sábado, 8 de diciembre de 2007

Visibilizar la Gracia


Es dificil trasladar formalmente lo espiritual, traducirlo materialmente; mucho más si es una parte del Misterio lo que se pretende expresar. Supone un continuo desafío para el artista y una prueba para la iconografía.

Se acierta más cuando el Misterio se ha hecho humano (vida, dolor, amor), y es posible captar admirablemente, con recursos conmovedores, la ternura del Nacimiento, o el sufrimiento de la Pasión. Pero en cuanto el Misterio se acerca a lo divino, lo inefable se resiste a la representación material; así , por ejemplo, es más dificil para el arte figurar la Resurrección, y cuando lo intenta obtiene logros iconográficos muy parciales.

Representar el misterio mariológico de la Inmaculada Concepción es un verdadero reto, pues ocurre en la esencia recien existente de una criatura, apenas perceptible, y encierra un hecho soteriológico privilegiado, irrepetible, único, con implicaciones arcanas, como la predestinación, la eternidad, la gracia.
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La mejor iconografía inmaculista es española; quizá porque los siglos de la gran controversia doctrinal concepcionista coinciden con nuestro Siglo de Oro. En España, en el XV, XVI y XVII, se escribe, se pinta, se esculpe y se compone muy bien, con extraordinarios medios, facultades e inspiración. Incluso con una peculiar gracia para captar lo humano del Misterio y el Misterio en lo humano. Existe una armónica sincronía de estética y mística en la palabra, la música, y las formas de aquel período y sus mejores representantes espirituales y artísticos, dificilmente superables.
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Se atrevieron y lo hicieron imaginando lo humano como motivo, y lo celestial como fondo; la mujer será lo sustancial, y la gracia un aditamento. Se escogieron recursos los más bellos, delicados, simples. Y se compone como un enamorado sueña, canta, escribe, pinta; para que cuando se mire, se diga, se oiga, también brote un efecto parecido, se despierte algo así.


De nuestras Inmaculadas sevillanas me gustan la inocencia blanca y dorada de las de Zurbarán; lo suave de Murillo y su popular belleza, femenina y célica, carne en el cielo; me conmueven las miradas recogidas, la estática orante de las de Montañés, Mesa, Cano y los Ribas, plegaria tallada, salmo en madera; me fascinan las de Roldán y Cornejo, gráciles, clamores de cielo y oro.

Y les pongo música de Correa, Ortíz, Guerrero, Morales y Victoria. Y unos nardos tardíos, y una voluta de incienso, y un naranjo con fruto, y un cielo claro, media luna y doce luceros.

Y también baile de Seises, los que esta tarde y su octava le van a cantar y le van a bailar:

Virgen Santa Inmaculada
más que el ampo de la nieve
que trituras con pie breve
la cabeza del dragón:

Desde siglos, tú lo sabes,
fue la gloria de Sevilla
aclamarte sin mancilla
en tu Pura Concepción!

Una octava, una semana, ocho tardes de Diciembre se lo van a estar cantando, bailando, recordando.

Ella no lo ha olvidado: ¡Que no la olvide Sevilla!

+T.