sábado, 3 de enero de 2009

Inmersos en el Misterio: Confitemur!

Mañana, IIº Domingo de Navidad, vuelve a leerse en la Misa el Prólogo de San Juan, Jn 1, 18, que también es el Evangelio que se lee en la 4ª Misa del dia de Navidad.

El Prólogo es, se podría decir, el "evangelium evangeliorum", porque es el Evangelio que puede resumir a todos dentro de sus versículos. Y en particular el intenso vers. 14: "...et Verbum caro factum est...". A estas palabras y no a otras, se inclinan o hacen genuflexión los sacerdotes y los fieles cuando se rezan en el Credo: "...et homo factus est..." No se enfatiza la Pasión, ni la Resurrección, ni la Ascensión, sino que se remarca solamente ese momento-instante de la Encarnación. Por muchos y fundamentales motivos.

Sumariamente, se diría con pocas palabras: Todos los demas pasos del Misterio de Cristo son consecuencia del primero, que es la Encarnación. Los Padres de la Iglesia profundizan admirablemente y glosan con bella claridad (y contundencia) este "meollo" del misterio. Toda su doctrina podría entenderse como una explayación en torno al Prólogo de San Juan.
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Los que gusten la Escritura y la lean (o la escuchen, o la estudien, o la aprendan) saben que el Prólogo de San Juan junto con los escritos joánicos (Apocalipsis y 3 Epístolas) son cronológicamente los últimos libros del Nuevo Testamento. Llama la atención que en todos ellos el Apóstol insiste muy especialmente en el misterio de la Encarnación, passim, como una auto-extensión del mismo Jn 1, 14. El motivo es que el propio Apóstol Juan Evangelista conoció las primeras heterodoxias que negaban la encarnación, y las combate y contesta con la autoridad incontestable de ser el último testigo-apóstol del Señor, el más longevo, ya en los primeros años del siglo IIº de la Era Cristiana.

Así como existe una línea-sucesión doctrinal sin solución de continuidad que desde San Juan pasando por San Policarpo-San Ignacio de Antioquía- San Ireneo de Lyón llega incólume a través de toda la época pre-nicena hasta los mismos Padres de Nicea y los post-nicenos, igualmente se sigue una línea heterodoxa que se forma en el turbión de la primera gnosis, se formula en la doctrina de Arrio, y resiste, se reformula y rebrota más tarde en Socinus, Servet, y algunos de los reformadores de la tradición protestante-evangelista. Mi paisano Blanco White se haría unitarista en la Inglaterra de los tractarianos del Movimiento de Oxford, justa y precisamente en los mismos años en que su amigo John Henry Newman recorría a traves de la profundización en el estudio de la teología-cristología de los siglos IIIº-IVº el camino de vuelta a la ortodoxia, remontándose hasta el realismo "escandalizante" de Jn 1, 14 con todas sus consecuencias.

Las consecuencias no sabría decir si las intuyeron todas, pero es notorio que los miembros del Sanedrín sí "captaron" qué estaba diciendo (qué estaba revelando) el Rabbí de Nazareth que comparecía ante aquel tribunal.

A la postre, tanto el arrianismo como el unitarismo moderno (y también el Islam, que es una extraña heterodoxia entre la tradición cristiana y la veterotestamentaria) se polarizan históricamente re-asumiendo el Antiguo Testamento por falta de asimilación del Nuevo. La evidencia es notable en todas las sectas que proliferan en el medio de las nuevas sociedades, desde las primeras emigraciones de los grupos del neo-protestantismo europeo al continente americano. En un paso más, una ulterior "revisión" dentro de las confesiones de la post-reforma derivarían en las totalmente a-cristianas comunidades unitaristas-trascendentalistas de W. Ellery Channing, R .Waldo Emerson, y otros pensadores protagonistas del muy creativo siglo XIX de los USA (en nuestra España, muy reconocidos y admirados por la tropa krausista y adláteres).

Un paso más, la New Age y sus tendencias terminarían difuminando hasta el blanco-vacío el dogma cristiano, cuya asunción entra en patente conflicto con la cultura y la sociedad de nuestra post-modernidad, que se postula desde elementos tan incompatiblemente anticristianos como la suma de racionalismo-tecnologísmo-espiritualismo-naturísmo-iluminismo, etc. Todo en un totum revolutum cohesionado por un extravagante dogmatismo anti-dogmático.


Ayer se celebraba la fiesta de dos de los Tres Jerarcas, San Basilio Magno y San Gregorio Nazianceno. Junto con San Juan Crisóstomo son las tres grandes figuras de la ortodoxia post-nicena, especialmente venerados por la Iglesia Greco-Ortodoxa, con iconografía característica. Fue San Gregorio Nazianceno el que dictó la concisa fórmula-sentencia "quod non est assumptum, non est sanatum" (cf. S. Gregorio Nacianceno, Ep. 101 ad Cledon.). No está salvado lo que no se ha asumido. Se refería a la Encarnación: Si el Verbo no asume una naturaleza humana completa (cuerpo y alma, aquello que constituye la integridad de la humanidad y cada uno de sus sujetos/indivíduos), la humanidad/los hombres no estamos salvados, pues solo se salva lo que la Persona Divina del Verbo asume en la unión hipostática. Y lo ha asumido, y nos ha salvado. Este es el Misterio.

Un Misterio que ha ocurrido y que nosotros confesamos y proclamamos por la fe. Pero la fe no hace el Misterio, sino que es suscitada desde y por el Misterio que ha sucedido y se nos ha manifestado. San Pablo en la Epístola a Tito lo enuncia con emocionantes palabras: "Ha aparecido la Gracia de Dios..." Tit 2, 11 ss.

Y estamos inmersos en el Misterio, envueltos en su Luz, sumergidos en su Gracia. San Pablo también lo enseña admirablemente: "...nuestra vida está escondida con Cristo en Dios..." Col 3, 3.

Personalmente me conforta reconocerme en la ortodoxia de una confesión de fe que se remonta a través de los siglos y me conecta con los acontecimientos de la Historia de la Salvación y sus testigos. Aunque el Misterio no está lejos en el tiempo, sino presente en la actualidad de la Iglesia: Activo, operante, y congregante.


Navidad es tiempo para confirmar esta Fe de la que depende nuestra Esperanza.
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p.s. Como glosa de postre a lo dicho, ahí va este soneto de Góngora, para leer, interpretar y meditar (con verbo interno y externo); destaco especialmente los dos últimos versos, que marcan la clave de todo el soneto:
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Pender de un leño, traspasado el pecho,/
y de espinas clavadas ambas sienes,/
dar tus mortales penas en rehenes/
de nuestra gloria, bien fue heroico hecho;

pero más fue nacer en tanto estrecho,/
donde, para mostrar en nuestros bienes/
a donde bajas y de donde vienes,/
no quiere un portalillo tener techo./

No fue ésta más hazaña, oh gran Dios mío,/
del tiempo por haber la helada ofensa/
vencido en flaca edad con pecho fuerte/

(que más fue sudar sangre que haber frío),/
sino porque hay distancia más inmensa/
de Dios a hombre, que de hombre a muerte.

+T.