Con motivo del movimiento reclamando la ordenación de mujeres, a una carta del entonces primado anglicano, el arzobispo Donald Coggan (convencido promotor de la iniciativa pro-femenina ya en la Conferencia de Lambeth, en 1970), Pablo VI contesta con un rescripto pontificio, claro y contundente;
"Your Grace is of course well aware of the Catholic Church's position on this question. She holds that it is not admissible to ordain women to the priesthood, for very fundamental reasons. These reasons include: the example recorded in the Sacred Scriptures of Christ choosing his Apostles only from men; the constant practice of the Church, which has imitated Christ in choosing only men; and her living teaching authority which has consistently held that the esclusion of women from the priesthood is in accordance with the God's plan for his Church"
"Su gracia es, por supuesto, muy consciente de la posición de la Iglesia Católica sobre esta cuestión. Ella sostiene que no es admisible ordenar mujeres para el sacerdocio, por razones verdaderamente fundamentales. Tales razones comprenden: el ejemplo, consignado en las Sagradas Escrituras, de Cristo que escogió sus Apóstoles sólo entre varones; la práctica constante de la Iglesia, que ha imitado a Cristo, escogiendo sólo varones; y su viviente Magisterio, que coherentemente ha establecido que la exclusión de las mujeres del sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia".
Cfr. Pablo VI, Rescripto a la Carta del Arzobispo de Canterbury, Revdmo. Dr. F.D. Coogan, sobre el ministerio sacerdotal de las mujeres, 30 noviembre 1975: AAS 68 (1976)
Merece la pena destacar, por especialmente firme y clarificador, el final del párrafo: "...Magisterio, que coherentemente ha establecido que la exclusión de las mujeres del sacerdocio está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia".
Por expreso encargo (y preocupación) de Pablo VI, un año después, en Octubre 1976, la S.C. para Doctrina de la Fe publicaría la declaración Inter Insigniores (leer aquí), exponiendo la doctrina de la Iglesia sobre el tema. El documento merece leerse, pues es de absoluta actualidad:
"...la Iglesia es una sociedad diferente de las otras sociedades, original en su naturaleza y estructuras (...) se utiliza a veces el texto antes citado de la Carta a los Gálatas (3, 28), según el cual en Cristo no hay distinción entre hombre y mujer. Pero este texto no se refiere en absoluto a los ministerios: él afirma solamente la vocación universal a la filiación divina que es la misma para todos. Por otra parte, y por encima de todo, sería desconocer completamente la naturaleza del sacerdocio ministerial considerarlo come un derecho: el bautismo no confiere ningún título personal al ministerio público en la Iglesia. El sacerdocio no es conferido como un honor o ventaja para quien lo recibe, sino como un servicio a Dios y a la Iglesia (...) el sacerdocio no forma parte de los derechos de la persona, sino que depende del misterio de Cristo y de la Iglesia. El sacerdocio no puede convertirse en término de una promoción social. Ningún progreso puramente humano de la sociedad o de la persona puede de por sí abrir el acceso al mismo: se trata de cosas distintas (...) igualdad no significa identidad dentro de la Iglesia, que es un cuerpo diferenciado en el que cada uno tiene su función; los papeles son diversos y no deben ser confundidos, no dan pie a superioridad de unos sobre otros ni ofrecen pretexto para la envidia: el único carisma superior que debe ser apetecido es la caridad (cfr. 1 Cor. 12-13). Los más grandes en el reino de los cielos no son los ministros sino los santos."
Tanto el rescripto de Pablo VI como la declaración Inter Insigniores aparecen citados en la Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis, de Juan Pablo II, publicada en Pentecostés del año 1994, el año de las primeras pseudo-ordenaciones de 'clérigas' anglicanas. Como es sabido, el texto papal utiliza una fórmula quasi-definitoria (infalible), con voluntad expresa de dar por cerrado, definitivamente, el tema:
"...Por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre una cuestión de gran importancia, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22,32), declaro que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia."
El Domingo pasado, Zenit publicaba en su boletín un extracto de un artículo de L'Osservatore (ver aquí), con una comunicación del primado anglicano Justin Welby sobre la reciente aprobación por la jerarquía anglicana de la incorporación de mujeres al episcopado (uso el concepto sin reconocer, obviamente, que en la confesión anglicana exista, propiamente, jerarquía sacerdotal - obispos, presbíteros, diáconos - y sucesión apostólica). En las palabras de Welby se detecta cierta condescendencia, como si hablara desde cierto nivel de superioridad, un paso (o dos) más allá en la evolución cristiana que aquellos otros cristianos a quienes se dirige:
"...somos conscientes de que nuestros interlocutores ecuménicos encontrarán en esta decisión un nuevo obstáculo en nuestro camino hacia la plena comunión (...) nosotros, como Iglesias fortalecidas por el Espíritu Santo, tenemos la tarea de proclamar la Buena Nueva de nuestro Señor y Salvador Jesucristo y luchar por una amistad más estrecha y una mayor unidad..."
La declaración del primado cantauriense resulta un irritante ejercicio de hipocresía en cuanto insiste en la unidad desde el anuncio de un hecho consumado que fractura aun más la desunión e imposibilita la comunión, siendo ahora más grave y profunda la separación por la degeneración de la misma institución jerárquica que, adoptando los dictados sociales, abandona la tradición recibida en aras de la modernidad y el reclamo feminista, extraño a la Iglesia desde sus orígenes, ausente en la institución de Cristo.
La gravedad de este nuevo error anglicano exige, como en los casos precedentes que he citado, una declaración magisterial como la hecha oportunamente por León XIII, Pablo VI y Juan Pablo II. Dado que el desenlace del asunto ya se preveía, después de una polémica muy activa en estos últimos años, se esperaría que Roma hubiera tenido elaborado el documento pertinente para ser publicado, bien por la S.C. de Doctrina de la Fe o, incluso, como documento del mismo Papa.
Pero no. No ha habido nada.
Sin embargo, la noticia del boletín de Zenit sí incluía una grave censura del error de las (pseudo) ordenaciones episcopales de mujeres anglicanas, una declaración no del Papa, ni de Roma, sino del Patriarcado de Moscú, de su Departamento de Relaciones Exteriores que dirige el metropolita Hylarión Alfeyev. Contundente, destilando doctrina y juicio, neta ortodoxia fiel a la tradición eclesial y apostólica:
"...(la incorporación de mujeres a la jerarquía)...impide considerablemente el diálogo entre ortodoxos y anglicanos (...) contribuye a aumentar las divisiones en el mundo cristiano en general (...) la introducción al episcopado femenino también elimina la posibilidad teórica de un reconocimiento por parte de la Iglesia ortodoxa de la existencia de la sucesión apostólica en la jerarquía anglicana (...) la consagración de mujeres obispos contradice a la antigua tradición de la Iglesia (...)
(lo decidido por el sínodo anglicano)...no ha sido por una necesidad teológica o asuntos de la práctica de la iglesia (...) sino un esfuerzo por satisfacer la idea mundana de la igualdad de género en todos las esferas de la vida y mejorar el papel de la mujer en la sociedad británica (...) se trata de una secularización del cristianismo (...) que alejará a muchos fieles que, en la inestabilidad del mundo moderno buscan apoyo espiritual en la inquebrantable tradición del Evangelio y de los Apóstoles".
Qué pena que tengamos que reconfortarnos con la buena doctrina de los cismáticos ortodoxos mientras el Magisterio de la Iglesia Católica prefiera callar y no decir nada.
Todo ello en los días de PP Franciscus, tan locuaz, tantas veces, con quien y sobre lo que no debiera.
+T.