sábado, 17 de julio de 2021

Daño y descrédito



Daño y descrédito. Daño a lo más Sagrado que hemos recibido en la tradición católica, que no me atrevo a decir profanación o sacrilegio por venir de donde y de quien viene, porque conservo con temor y temblor una conciencia y reverencia católica, a pesar de los pesares y de todo lo que me pesa ser testigo de estos actos de esta persona. 

 Me estremezco cuando me entero de alguna profanación al Sacramento, de algún Sagrario profanado. Y me estremece ese documento que atenta y pisotea lo Santísimo, porque hiere la Misa como la mancillaron y pisotearon luteranos y calvinistas en aquellos días de la gran ruptura de la Cristiandad. Ahora lo que se rompe es el Catolicismo y la mano que asesta el golpe es la de aquel que tendría que reverenciar más que ningún otro esto que rompe. 
 
No hay un renglón positivo en la desgraciada carta. Sí aparece la arrogancia de hombrearse con Pablo VI y Juan Pablo II y Pio XII (sin "San" pero más santo que los dos anteriores juntos). Y el arrogante atrevido raya el ridículo si nos paramos y pensamos y comparamos quien es el autor de la carta y quienes los citados por la carta. Tanto va de Alfonso a Alfonso. 

 El descrédito será el efecto y la consecuencia. Los des-católicos se burlan de su autoridad y aplauden sólo lo que contiene de demolición del catolicismo. Los católicos conscientes se aferrarán convencidos a la autoridad viva de San Pio V y a la prudente y sabia doctrina del Summorum Pontíficum de Benedicto, testigo actual de la destrucción irreverente de su intento de conciliación, brutalmente despreciado por quien debería mantener, al menos, la discreta prudencia del mediocre consciente de su parvedad (que no humildad). 

 Oremos e imploremos tiempos mejores y mejores hombres capaces de reverenciar lo Sagrado recibido y mantenerlo con honra y gloria para honra y gloria de Aquel para Quien fue, ha sido, es y será la liturgia de su Santa Iglesia. Y temblemos al pensar que los Ángeles no suplen a los hombres, a quienes se les dio este Sacramento que nuestros antiguos celebraron con la dignidad de los Santos y los extraviados vaticanosecundistas descompusieron con impía alevosía, la que hoy vuelven a querer imponer hurtando la mayor gloria de Dios para Dios, sólo para Dios. 

El mismo y único Dios que al acercarse a su altar regocija la juventud de las almas, sacerdotes y fieles, que le quieren profesar un culto reverente y digno, más digno y reverente que el puesto en uso por el modernismo (concepto innombrable, pero causante del mal que padecemos cápite et in membris). 

 +T.