lunes, 11 de abril de 2011

La decadencia de los válidos y la obcecación de los resentidos (Iraburismo agudo, 6º avenate)

El pasado Sábado, por un mensaje de un contacto del facebook, me enteré de que había muerto el p. Cándido Pozo, un quasi héroe de la resistencia de los últimos jesuítas-jesuítas; que el Señor le haya dado la Gloria.

Como él, de su estilo fiel y batallador, apenas quedan ya padres en la Compañía. Aparte de su obra publicada y sus trabajos, no deja herederos, ni seguidores, ni continuadores (dentro de la Compañía, quiero decir). Herederos, seguidores y continuadores efectivos, reales o potenciales, quería decir. Con el p. Pozo se va también el representante de una cierta continuidad de los teólogos jesuítas de renombrada calidad, los ortodoxos, los fieles y leales ignacianos. Al ir desapareciendo, se patentiza la depauperación de la Compañía, imparable en su penoso languidecer, irrefrenable en su desgraciada corrupción y descomposición.

Los que apreciamos, a pesar de todo, a la Compañía, lamentamos que no se realizara aquel supuesto proyecto de una provincia ignaciana que se quiso fuera la reserva de la pars sanior de la Compañía que Arrupe recibió robusta y dejó sumida en crisis letal de identidad formal y material. Si aquel proyecto hubiera podido ser, quizá hoy tuviéramos sucesores de los Aldama, de Solano, de Pozo. Pero ni aquello se realizó en su momento, ni ahora hay quien encarne dentro de la Compañía esa veta saludable que todavía quedaba, manteniendo una intra-ortodoxia entre la defección de la mayoría.

Pozo ha muerto denigrado por los suyos, un proscrito, abandonado y preterido. En la Compañía, los alabados, venerados, admirados, eran los neo-jesuítas de comando activista, los Diez-Alegría, Ellacuría, Castillo & cía.

Y la Jerarquía ¿ha estimado a Pozo? Yo diría que le admitieron, pero nunca lo promovieron. En sus mejores días, el voluminoso Don Marcelo recogía en Toledo a estos 'ortodoxos oficiales', prestándoles el púlpito toledano. Pero nada más. En parecido sentido, la presencia del p. Cándido Pozo en la abigarrada, colorista y promíscua lista de la Comisión Teológica Internacional, era quasi-testimonial.

Contó, sin embargo, con los fidelísimos discipulos de la Compañía, los jesuitones incombustibles, acérrimos. Tengo un par de parientes entre ellos, de inconfundible estilo, leales hasta la médula, concentrados en los últimos islotes-reliquias de las Congregaciones, organizando tandas de ejercicios espirituales para septuagenarios y otros pequeños apostolados. Cuando ya no queden jesuítas de fiar (y quedan dos docenas de fiables, poco más o menos), no sé qué harán. Porque los jesuítas que pudieron ser terminaron de seminaristas en Toledo, o se ubicaron luego en Madrid y Getafe, o se buscaron alguna sinecura tipo CEU. Casi todos han rematado juanpablistas o rouquistas.

Supongo que Iraburu (que ya va por el 6º avenate contra-filolefebvrista) reflexionará sobre estos hechos, personajes e historias personales, la trayectoria y el final de cada uno: Una historia de francotiradores, a lo sumo guerrilleros, que terminan exhaustos y (reconozcámoslo) derrotados, vencidos por lo que hay.

La coyuntura de Iraburu se aventura aun más desazonante, porque Iraburu no cuenta siquiera con esa tropilla de leales que han tenido estos formidables. Si alguno quiere valorar los posibles de Iraburu, échele un vistazo a la galería de presentes en su Infocatatónica, y hágase idea de la partida y de quienes la forman.

Item más: Todavía, estos últimos aguerridos de la Compañía como Solano, Aldama, Pozo, Bover, han dejado una obra teológica estupenda, referencial, imprescindible incluso. Iraburu, sin embargo, no llega a más; a pesar de su apreciabilísima ortodoxia, una rara especie entre el estercolero de autores y publicaciones neo-modernistas.

No obvio lo sobrenatural, los caminos humildes por los que el Señor conduce sus planes providentes. Pero no olvido que la historia de la Iglesia demuestra que las reformas, las grandes reformas necesarias en tiempos de grandes crisis, sólo se han realizado gracias a la acción de sólidas resistencias y/o reacciones, fuertes, claras, decididas, leales consigo mismas e inflexibles a la hora de enfrentarse con los problemas, dificultades, corruptelas y desviaciones del momento, capite et in membris, con la firme y recta conciencia de obrar pro bono Ecclesiae.

Vuelvo a decir a esos buenos reticentes que atacar a los mejores resistentes es frustrar las esperanzas de regeneración. Dudo que a estas alturas el re-confirmado ánimo obcecado del iraburismo atacante atine a distinguir siquiera qué es lo que está haciendo/consiguiendo con estas andanadas bastardas. Hasta yo mismo dudo de que Iraburu y su partida puedan ser ya considerados siquiera como 'buenos reticentes', dado que se les ve resbalar tan aceleradamente por ese plano inclinado del juanpablismo, tan peligroso.

El juanpablismo resulta ser de complicada conceptuación: Por su cima parece que toca la cumbre del Sinaí; por la mitad contemporiza con lo que se encuentra; y por debajo se sume en la profunda confusión del abismo post-moderno. Ya he dicho que tiene figura de plano inclinado. Iraburu debería haberlo notado.


Entiendo (y entiendo bien) que valorar a los que tienen muy determinada y contrastada vocación de solidificar y mantener el edificio en pie, sin peligrosas inclinaciones periclitantes, es una necesidad, una urgencia. Verles como elementos desintegrantes es sufrir una muy nociva y distorsionada apreciación de las cosas y sus perspectivas: Al presente, son ellos los más firmes elementos de sostén, los más sólidos pilares para reemplazar las estructuras fallidas. Y no hay otros, ni de su calidad ni de su resistencia. Lo están demostrando, con frutos muy reconocibles.

p.s. Preguntándome por la etiología de estos avenates iraburitas, me he acordado de aquella precisa definición: 'Tristitia boni alieni'.

¿Será al fin eso, sólo eso?


+T.