El rito de bendición e imposición de la ceniza es un sacramental de esos que, considerando la extensa e intensa demolición de los antiguos rituales de la liturgia católica romana perpetrada en el post-concilio, han sobrevivido quasi milagrosamente, aunque alterado por la nueva liturgia, que retocó, desmejoró y empobreció todo. En la actualidad ya se proponen y practican novedades, a gusto de la ocurrencia de cada sacerdote, improvisándose formas extrañas, neo-rituales que intentan desterrar la ceniza que sería, dicen, poco '
significativa', extraña para la cultura del hombre moderno, y la sustituyen por otros elementos simbólicos de la
conversión, un término preferido para excluir el concepto tradicional y evangélico de penitencia.
Sin embargo la penitencia es el meollo de toda la espiritualidad cuaresmal, siendo una de las partes integrantes de la predicación del mismo Cristo: El
'Convertios y creed el Evangelio' es la versión moderna de los textos evangélicos que hablan de
penitencia, un concepto que incluye la conversión, obviamente, pero que parece repugnar a la pastoral del postconcilio, cuyo optimismo omnímodo se orienta según un '
espíritu positivo' que ignora y pretende erradicar el '
contenido negativo' que atribuyen a la penitencia como tal concepto, práctica y hábito.
Sed contra, los textos de los Santos Evangelios coinciden en la proclamación de la penitencia como parte nuclear de la predicación mesiánica:
"...paenitentiam agite adpropinquavit enim regnum caelorum" Mt 4, 17
"...paenitemini et credite evangelio" Mc 1, 15
"...non dico vobis sed si non paenitentiam egeritis omnes similiter peribitis" Lc 13, 5
La penitencia es un hábito de vida que, movido y sostenido por la gracia divina, conduce a la santidad y la perfección según el paradigma de Cristo; es decir, que un proceso de conversión es en realidad un itinerario penitente, aquel decurso propio de los
viatores que viven aspirando a cumplir la voluntad de Dios siguiendo, fielmente,
con la cruz de cada día, a Cristo el Señor.
En este sentido, el signo de la ceniza es un recordatorio que advierte de la vanidad efímera de lo humano, la insustancialidad de propósitos y proyectos que dependen de la fragilidad del hombre creado del polvo de la tierra y destinado a volver a él.
"Sin mí no podeis hacer nada" (Jn 15, 5), nos advierte Cristo.
En la poderosa y tremenda imaginería de la profecía de
Ezequiel 37, la palabra predicada por el profeta regenera los miembros muertos y secos, y el espíritu les insufla vida nueva, quedando el erial de muerte constituido en un ejercito dispuesto para combatir y vencer. Una visión válida para ilustrar nuestra Cuaresma y el sentido de la imposición de la ceniza.
La Iglesia comienza con la ceniza cuaresmal lo que culminará con el fuego de Pentecostés, una paradójica secuencia invertida, desde lo inerte consumido a la viva lengua ardiente, las llamaradas del Espíritu enviado por Cristo, que enciende la caridad y el fervor en las almas.
En el antiguo
Pontificale Romanum aparecía como ceremonia propia del Miércoles de Ceniza el rito
'De Expulsione Poenitentium ab Ecclesia in Feria Quarta Cinerum' (
véase aquí), uno de esos sacramentales actualmente perdidos y no restaurados, aunque deficientemente suplidos, supongo que vigentes entre los afortunados que conservan y practican el
Vetus Ordo. En el momento de la imposición de la ceniza a los penitentes públicos que van a ser despedidos hasta su reconciliación en la mañana del Jueves Santo, el obispo usaba una fórmula más completa que la utilizada en la simple imposición a los fieles comunes, pues dice:
'Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris: age poenitentiam, ut habeas vitam aeternam.'
Esa animosa exhortación, tan positiva, que complementa a la terrible admonición del versículo del Génesis, me parece una pequeña joya del gran tesoro del eucologio católico: "...
age poenitentiam, ut habeas vitam aeternam! "
Agamus, ergo, fratres, poenitentiam ut habeamus vitam sempiternam.
In Christo, Domino nostro.
Amen.
+T.