soslayan nuestros prelados. Y se molestan si alguno les corrije este yerro. Y se entusiasman con el que les propone revoluciones o sueña con ellas.

A una revolución-revolución los mandaba yo si pudiera meter a todos nuestros mitrados en el túnel del tiempo y ponerlos al pie de la guillotina en 1794 o en las calles de Moscú en 1918. A ver qué iban a pensar luego, cuando volvieran del viaje a la Historia (si volvieren).

También se les podría sumergir en una lectura-meditación profunda de los Santos Evangelios con la Catena Áurea como sóla lectura auxilar, sin más comentaristas, sin tesis del teólogo de moda que les impactó entonces o les perturba ahora, a ver si en la tradición de la iglesia, ellos, los doctores de la doctrina de la Iglesia, encuentran revoluciones a las que invitar. Aunque me temo que algunas mentes están tan taradas (Casaldáligas y otros rematados) que son capaces de ver gérmen de revolución hasta en el óbolo de la viuda. Irrecuperables.

Les da vergüenza predicar el dogma y el pudor y les mueve la parresía para invitar a la revolución.

Cuando lo del 15-M, aquella sentada de sinvergüenzas en la Puerta del Sol, me dijeron que había algunos curas curiosos, simpatizantes, comulgantes con la sentada. Me pregunté si no habría también algún obispo emboscado, no alentando pero sí disfrutando de la sentada inconformista de los indignados.

Ya lo dijo el bisbet de Solsona: "Jesús hoy sería un 'indignado' más"

Y todo eso.

Y todo lo demás.

+T.