Hace medio siglo el Vaticano II se autoafirmó como el concilio ecuménico más ecuménico de todos los concilios. Se vivió la ficción ilusionante (para los ilusos) de aquellos participantes extra, invitados y observadores, unos cismáticos, otros herejes, que parecían venir como una especie de comisión de garantías, como una de esas delegaciones que mandan la ONU o la CE cuando los moros o los africanos montan elecciones democráticas. Todo ello para regocijo de mediadores - hombres de grave diplomacia y altas componendas - como el Cardenal Bea, un auténtico agente, casi compromisario de aquel ecumenismo. Y Pablo VI tras el telón (no el de acero).
Desde entonces existe un ecumenismo católico oficial que se ha impuesto como uno de los grandes sine qua non postconciliares, sobre todo tocante a las altas jerarquías. En estas esferas, la vanguardia ecumenista saltó incluso sus propios límites y se lanzó a la interreligiosidad dialogante con un ímpetu característico del juanpablismo de los '80, como si hubiera prisa para culminar bajo el JP2º la homologación de todo y de todos. Asís y sus reediciones son un monumental mojón, un colosal hito del arranque y la fija determinación del voluntarioso Wojtyla Magno.
Ahora, bajo el más discreto pulso de Benedicto Decimosexto, el ecumenismo parece más templado, aunque la dirección no ha cambiado, ni se ha puesto freno. Incluso se le podrán atribuir a este pontificado algunos triunfos, eventos esperados y retardados que parecen haberse consumado en una especie de impaciente velis nolis. Algo así parece haber sido lo del Ordinariato Anglicano, y por ahí parece querer ir el sorprendente anuncio del supuesto 'ordinariato luterano', tan suspizcamente recibido en casa de los interesados, la otra parte que parece no haber estado del todo en el amasijo del pasteleo.
Un balance de estos cincuenta años de voluntarismo ecumenicista podría quedar marcado por el denominador dominante de la pérdida de catolicidad, de identidad católica, con la asunción paulatina de postulados, paradigmas, tendencias, estilos, formas y deformas de la Reforma. No me preocupan las influencias del Oriente Ortodoxo, nunca me han preocupado esos cismáticos que se han mantenido más católicos que la mayoría de nuestra Jerarquía Católica, ni me gustan quienes desde un hueco catolicismo alardean pretericiones de estas Venerables Iglesias. Lo que me inquieta es la proximidad contagiosa de la heterodoxia de los reformados, tan infectante.
La acentuación extrema de las declaraciones (son declaraciones, no se olvide) de la Nostra Aetate ha supuesto un plus de complicación, dificultando aun más la conjugación del verbo católico con la introducción de nuevos modos que exigen cada uno sus respectivas conjugaciones en pretérito, presente y futuro (olvidando/corrigiendo el pasado, comprometiendo el presente, hipotecando el futuro). No sé en qué rematará todo eso; temo que un descontrol de lo de Asís pueda derivar en confusiones y equívocos cada vez más acentuados y profundos. Dios nos libre.
Por eso, durante el octavario de oración por la unión de los cristianos, circunspectamente, me limito a rezar por la unión de los cristianos, es decir, por la vuelta a la unidad de los separados y la enmienda y reconciliación de los errados. Para un verdadero católico, no entiendo otra posible intención de oración.
p.s. Y para los que no creen en Cristo, Hijo de Dios, la conversión y el bautismo, simplemente.
+T.