Es blanca como nieve y azucena,
humilde en santidad que vive y siente,
la paz de su semblante sonriente
refleja el alma de esta nazarena.
De gracia celestial bendita y plena,
su presencia es un clamor silente
que de lo hondo a su Señor asiente
sin reserva, demora, duda o pena.
Virgen, jardín cerrado de pureza,
y Madre que alumbró al Hijo Eterno,
doce estrellas coronan su cabeza.
Su nombre hace temblar al mismo infierno,
y si un Ave Maria se le reza,
exulta el Cielo con eco sempiterno.
+T.