miércoles, 5 de mayo de 2010

El triunfo infecto de los indeseables


Un mundo que paga 95 millones de dólare$ por la porquería mamarrachosa del indeseable ese, el Picasso, es un mundo tan enfermo, tan gangrenado, que no se merece ni el estercolero. Porque el estiércol es aprovechable, pero ese mundo, esa gente, esas cosas, no. Es el mundo que impera triunfante en 2010, el siglo del tercer milenio que ha despertado con la resaca del XX, empapado con el vómito de los excesos omni-lujuriosos de la centuria precedente.

Lo más sublevante es la imposibilidad de borrar, de eliminar hechos, obras. No diré personas, porque la gente se muere, gracias a Dios. Pero las cosas quedan, y son cosas tan aberrantes como esa basura comprada por una millonada absurda, para descrédito y tacha de la humanidad que lo aprueba.

Envidio a los Faraones del viejo Epipto que practicaban la gracia de la damnatio memoriae, y raspaban nombres, títulos y fechas de la arenisca tallada y grabada, del ónice, el alabastro y la caliza blanca, para que no constara, para que no se acordaran de sus enemigos. Eso que entonces era una tiranía faraónica, hoy debería ser una profilaxis necesaria, radical.

Deberían rasparse, eliminarse, erradicarse, aniquilar sin dejar rastro tantas cosas, nombres, y obras. Se respiraría mejor porque el mundo estaría más limpio, libre de esa mortífera contaminación, más letal para la humanidad que las radiaciones atómicas o la emisión de gases de combustión.

Siento cada vez más atracción añorante por aquellas vánitas, las fogatas que armaban los devotos de Savonarola en la Florencia paganizante de los rutilantes Médici. Dicen que se quemaron no sé cuántas maravillas de la joyería, el bordado, la orfebrería, la taracea de carey, marfiles, nácares y maderas finas, brocados, tercipelos y tapices, hilaturas finas y pomos de olor, guantes perfumados, pieles, perlas y oropeles. Y también los cuadros más procaces y voluptuosos del Botticelli, que entonces estaba verde galán, promiscuando entre bellas y bellos. El mismísimo Sandro, arrepentido por la ardiente palabra del reformador dominico de San Marco, fue y arrojó a la pira de vanidades la mayor parte de las indecencias que conservaba en su exquisito taller quattrocentista.

Hago un inciso para reflexionar sobre una notabilísima evidencia que corrobora mis tesis: En esa Florencia savonarolesca, lo que se quemaba con ardor era pagano, impío, pero bello; la impostura de las no-artes contemporáneas no realiza cosas bellas, ni buenas, nada con entidad artística verdadera. Nos ha tocado una época integralmente desafortunada, sin la inspiración de las Musas paganas ni la gracia espiritual de la Fe.

Entre la multitud de los subyugados no hay seducidos, porque en seducción cabe la chispa del amor, aunque sea profano, pero en el no-arte no hay, sólo existe el anzuelo con la cebo envenenado de la novedad. Son sub-inteligentes, sin gusto estético definido propiamente, sensibilidades estragadas por la deformación veleidosa del impromptu insustancial, fáciles de prender en la red turbia del totum-revolutum orgiástico. Siento lástima porque conozco y sufro a los afectados, infectados anómalos, difíciles de regenerar porque no reconocen la salud.




Pero la catarsis contra mundum suele devorar a los inspirados purificadores, los estrangula y degüella, los desangra y esparce sus cenizas. El venerable fray Girolamo Savonarola terminó colgado de una horca y quemado por las llamas en la Piazza della Signoría, espléndido y sin par patíbulo, él mismo consumido por otra trágica vánitas, como un brillante engarzado en oro que se hubiera arrojado a las llamas vivas del desencanto de un de contemptu mundi escenografiado, como un auto sacramental del bien y del mal, lo justo y lo injusto, lo santo y lo profano.

Y así se compran por 95 millones de dineros las basuras de una época de ínfima esencia, y se queman en la hoguera de las vanidades los espíritus que devolverían las luces bellas y buenas al mundo. Un mundo que prefiere alumbrarse con intermitentes colorines de neón.

+T.