sábado, 26 de mayo de 2007

Gn 11, 1-9


Han leído esta tarde en Misa la lectura de la Torre de Babel. Dice el texto que para levantarla utilizaron "...ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en lugar de argamasa...". Escuchar eso en tiempos en que las constructoras y las petroleras señorean por doquier, es tan inquietante como la narración.

Pero si el cura te explica que la Babel del Libro del Génesis es la Babilonia de unos siglos más tarde y la Bagdad de hoy mismo, la inquietud se convierte en repeluco horripilante. Tanto tiempo para estar en los mismos lugares con la misma historia.

Porque parece que la Historia se ha estancado en las fosas de alquitrán de Babel; o que no saliera de un perpetuo circular por la "ronda del castillo", que diría la Santa (Teresa, of course). Lo que sea que pase, es evidente que tiene una extraña raíz en aquellos pagos babeleños donde la humanidad fué confundida en lenguas desarmónicas y disgregantes que perduran con su terrible y deshumanizador efecto.

Que la Babel del 2007 sea el campo de desencuentro de Oriente y Occidente, es el reconocible atavismo que desvela una humanidad en vertiginoso avance técnico, pero con las raíces empantanadas en el lodo alquitranado de sus remotísimos ancestros.

No alzamos torres desafiando al Cielo, pero estamos lanzando al cielo aparatos que desafían la paz y la armonía de la familia humana, con los mismos vicios de orígen que los babelitas pusieron como cimiento de su frustrado edificio.
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Tendré que volver a Misa mañana, para pedir que me enciendan con una de aquellas lenguas de fuego con las que se empezó a hablar en la Tierra el lenguaje nuevo de Dios...
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