Merece leerse y echarle una serena meditación. Y apreciar cómo un tema tan
escabroso termina ilustrado de forma admirablemente santa. Es un texto que prueba muy bien la novedad de Cristo y su obra, la acción del Espíritu Santo por medio del apóstol San Pablo que
perfecciona y eleva a aquella comunidad de Corinto, hombres y mujeres de su tiempo, con las costumbres, las formas y las modas del momento, amonestados por la predicación porque ya no pueden seguir manteniendo esos comportamientos, puesto que son cristianos, son parte de un orden nuevo que exige una vida nueva, en gracia de Dios. Todo el pasaje es reconstituyente, impregnado de la gracia de la revelación cristiana.
Pues esa fue la 1ª lectura de la Misa del Martes pasado. En mi parroquia hubo en Misa matutina unas veinte selectas y pías personas, que no sé con qué grado de consciencia escucharían la epístola. Personas devotas que cuando el lector concluyó diciendo
-'Palabra de Dios' contestaron
-'Te alabamos, Señor', sin problema. Aunque existe el problema, hoy más que nunca.
¿Qué diría, qué opina, digamos, la Bibiana Aído, la ministresa promotora de todo lo contrario que aparece en ese texto, la ministresa que institucionaliza desde su ministerio esos pecados de los corintios (y las corintias), y los promueve, y los publicita, y los subvenciona??? La ministresa Bibiana, seguramente, denunciaría a San Pablo, y como San Pablo no está a su alcance estará dispuesta para llevar ante los tribunales a quien diga/predique/enseñe lo de San Pablo. Estamos a punto de eso. El día menos pensado viene la pareja de la guardia civil y detiene en el púlpito al cura por predicar
IªCor 6, 11ss. Estamos a un paso de. En otros sitios ya ha pasado, en Inglaterra, por ejemplo, sucedió un caso así hará cosa de un año, con la paradoja de que fue un feligrés presente, policía en activo y miembro de un
colectivo gay, que se levantó del banco y detuvo allí mismo al predicador. Y se lo llevó preso, por
homófobo (como San Pablo).
La escena se complica considerando la particularidad que apunté más arriba, esa aclamación de
-'Palabra de Dios' que define al texto y le confiere su valor: Lo dicho es
Palabra de Dios. Ni más ni menos.
Entonces, luego, es decir, por tanto...Dios es homófobo. Ita!
Ejem, ejem, ejem!...Amadísmos hermanos (y hermanas): Llegados que hemos a esta consideración, me veo obligado a suplicar amparo al Altísimo, para mí y para todos los conscientes y coherentes, que nos exponemos a la furibunda iracundia de la impía Bibi y sus poderes, poderes injustos de este mundo fornicario y su gobierno que legisla a favor del pecado y en contra de Dios y su ley. ¡Oh, hermanos! ¡Ay, hermanas! Preparémonos para derramar sangre en defensa de nuestras católicas creencias, expuestas a la abyecta guerra que los enemigos de Dios tienen tramada contra la santidad y la verdad de nuestra fe, la única Fe salvadora...etc. etc. etc.
Esto de más arriba (que he escrito en forma histriónico-irónica - ¿lo han
pillado Uds.??? -)es lo que se debería decirse en serio, en tono más grave, a propósito de. Pero no se dice eso. Y no lo dicen quienes tienen que decirlo, que son, primeramente, los Obispos, sucesores de los Apóstoles para predicar y enseñar lo que predicaron y enseñaron los Apóstoles. Tal es su misión y su ministerio.
Siendo más preciso, reconozco que de vez en cuando, algún obispo se pone la mitra y agarra el báculo y dice lo que debe y está obligado a decir. Pero son excepciones, raros entre el común. Lo prueba que salen en la prensa, como un notición escandaloso:
"...Monseñor Onesíforo Felipe Rudatero, obispo de Traumatoquia del Tempú, publica una pastoral homófoba..." etc. etc. etc. Y así.
Como acabo de decir, es raro. Por circunstancias varias. Una de ellas, por ejemplo, es que el texto paulino que comento,
IªCor 6, 11ss, se lee el
Martes de la XXIIIª Semana, los años pares. No un Domingo del año todos los años, sino un Martes, entre semana, cada dos años. Y eso si no se sustituye por otra lectura, según la ocasión, por celebrarse una memoria o una fiesta con lecturas propias, que entonces no se lee. Y como no se lee, no se predica. Y como no se predica, no nos enteramos. Y como no nos enteramos...¿Me siguen ustedes?

Cuando compusieron el Novus Ordo de Pablo VI, los liturgistas encargados de confeccionar el nuevo leccionario litúrgico tuvieron cuidado a la hora de escoger determinados textos, por su valor, por su significado, por su contenido. Se dio cierta preferencia a algunos pasajes y otros quedaron en
segunda línea. Con el ciclo terciado del Leccionario Dominical hubo posibilidad de alternar lecturas bíblicas muy variadas para los Domingos del Año Litúrgico (
72 domingos cada año
x 3 ciclos de leccionario
x 3 lecturas cada domingo hacen posible una selección bastante variada (saquen, si quieren, la cuenta; yo soy de letras)).
Pues sabrán ustedes que entre todo ese elenco, este texto tan esclarecedor de
ICor 6,11ss no sale, no se lee como epístola en ningún Domingo del año; sólo sale y se lee cada dos años, entre semana, un Martes (si las circunstancias, como he explicado, no lo impiden). Y no será porque el tema no esté de candente actualidad. Todo lo contrario.
¿Qué pasa pues? ¿No se quiere? ¿No se quiere querer? Yo pienso que no, que nadie quiere y los pocos que pudieran querer no se atreven porque les pueden dar tal patada en sus reverendas asentaderas que les manden a las antípodas de donde corresponda. Por
imprudentes. Incluso por
intolerantes. Hasta por
homófobos, me atrevo a decir. Y conste que ahora no hablo de la ministresa inmoralizadora, sino que me refiero a nuestros Ordinarios (¿saben ustedes qué es un "ordinario"? Supongo que sí, que saben lo que son, ¿no?). No están por la labor, no se sienten
cómodos enseñando esa predicación de San Pablo a los corintios.
Total, lo que quería decir es que con tales mínimos de interés no sale luego el máximum que se necesita. Y así andamos. Desde luego ni todo el mal es sexual ni el pecado mayor es el
contra sextum (el 6º tiene cinco/5 mandamientos por delante, cada uno con su espectro de gravedad). Pero en un mundo/una sociedad donde el frenesí erótico-sexual termina descomponiéndolo todo y atentando contra todo, urge la denuncia, la alarma, y llamar al pecado por su nombre. Y a los pecadores, llamarles gravemente la atención.
El texto no es
homófobo, simplemente es moral y es cristiano. Y está
revelado, y no ha perdido nada de su valor moral, también revelado. Y lo que enseña lo dice muy claro: Los que cometen tales pecados, no caben, no tienen sitio en el Reino de Dios. Entiéndase que lo que se censura no son
identidades, sino prácticas. Tan claro como que inmediatamente después de la severa afirmación el Apóstol reconoce que en la comunidad hay miembros que un día fueron culpables de aquello, pero se regeneraron por la gracia de Dios, se convirtieron y abandonaron el pecado, quedando purificados, aptos para la vida espiritual cristiana.
Pero en nuestro caso, para los
afectados de nuestra época, aparece un problema de principio: Cuando se obvia, se niega y se anula el alma y todo lo que cuenta es cuerpo, el cuerpo y sus sensaciones, ¿de qué pecado vamos a hablar, si no saben ni qué es pecado? Y no lo saben no por que sean inocentes, sino por todo lo contrario: La ofuscación de la carne, tan fuerte, ha dejado al espíritu en un estado de consunción, irreconocible, exangüe, incapaz de reaccionar para reconocerse y pujar por sí. Y la razón inteligente se suma a la torpe cadena, sucumbiendo, prestándose a razonar contra sí misma.
No crean ustedes que me refiero a gente extraña, seres perversos de vida estragada y decadente. Estoy pensando en gente de nuestro entorno social más inmediato: familiares, amigos, vecinos y conocidos que piensan y sienten así, lamentablemente. No son monstruos, ni gente abyecta. Son hombres y mujeres, adultos, jóvenes, adolescentes de nuestro tiempo, gente corriente, gente
normal. Como eran normales y gente de su tiempo y momento aquellos corintios a los que se dirigía con toda seriedad San Pablo.

¿Qué hacer, pues? ¿Cómo actuamos?
Primeramente hay que insistir, después hay que formar. Y es dificil, muy dificil, la batalla. Principalmente porque son pocos los convencidos, los que suscribirían
de pe a pa ese texto paulino, que es Palabra de Dios, tan viva entonces como ahora, tan válida para los corintios del siglo I como para nosotros, los cristianos del XXI.
Me da pena reconocer que entre los
convencidos las mitras y los báculos son una excepción, como ustedes sospecharán, tristemente.
Y así transcurre el siglo. Y así barren los vientos. Y así nos barrerán, como peleles
"...sacudidos por las olas y arrastrados por el viento de cualquier doctrina, a merced de la malicia de los hombres y de su astucia para enseñar el error" Ef 4, 14.¡Que el Señor nos haga conscientes y fuertes para resistir y luchar el combate de la fe!
Es justo. Es necesario. Y es urgente.