viernes, 11 de octubre de 2013

Te Deum (in timore et tremore)

 
Recuerdo detalles, impresiones ad intra y ad extra, tactos, olores, música, voces. Recuerdo personas presentes, otras que tuve dentro porque no estaban, y las que tengo dentro porque ya no están. Recuerdo temores y temblores, intimidades, cosas de Él y mías, todavía frescas, fragantes como aquel día, cosas del Cielo y de la tierra, de sus alturas y de mis bajuras.

La relación es descendente, de Él a mí, toda gracia, toda riqueza, toda potestad; después sube, de mí a Él, por su gracia, por su rica misericordia, por su poder. Y se mantiene y me mantiene.

Cada vez que la rezo, me estremece esta profecía proclamante: "...Yo te he elegido hoy...Tú eres Sacerdote Eterno...". Sé que es a Él; pero sé que por Él y con Él es a mí, también.

Para siempre. El día de la gracia y el momento de la caída, en la tentación y en la desolación, con lágrimas y sin lágrimas, si hay gozo y si hay pena, afligido y exultante, ya sea débil, ya fuerte, arrecien vientos o haga sereno, con luz y con sombras, ansioso o sosegado, haya calma o esté agitado, en esta vida y más allá: Siempre sacerdote, para la eternidad.

Según el rito del pan y el vino, el antiguo rito de Melquisedec, subo al altar y ofrezco el Sacrificio Nuevo y Eterno, su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad. No sé por qué me quiso sacerdote, no sé por qué gran misericordia me mantiene, si no fui digno, si no soy digno, si temo cada días no ser digno.

Pero su don y su gracia, su fidelidad y su Sacramento es lo único que tengo que vale eternamente.

Por eso doy gracias y pido gracia.





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+T.