viernes, 3 de octubre de 2008

El Caso Borja

En Roma, la sección española de la leyenda negra católica se mantiene viva y activa por capricho expreso o discreto de Sus Santidades y monseñores adláteres. En el Vaticano todavía se sienten "molestos" con nuestro Alejandro VI, el Papa Borgia (segundo Papa Borgia). Como si fuera el único "incómodo" sucesor de San Pedro a la hora de recordar Papas y papados. Pablo VI condenó los bellísimos Aposentos Borgia a ser mera galería del Museo de Arte Moderno, viéndose la bochornosa escena de paredes y bóvedas con los frescos más rutilantes del Pinturicchio sirviendo de almacen a la galería de trastos y adefesios del pseudo-arte contemporáneo (con el agravante de ser "cristiano", en este caso). Ni siquiera bajo esa humillante servidumbre se pueden ver todas las stanze de los Borgia, porque no todas están abiertas a los visitantes. La malquerencia borgiana de Pablo VI la mantuvo Juan Pablo II y hasta el dia la mantiene Benedicto XVI. No sé si piensan que la desmemoria borra la historia, o si los pecados (los que tuviera, y no los que le achacaron) del fascinante Alejandro VI Borgia fueron/son más lesivos para la Iglesia de Roma que los de sus inmediatos antecesores y sucesores italianos.
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La Divina Providencia se encargó de hacer una llamativa purificación de la memoria de los Borgia. No existe un santo Médici, ni un santo Farnese, ni un santo Borghese. Pero sí hay un irreprochable santazo Borja, biznieto del Papa Borgia y prueba sagrada de que no estaría muy descontento con la familia ese Dios que castiga los pecados de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación.

Biznieto del Papa Borgia y biznieto de Fernando el Católico, nieto de un bastardo suyo. Por los dos lados, padre y madre, marcado y bien marcado. Claro que en esos casos tachas de cuna son blasón de mundo. Pero así fueron las fuentes de Francisco de Borja y Aragón, tan altas y tan reputadas.

De su vida antes de, nada diré, porque pasó su primer período viator según el modo de la nobleza de su tiempo. Compárese con la de ahora - mutatis mutandis, nobleza por famosos y jet, con caballo pura sangre entonces y coche de lujo ahora - y fue más o menos lo mismo de poco honrosa. Que tuvo cargos, que cumplió bien sin exagerar (antes no había o eran raras las auditorías y esas cosas) y así un currículum digno del biznieto de tales bisabuelos. Más tarde, ya en su otra vida, confesó un día que al imaginarse entre los Apóstoles siempre se tuvo de la calaña de Judas y hasta peor. Por algo sería.

Pero cuando Dios enmienda un borrón, escribe con letra de oro. Y fue el archisabido caso que murió de sobreparto Doña Isabel de Portugal, la Emperatriz esposa del César Carlos. Y que a Francisco de Borja Duque de Gandía le tocó en gracia por encargo del desconsolado Emperador custodiar el cuerpo imperial de la difunta desde Toledo a Granada. Y en la Capilla Real de Granada, cuando tuvo que reconocer y dar fe de que el cuerpo que depositaba era el cuerpo de su tan admirada señora, dijo estas frases del lapidario inmemorial hispano:

- "No puedo jurar que ésta sea la Emperatriz, pero sí juro que fue su cadáver el que aquí se puso".

Podrido el cuerpo y agusanado, la belleza de la más hermosa reina que jamás tuvo España se descomponía a la vez que se derrumbaba la presencia altiva de un noble de los más altos linajes de España y el mundo. Las palabras que dijo luego - no sé si para sí o para el mundo, pero tuvieron que oirse porque se les guardó memoria como a las otras - incoan otra vida:

- "Nunca más serviré a señor que se me muera".

Telón.

Telón como en la acotación final de un drama de teatro. Se cierra una escena y otra se abre. En Roma es fama que el Renacimiento y su espíritu se extinguen con il Sacco di Roma, los mismos dias que Doña Isabel paría a Felipe IIº, el primogénito del Emperador. Otros dirán que la trompeta del barroco se toca en la Sixtina, con el Michelángelo pintando Il Giudizio tremendo bajo la admirable bóveda del Génesis. Dos obras tan dispares del mismo autor, tan lejanas, como si una época hubiera en verdad pasado dejando otra, marcando al hombre en su alma y su arte.

El barroco en España, la España del Siglo de Oro con todo su tropel de glorias y vanaglorias, empieza en Granada, cuando Francisco de Borja pronuncia - protagonista de su drama - su frase de telón.

Y Francisco, jesuíta, humilde y asceta, segundo sucesor de Ignacio de Loyola - que lo caló tan bien y tambien se sirvió del ex-grande de España - murió despues de probada y virtuosa vida de converso, con fama de santidad, en la misma Roma que repudió a su Pontífice bisabuelo, para asombro y lección de la misma Roma.

Sus restos son historia activa de España, reliquias profanadas y dispersas cada vez que España ha dejado de ser grande y se ha envilecido villana. Pero existen. Hoy estarán alumbradas con cera, en su urna de plata, pagada a regañadientes por los Grandes de España que le tienen por patrón y que cualquiera de ellos tenía en casa una sopera con más plata que la que gastaron para la urna de la Iglesia de Serrano.

Tan sordos, tan opacos, tan frívolamente ridículos, nunca se enteraron que Francisco Borja apostató de su grandeza para servir a un Señor que no admite grandes a su vera, sino pobres de espíritu y mansos y humildes de corazón.

+T.