jueves, 22 de abril de 2010

Dulce nostalgia



Para muchos el Otoño es la estación de la nostalgia, y para mí la Primavera es tan nostálgica también. Por el aire, por el color, por el olor y la luz y todas esas cosas que envuelven y velan las mañanas, las tardes, las noches.

La nostalgia es cosa de cosas inaprensibles que duelen suavemente, amablemente, porque estuvieron y ya no están como antes, y ahora siguen con nosotros, libres de las circunstancias pasadas.

Cuando aparece, nos remodela y retoca; como los pentimenti de un lienzo al óleo, nos deja traslúcidos al amor y el dolor de la vida que fue, con personas y objetos. Y cada vez que aflora matiza distinto, dejando desvelado algo que antes no se veía, no se sentía.

Es un momento que no se mide con tiempo, pero sí con péndulo, con música, con un verso, con un libro, con un aroma, una fotografía, el tacto de una tela. Medir la extensión de la nostalgia es imposible, quizá porque está extrañamente cerca de lo eterno.



La preciosa pieza de Dvorak "Canciones que mi madre me enseñó" me ha parecido la mejor ilustración musical para mi nostalgia primaveral, por razones muy nostálgicas también. Pero he dudado si poner la exquisita y sutil versión de Elizabeth Schwarzkopf o la emocionante y profunda de Paul Robeson. Conque dejo a la dama en la obertura, y al caballero cerrando. Tanto monta.

+T.